El regreso de Abdalá Bucaram puede significar el regreso al pasado. Para muchos, el pasado de la política hecha farándula, de la política insincera, la demagogia y simulacro de populismo. El pasado de la máxima expresión de corrupción encumbrada en el poder. El kitsch de la política guasmeña, el gusto por el mal gusto convertido en protocolo oficial.
Bastaron seis meses para que el país viviera la alucinante trama del gobierno de Bucaram, autoproclamado como “la fuerza de los pobres”, liderado por “el loco que ama” y otros slogans inventados por improvisados publicistas electorales. En la cruda realidad, el gobierno de Bucaram no fue de los pobres; y quien lo presidió, lejos de estar loco, aplicó una fórmula neoliberal copiada del proyecto político argentino, vigente en ese entonces, en beneficio de los privilegiados de siempre. Sin embargo, la promesa populista de Bucaram había ofrecido “un ajuste económico, político y social tajante y coherente, la paz con el Perú y la vivienda para los pobres” que no llegó a cumplirse.
Por el contrario, según sus detractores, el gobierno de Abdalá estuvo plagado de escándalos de corrupción en una deficiente administración. El caso del plan de vivienda «Un Solo Toque», un proyecto emblemático de campaña, se vio abortado por la poca planificación urbana en su implementación y su incumplimiento a nivel nacional. En el afán populista, el gobierno bucaramista proyectó un plan alimenticio con la creación de una marca de leche -Abdalact- que fue duramente criticada por su baja calidad y contaminación. Y el proyecto “Mochila Escolar” que suponía la entrega de útiles escolares a niños de escasos recursos, terminó en un escándalo de corrupción y desviación de fondos y la no concreción del mencionado plan. En el orden político administrativo, el gobierno incurrió en evidentes casos de nepotismo con la entrega del manejo aduanero a su hermano Jacobo, llegando a establecerse una aduana paralela controlada por una banda delincuencial denominada “los pepudos”.
En el campo económico, el régimen bucaramista sostuvo la llamada «convertibilidad» de cuatro nuevos sucres por dólar, copiado de la implementación de un sistema económico y financiero neoliberal ideado por el economista argentino Domingo Cavallo. El resultado del experimento fue el aumento del costo de servicios básicos como el gas doméstico, electricidad, agua potable y teléfonos, confirmando un duro golpe a la economía popular. El descontento no se hizo esperar y el 6 de febrero de 1997 el Congreso, oyendo el clamor ciudadano, destituye a Abdalá Bucaram alegando “incapacidad mental” para ejercer el cargo de presidente de la República. Había llegado a su fin el gobierno de las bajas pasiones, crecido en la alegre tarima populachera de la demagógica y la coprolalia.
El discurso del ex presidente, excluido de la politica criolla durante 20 años de autoexilio, que retorna al prescribir los juicios por peculado, es conciliador “sin odios” y “extendiendo la mano a mis enemigos”. No obstante, reafirma su decisión de demandar al Estado por 200 millones de dólares, argumentando que no se respetaron sus derechos y su destitución habría sido ilegal. El regreso de Bucaram implica cambios en el tablero político criollo, preferentemente en Guayas. Su aspiración de terciar en la arena política en el 2019, pudiera provocar la división del populismo en esa provincia, incluida las fuerzas que respaldaron al actual gobierno, además de una merma de la derecha nebotista en el suburbio porteño. El regreso de Abdala Bucaram quiere significar el regreso al pasado. Su coexistencia en un país que aprendió la lección y significado de un estilo de gobernanza popular, en diez años de racionalidad política puesta al servicio de los derechos de las mayorías, implicará el nefasto contrapunto con la nueva realidad del Ecuador poscorreista.