La cita es en un apartamento confortable de sus familiares, en el sector del Quito Tenis. Hablamos con una taza de café de por medio, que prepara diligente. De movimientos ágiles, que acompasan el ritmo de sus palabras, Ramiro Oviedo vino a Quito para hablar de literatura. Y esa es su pasión y especialidad, como profesor en centros de estudios del Norte de Francia. Ahora vive en la ciudad de Amiens, a hora y cuarto de Paris. Se fue de Ecuador un buen día del año 1987, a pulso, sin contactos en Europa, sin carta de recomendación y sin beca. Vivió en Boulogne Sur Mer, primer puerto pesquero francés, en donde fundó la Sección de Estudios Hispánicos e Hispanoamericanos, que forma profesores de lengua y literatura.
-En el Ecuador, el contexto para los artistas e intelectuales de los años 80 era horrible. Los que no desaparecían, morían trágicamente o terminaban locos, cuando no absorbidos por una burocracia podrida, o vomitados por el país en calidad de emigrantes. Yo me empeciné en viajar, y en Francia he podido abrirme mis espacios generando amor a la palabra y a la poesía en los liceos y en la universidad.
Como didacta de las letras latinoamericanas reconoce que, salvo los escritores del boom de los años sesenta, los nuevos escritores no son conocidos por “desinterés de ellos -los franceses-, y por nuestra incapacidad para vendernos como latinos”. No obstante que el exponente del boom literario latinoamericano vino a darle a Francia “una creencia en la palabra, removió los estatutos del lenguaje y generó una expectativa enorme, una vez pasado el golpe no ha habido la vigencia, ni la trascendencia”.
De esa intrascendencia sufren los ecuatorianos, salvo contadas excepciones como Jorge Enrique Adoum cuya novela Entre Marx y una mujer desnuda fue traducida al francés, Jorge Carrera Andrade y el infaltable Gangotena.
-Hace falta lobby a los escritores latinoamericanos jóvenes, y en particular a los ecuatorianos. No es fortuita la ironía de Cornejo, en Las segundas criaturas, que ironiza sobre la invisibilidad de la literatura ecuatoriana. Sorprende que un poeta como Gangotena se haya quedado sin obra en Francia porque nadie entre sus amigos surrealistas decidió hacerle un prólogo.
Oviedo reconoce que la literatura ecuatoriana no tiene resonancia en Francia, pese a los esfuerzos hechos desde las agregadurías culturales.
-Juan Cueva puso en vitrina la cultura ecuatoriana. Ramiro Noriega fue el mejor Agregado Cultural que he conocido en París. Se abrió con actividades no solo en Paris, sino en Lyon, Toulouse, Marsella, con eventos bien organizados. Hizo traducir a Edwin Madrid, Ramiro Vásconez y a Felipe Troya, que se beneficiaron de convenios entre Francia y Ecuador.
Las razones de la indiferencia pueden encontrarse en la propia actitud de la literatura francesa actual, empecinada en sumergirse en su propio mundo.
-La literatura francesa desde mediados del siglo 19 rompió con el compromiso. Tomó al lenguaje como algo precario y poco confiable, excepto la época de la resistencia en la segunda Guerra Mundial. La literatura francesa es en su mayoría de salón. Hay dos tendencias en poesía. Una, la de Yves Bonnefoy, que cree que la palabra es lo más precario que puede existir. En esa línea convierte a la palabra en un ejercicio de autismo. Hay otra corriente, -de Michel Deguy-, que acepta los engaños, caprichos y pretensiones de la palabra, pero se presta al juego y conserva su entusiasmo, es lo más cercano a lo humano.
La poesía -según Oviedo-, tiene que sacudir, recrear, y eso significa un trabajo con el lenguaje, pero no solamente eso, sino que tiene que fundirse con la experiencia vital. Caso contrario estaríamos en presencia de poesía posmoderna que se limita a recibir la herencia del pasado de todos los movimientos. Algo que convierte al poeta en un tipo miserable, incapaz de aportar una nueva originalidad, concluye.
-Veo mucho en el Ecuador estos efectos de la posmodernidad; los escritores, salvo contados intentos, se han quedado atónitos, estupefactos, con la incapacidad de recrear, remover y aportar algo diferente que marque su singularidad.
Oviedo hizo una antología y publicó en Francia a 33 poetas ecuatorianos jóvenes, que abre Pedro Gil y cierra Dina Belrham, cuya actitud de vitalismo los distancia de la poesía de laboratorio donde los cultores se entretienen dándose cabezazos con las palabras y nada más. Eso no sirve para nada, tienen que vivir también, dice Oviedo.
-Elegimos a Gil y a Belrham porque se inscriben en la línea de Bolaño, aunque a lo mejor ni lo conocían. Gil y Belrham son de esos escritores que arriesgan, toman el peligro como poética y coquetean con el abismo. Este gesto se convierte luego en elemento sustancial del lenguaje.
El escritor chileno Roberto Bolaño, esencialmente en forma póstuma, ejerce influjos literarios y vitales sobre una generación de intelectuales que se inician en el arte de la palabra. Su pertenencia al movimiento infrarrealista, de corte marginal y anti oficial, lo consagra como un paradigma de las nuevas generaciones.
-Están en contra de los poetas que terminan en México convertidos en embajadores o ministros. Los infrarrealistas son irreverentes, se declaran en bronca total con el sistema, y en eso hay resonancias con los de la Pedrada Zurda de aquí, por los años 70, solo que allá se la jugaron completa. La propuesta estética es vieja, pues es la misma de Rimbaud en eso de hallar lo nuevo, y lanzarse a los caminos. Había que matar al arte y cambiar radicalmente la noción de estética. Los poetas latinoamericanos intentaban recuperar lo más puro de Baudelaire, Mallarme, Rimbaud, Artaud, pero ante todo fueron buenos lectores y tenían vocación por el nomadismo, como los beatniks.
En esa línea los poetas jóvenes encuentran en Bolaño su maestro.
-Bolaño sirve para hacer abrir los ojos a los chicos que quieren iniciarse en la literatura. El les muestra con su vida y con sus libros lo que es, en realidad, la poesía y la literatura. Bolaño opta por el arte del peligro, rompe con el facilismo. Nunca le vas a ver a Bolaño haciendo cola frente a los ascensores del Ministerio de Cultura, nunca le vas a ver a Bolaño pidiendo un favorcito, un palanqueo por aquí por allá. Todo lo contrario, lo denuncia. Bolaño es el anti oficialista emblemático que apuesta únicamente por su escritura. Apuesta a su palabra, blandiendo una actitud ante la vida y una actitud ante el lenguaje. No solo que es valiente para irse a donde sea, sin GPS, sin carta de trabajo, sin beca; se larga, pero con los libros claves en su mochila, él sabe lo que tiene que leer y no para jamás. Eso es, ante todo, lo que nos deja Bolaño: el amor desenfrenado por la lectura.