No poseemos la verdad ni el bien, nada más que en parte y mezclados con la falsedad y con el mal, decía Blaise Pascal. Será razón por la que el político, muchas veces, confunde la retórica con la política. Y en ese ritual de la palabra, incurre en vericuetos del pensamiento, a veces, irreconocibles. Pero ninguna simulación puede durar largo tiempo y las cosas en la política criolla se van, gota a gota, decantando. Una de las afirmaciones surrealistas, -por decir lo menos- se deslizó de la boca del banquero Guillermo Lasso, apenas unas horas después de su derrota electoral del 2 de abril: gobernaremos desde la oposición. La frase, más que una promesa, tuvo el tono de amenaza, y con el correr de los días se ha demostrado que corresponde a la estrategia de influir en las decisiones políticas de Estado, desde la trinchera legislativa.
No obstante, la intención de gobernar desde la oposición, pasa por una estrategia mayor: eliminar al correísmo. Para lo cual está en marcha un libreto elaborado en Venezuela, que consiste en oponer una mayoría parlamentaria al gobierno central. La lógica es clara: todo régimen revolucionario tiene líderes fuertes, -o caudillismos altisonantes-, y esa figura política precisa regímenes marcadamente presidencialistas que deben ser debilitados, hasta poner fin a su poder.
En Ecuador existe una excepción, Lenin Moreno llegó al poder “con debilidad”, según diversos observadores. Pero dicha debilidad es relativa, a partir de la actitud de imponer, paso a paso, lo que dicta su yo interior. Y que lo mueve a tomar decisiones en aquello que él cree que debe hacer, aun en contradicción con líderes y militantes de Alianza País que lo llevaron a la presidencia. En esa gestión no está solo, tiene también asesores y consejeros que, para bien y para mal, le dictan los tips. No obstante, algunos actores de oposición estiman que hasta ahora “Lenin es puro bla bla”, ya que “Correa apretó tanto el nudo que un leve aflojamiento parece suficiente…El diálogo parece ser una coartada. Una forma de hacer un cambio, para que nada cambie. Moreno y sus gestos, no van más allá de eso…De allí falta mucho para concluir que se ha producido un cambio que vaya más allá de un conflicto de liderazgo o de una bronca por ocupar el trono”, como escribe Diego Ordoñez.
La política del diálogo, sin embargo, se ha granjeado -con razón y sin razón- múltiples críticas desde las propias filas del movimiento oficialista. La táctica del diálogo con todo mundo -comenzando por los opositores políticos y mediáticos-, entre otros, es visto como una inconsecuencia política por seguidores de la revolución ciudadana. En esa apertura dialogal, se colige que Moreno intenta construir una agenda de gobernabilidad consensuada, consultando a los dialogantes sobre qué incluir de su interés en los planes de gobierno. De modo que, en las mesas de conversatorios múltiples irá surgiendo la hoja de ruta del régimen en diversos temas de la politica pública a implementar desde el gobierno.
La disonancia entre Lenin Moreno y cierto sector de sus electores, surge cuando la contra parte del diálogo presidencial, corresponde a reconocidos enemigos políticos, oponentes de distinto calibre, denostadores del proceso y sus dirigentes. Muchos de los cuales ya caducos, popularmente olvidados o políticamente muertos, son revividos en la palestra puesta por el gobierno en la práctica del diálogo. Y así comienza la parte ingrata de la política de manos extendidas: una oposición desde las propias filas del movimiento Alianza País, encabezada por su líder histórico Rafael Correa. El expresidente ya había hablado hace algunos meses de una “restauración conservadora” mentalizada desde las esferas del poder transnacional de los EE.UU., y plasmada en las acciones de la oposición a los gobiernos llamados progresistas del socialismo del siglo XXI en Latinoamérica. Una restauración conservadora de privilegios y exclusiones en perjuicio de las mayorías y que también está en la agenda a ser implementada en nuestro país.
En Ecuador, dicha restauración tiene el rostro de una oposición restauradora, con ciertos rasgos diferentes a la reposición reaccionaria en Argentina, Brasil o la que se pretende en Venezuela. En Ecuador, a la oposición le resulta rentable sacar las castañas con la mano del gato, y en lugar de provocar golpes de estado al estilo latinoamericano, es viable restaurar sus espacios de poder, utilizando los propios órganos del Estado. Es decir, es menos oneroso, políticamente, instar a realizar en consenso una serie de acciones gubernamentales coincidentes con los propósitos de los restauradores.
En ese orden de cosas, los críticos del proceso mencionan acciones tales como dar cabida a los representantes del “bucaramato” en el sector eléctrico estratégico. Buscar acuerdos con alcaldes de Quito y Guayaquil para implementar planes de vivienda conjuntos en terrenos municipales. El despido de sus puestos en el Estado a determinados funcionarios, recién posesionados, como síntoma de disconformidad con sus acciones. Las destituciones comenzaron desde las altas esferas con el cese de sus funciones al Vice ministro de Agricultura Javier Villacis, mentalizador de la Minga Agraria, un funcionario que por su experiencia estaba en capacidad de darle al régimen una coherente política agropecuaria.
La oposición restauradora requiere silenciar a la prensa analítica. Comunicadores como Xavier Lasso y Orlando Pérez, fueron desplazados de la dirección de los medios públicos, en momentos en que se requiere de un periodismo reflexivo, respaldado en pruebas y opiniones fundamentadas. Esta es una precaria señal de libertad de prensa, puesto que el estilo periodístico de tal o cual profesional, no debe ser visto como óbice de las pretensiones del poder y provocar su eliminación.
La intención de enjuiciar en la Asamblea Nacional a Jorge Glas, y luego intentar el enroque político, desplazándolo del escenario del poder, se inscribe como parte de la restauración conservadora, propiciada por sectores de la oposición restauradora socialcristiana y lassista. El petitorio de Moreno a Glas de no defenderse en los medios y dedicarse a las funciones para las que fue asignado, -si bien es una prerrogativa del presidente- debilita la posición de Jorge Glas en esta coyuntura. Y eso ocurre en vísperas de que el vicepresidente debe enfrentar un juicio político, -al que se lo sometería, sin otras pruebas que no sean recortes y videos de prensa- al calor del cual emerjan contingentes causales de un enjuiciamiento penal, con insospechadas consecuencias.
Si bien se ha dicho que en esta coyuntura se precisa esperar desenlaces y resultados hasta diciembre, la política no es solo cosa de tiempo, sino de sentido. Lenin Moreno está en el momento preciso de restaurar el carácter de la revolución que se comprometió defender. Lo deberá hacer, más temprano que tarde, se imponga la oposición restauradora.