A la muerte de un dictador cabe la pregunta si es que éste murió en libertad, fue juzgado y condenado por sus excesos, o la impunidad encubrió sus acciones en vida, como fue el caso de Augusto Pinochet.
Ha muerto Manuel Antonio Noriega, el dictador panameño reclutado por la CIA y condenado por el gobierno estadounidense a 40 años de prisión por narcotráfico. Murió en un hospital panameño, excarcelado por benevolencia ante su padecimiento de un tumor cerebral que lo llevó a la muerte. Noriega vivía en la memoria de su pueblo, con la imagen del militar que se entregaba a las tropas norteamericanas que invadían Panamá, hace tres décadas, a un costo de miles de personas. Eran los días de la intervención estadounidense en enero 1990, cuando Noriega iniciaba un periplo carcelario por EE.UU., Francia y Panamá. Amparado por la CIA e investigado por la DEA, Noriega mantuvo relaciones con los norteamericanos, cubanos, nicaragüenses y colombianos del cartel de Medellín, bajo una misma estrategia de gobernar al amparo de la impunidad que lo llevó a convertirse en el hombre fuerte de Panama.
Su país era pieza clave de la geopolítica estadounidense para enfrentar a la Revolución cubana y a los guerrilleros centro y suramericanos, Noriega lo sabía y prestó toda colaboración al gobierno de EE.UU., mientras duró su gobierno entre 1983 y 1989, sin que recibiera a cambio una efectiva ayuda para sacar a Panamá de la inédita crisis económica y social que campeó esos años al país centroamericano. Noriega llegó a ocupar los más altos cargos en su país y eliminó a sus opositores, sin contemplaciones, como fue el caso de Hugo Spadafora decapitado en 1985.
Su colaboración con el pentágono le granjeó la simpatía de la CIA, -cuyo director Bill Casey le llamaba “mi chico”-, pero al mismo tiempo cayó en desgracia ante la DEA cuando esta oficina descubrió sus negocios con el narcotráfico internacional y, en 1988, Noriega enfrentó cargos ante un tribunal norteamericano. Solo un año después, en diciembre de 1989, el gobierno norteamericano, luego de un golpe de Estado abortado en Panamá, ordena la invasión militar con bombardeo a su territorio, bajo la operación Causa Justa, en cacería del dictador panameño que se entregó a los invasores en enero de 1990.
La muerte sorprende a Noriega a los 83 años de edad, recluido en la unidad de cuidados intensivos del hospital donde permanecía desde el mes de marzo de este año en estado crítico. Una hemorragia cerebral acabó con su vida, después de ser sometido a dos intervenciones quirúrgicas en las últimas horas. El postrer anhelo en vida de Noriega, no se cumplió: morir en libertad, como tantos otros dictadores del continente sudamericano. Con la muerte de Manuel Antonio Noriega se cierra un capítulo de la dramática historia de nuestras democracias restringidas en América Latina por las dictaduras militares de los años setenta y ochenta.