Hay hombres, -decía Hegel-, que encarnan el espíritu de su tiempo. Reflejan su realidad y, a partir de su carácter, fieles testigos de una época protagonizan el vuelo de sus grandes utopías. Esos hombres son los intransferibles en su identidad histórica, porque conjugan el verbo luchar, toda una vida, y hunden la simiente de su palabra en el fértil surco de la esperanza popular.
Ecuador despide al hombre que encarnó durante una década el espíritu de su tiempo: Rafael Correa Delgado, cuyo potente liderazgo no es casualidad, sino más bien, causalidad histórica. Porque surge -causa y efecto- del contrapunto con fuerzas reaccionarias de su país, oponiéndose a la partidocracia tradicional que lo había sumido en una gobernanza imposible. Ese es el primer paradigma que rompe Rafael Correa, hacer del Ecuador un país gobernable en medio del caos y la insolvencia política, causa de que la nación tuviera tres presidentes en menos de siete años durante la década de los noventa.
Rafael Correa inaugura la credibilidad del discurso ideológico, sincerando la política. Devuelve el sentido a la palabra, como expresión de protesta y propuesta. Carga de veracidad las promesas sociales que, a partir de su singularidad protagónica, se vuelven factibles. El joven economista puso orden a la anarquía financiera, al caos económico del país, que frenaba su crecimiento. Prueba de ello es que Ecuador, durante la década de Rafael Correa, creció a un ritmo del 3.9% anual, por encima de la media regional y la pobreza disminuyó del 36,7% al 22,9% actual.
La enorme obra social del gobierno de Rafael Correa, en infraestructura económica, salud, educación, vivienda y vialidad nacional, no tiene parangón en la historia del Ecuador. Un país que se reinventa, a partir de consagrar los derechos de sus habitantes, hombres, mujeres y niños, en la nueva Carta Magna del 2008 y desde entonces la patria ya fue de todos.
Rafael Correa encarna el espíritu de su tiempo, no en sentido apologético, sino crítico y revolucionario, con inédita vocación de cambio. Asume la presidencia de la república para voltear la página de un pretérito injusto y excluyente de las amplias mayorías sociales, étnicas, y generacionales que toman el poder como protagonistas de una nueva política pública sugerida por la revolución ciudadana.
Comenzó la hora de las nostalgias. No hay cosa más dura que añorar el futuro, cuando ya el pasado no existe y el presente es transición hacia las incertidumbres.
Pablo Neruda, en su memoria del futuro, dejó escrito versos que con toda pertinencia histórica, bien puede hacerlos suyos Rafael Correa, el presidente de la patria grande.
Pueblo mío, verdad que en primavera
suena mi nombre en tus oídos
y tú me reconoces
como si fuera un río
que pasa por tu puerta?
…Qué haré sin ver mil hombres,
mil muchachas,
qué haré sin conducir sobre mis hombros
una parte de la esperanza?
Qué haré sin caminar con la bandera
que de mano en mano en la fila
de nuestra larga lucha
llegó a las manos mías?
Ay Patria, Patria,
ay Patria, cuándo
ay cuándo y cuándo
cuándo
me encontraré contigo?
Lejos de ti
mitad de tierra tuya y hombre tuyo
he continuado siendo,
y otra vez hoy la primavera pasa.
Pero yo con tus flores me he llenado,
con tu victoria voy sobre la frente
y en ti siguen viviendo mis raíces.
Ay cuándo
encontraré tu primavera dura,
y entre todos tus hijos
andaré por tus campos y tus calles
con mis zapatos viejos.
Ay cuándo
me sacará del sueño un trueno verde
de tu manto marino.
Ay cuándo, Patria, en las elecciones
iré de casa en casa recogiendo
la libertad temerosa
para que grite en medio de la calle.
Ay cuándo, Patria,
te casarás conmigo
con ojos verdemar y vestido de nieve
y tendremos millones de hijos nuevos
que entregarán la tierra a los hambrientos.
Ay Patria, sin harapos,
ay primavera mía,
ay cuándo
ay cuándo y cuándo
despertaré en tus brazos
empapado de mar y de rocío.
Ay cuando yo esté cerca
de ti, te tomaré de la cintura,
nadie podrá tocarte,
yo podré defenderte
cantando,
cuando
vaya contigo, cuando
vayas conmigo, cuándo
ay cuándo.