Cierta prensa opositora al gobierno quiere hacernos creer en un país enfermo, incurable, cuyos síntomas hablan de que se contaminó la institucionalidad, la economía, la política, la moral y otras costumbres, del virus de la corrupción. La infoterapia mediática en cada desayuno televisivo, cada merienda informativa, cada coctel de odio brinda con sorbos de amargura, por que el país se vaya al carajo. Lejos de exigir justicia, piden venganza, desoyendo la invocación presidencial a ejercer un periodismo menos odioso, se empeñan en desconcertar y desinformar a la ciudadanía. Con nuevos pujos, la prensa opositora cambió la estrategia de campaña electoral de agitar problemas sin dar soluciones, por el discurso de crear el descrédito de instituciones, funcionarios y políticas públicas.
La infoterapia destilada en editoriales, reportajes y notas de prensa, nos inocula de mala fe, en el otro y en nosotros mismos. La prensa mercantil lo sabe. No hay peor receta que aquella que resulta mayor mal que la enfermedad. Frente a la corrupción no cabe otra alternativa que la desconfianza en las instituciones, en los esfuerzos por combatirla, denunciarla y erradicarla. No hay peor tratamiento que aquel que exacerba los síntomas, porque nada garantiza que el organismo mórbido responda, por homeopatía mediática, al mal.
En el país está ocurriendo un fenómeno anómalo. Por una parte, crece la crítica a Lenin Moreno desde la vocería virtual del ex presidente Rafael Correa, que busca dar la línea política desde su cuenta de Twitter que, incluso, quisieron cerrarle. Por otro lado, bulle el cuestionamiento desde las propias filas electorales de Lenin, con algunos arrepentidos, otros decepcionados, y la mayoría sorprendidos, por el supuesto golpe de timón presidencial dado hacia la derecha. Mientras la derecha política se regocija, no dice nada, y cuando lo dice es para celebrar “la apertura, los brazos abiertos, el nuevo estilo”, la condescendencia de Lenin Moreno con sus oponentes, a los que incluso ha demostrado estar dispuesto a perdonar sus ilegalidades.
Todo lo inocula cierta prensa, y lo amplifica en una caja de resonancia que multiplica los ecos de una oposición hipócrita que pretende hacer creer al país que ahora todo se soluciona con “diálogo” y brazos abiertos. Una prensa opositora agazapada en una falsa tregua, cuando no ha pasado un mes desde que su postura destilaba odio, venganza y no, exactamente, conciliación. Una prensa que reproduce el doble discurso de una doble moral. En engañosa apariencia publica estar preocupada de poner fin a la corrupción –pero, solo aquella que “empezó en el 2007, cuando asumió el presidente Correa”- mientras, ladinamente, se frota las manos ante cada nueva evidencia de corrupción estatal o privada. En su obstinada complicidad con los asambleístas de Suma-Creo que -sin tapujos- votaron en contra de la fiscalización al contralor Pólit, los animadores y animadoras de los desayunos informativos se oponen a que dicho funcionario sea investigado y, políticamente, enjuiciado por la Asamblea Nacional.
Cierta prensa todavía mantiene las pretensiones de erguirse como «el cuarto poder» del país -muchas veces por sobre los poderes ejecutivo, legislativo y judicial-, desoyendo las normas de convivencia democrática, juzgando a diestra y siniestra, y poniéndose al margen de lo comunicacionalmente permitido por ley. En la nueva coyuntura nacional la ciudadanía, en auténtica participación, deberá hacer sentir su acción y su palabra en cada instancia de expresión popular, en el barrio, los sitios de trabajo, las instituciones educativas o en la plaza pública y contrarrestar los mensajes tendenciosos de una prensa manipuladora. ¿Qué pasaría si en rebeldía no encendemos los televisores, no sintonizamos las radios y no compramos periódicos? La desobediencia civil de los diversos públicos debería hacer reflexionar a los medios tendenciosos que quieren insuflar su vocería de odio. Hoy, más que nunca, se debe reiterar la vigencia de una ley de comunicación que norme las reglas del derecho público a estar bien informados. Curarnos en salud de la infoterapia mediática. No hay peor receta, que aquella que resulta mayor mal que la enfermedad.