Los términos figurados de uso político, sacados del metalenguaje de una disciplina como la Psicología, suelen provocar connotaciones de múltiple significancia. Tal es el caso del adjetivo plural histéricas, usado por el vicepresidente Jorge Glas para referirse a cuatro asambleístas mujeres del movimiento CREO y del PSC -Ana Galarza, Jeannine Cruz, Paola Vintimilla y Cristina Reyes- que trataron de vincularlo con hechos de corrupción durante su comparecencia voluntaria a la Asamblea Nacional en días pasados: “Son histéricas. Yo me hago responsable absolutamente de mis declaraciones”, dijo Glas.
¿Qué quiso insinuar el segundo mandatario al usar la palabra histéricas para referirse a las asambleístas interpelantes? Se conoce que la histeria, en la teoría psicológica, es “un estado de intensa excitación nerviosa, provocado por una circunstancia o una situación anómala, en el que se producen reacciones exageradas y que hace que la persona que lo padece muestre sus actitudes afectivas llorando o gritando. La palabra histeria deriva del griego hyaterá, que significa matriz, ya que los antiguos asociaron esta enfermedad con el útero de la mujer y, por tanto, con el sexo femenino. El carácter sexual de este mal es subrayado por Freud, cuando señala que la histeria es una fantasía que produce síntomas conversivos, como la manifestación de una energía sexual excesiva que será sentida como sufrimiento somático. Lacan, en cambio, dice que una mujer histérica “siempre encarnará el papel de desdichada e insatisfecha”.
¿A esos síntomas, en las cuatro asambleístas, quiso apuntar Glas?
Las cuatro mujeres, cada cual, en su tono, pretendieron vincular a Glas con actos de corrupción. La asambleísta de Tungurahua por CREO SUMA, Ana Galarza, solicitó “explicaciones sobre los hallazgos establecidos en el examen especial que hizo la Contraloría a la Vicepresidencia por el uso de recursos de la emergencia en las zonas afectadas por el terremoto del 16 de abril del 2016”. Por su parte, la asambleísta Jeannine Cruz, solicitó a la Fiscalía que “llame formalmente al Vicepresidente Glas a rendir su versión en el caso Odebrecht”.
En entrevista para una emisora de radio de la ciudad de Guayaquil, Glas, replicó, “aquí hay una asambleísta que no sé ni quién es, una señora apellido Galarza, que dice algunas barbaridades; entre ellas, dice analizar ¿qué pasó en Manabí?, cuestiona gastos en lubricantes, cuestiona unos gastos en…, esta señora Galarza, de movimiento Creo para variar, empleada del banquero para variar, dice que se han gastado USD 50 000 en una alfombra de lujo”.
Luego de la comparecencia, Jorge Glas salió de la Asamblea Nacional, aparentemente fortalecido, mientras sus interpelantes perdieron una inmejorable oportunidad de mostrar pruebas de su presunta complicidad con actos de corrupción. Este intento responde a la estrategia política de la derecha opositora para sacar del escenario a Jorge Glas, y luego ir por Rafael Correa. En el contexto del desaguisado, Guillermo Lasso reapareció para “solidarizarse” con las legisladoras de CREO y PSC: “Al carecer de argumentos el señor Glas, le falta el respeto a valientes mujeres ecuatorianas. Mi solidaridad con todas ellas”, ha tuiteado Lasso a quien se le puso en bandeja la oportunidad de salir del closet opositor.
El uso figurativo de un término y la respuesta en la andanada de epítetos que recibió el vicepresidente Glas en redes sociales, calificado de “hijo de violador, ladrón”, y otras perlas, refleja al viejo país que suponíamos haber superado. Pero la historia se repite esta vez como farsa, en la disonante histeria política -individual y colectiva- de una oposición que purga por espacios de poder perdidos.