A propósito del encuentro realizado en Casa Éguëz en torno a la lectura de la obra del sociólogo ecuatoriano Agustín Cueva, se hace necesaria una reflexión respecto del marxismo como herramienta de análisis de la realidad nacional. ¿Se puede ser marxista hoy? Esta es una cuestión, cuya respuesta echará luces acerca de la vigencia de la teoría marxista susceptible de ser una práctica política y académica en la actualidad. Tres investigadores que analizaron la lectura de la obra de Agustín Cueva, el sociólogo Tomás Quevedo, el catedrático Mario Unda y el historiador Juan Paz y Miño, coincidieron en señalar la necesidad de estudiar a Cueva para una comprensión crítica del pensamiento marxista.
Frente a la caricatura pintada por los enemigos del marxismo -que perfila el retorno al método de Marx, entre el dogmatismo y la ortodoxia-, Quevedo ha dicho que “el ser dogmático construye credos y formas de fe, el ser ortodoxo defiende el principio del método al que se adscribe”. Agustín Cueva era ortodoxo, en tanto hace una defensa del marxismo como método de análisis de la realidad y desarrolla una interpretación, en clave crítica, sobre América Latina fundamentada en la lectura de una sociología histórica y política. Será, entonces Cueva, el rescatador del marxismo como método de interpretación crítica de nuestra realidad nacional. A partir de la perspectiva de su análisis académico, el marxismo deberá dejar de ser prehistoria, para convertirse en un marxismo para el siglo XXI, que se adapte al momento histórico que se está viviendo.
Precisamente, el carácter histórico del marxismo visto bajo el prisma de Cueva, -señala Juan Paz y Miño- hace posible la vigencia de “un marxismo crítico, como teoría, compromiso e investigación”, frente al marxismo político y partidista influido antes por los comunistas soviéticos. En este sentido, la vigencia del marxismo supone “revalorizar la necesidad de la crítica marxista y de la aplicación creativa de un marxismo crítico”. El marxismo es creador, -señala Paz y Miño- y no puede agotarse en unos cuantos estereotipos de lo que es la realidad social; aplicar el marxismo implica saber crear categorías para el presente y para el futuro.
En un contexto de democracias restringidas -como las calificó Cueva- surge la necesidad de un método que posibilite entenderlas, según Mario Unda, “como una fórmula política que actúa en medio de la reproducción formal de las características de la democracia liberal, pero que tiene un contenido profundamente antidemocrático”. Unda señala que “la época en que surge el correísmo, se caracteriza por una profunda crisis política y una incapacidad de la burguesía para continuar manteniendo su dominación. La crisis política de los diez años que transcurren entre 1995 y 2005, puede ser entendida como una crisis de las formas de dominación politica. La clase dominante ensayó en esos años todas las herramientas que había disponibles en el sistema político de entonces. Se ensayaron los gobiernos conservadores de Sixto Duran y de León Febres Cordero, los gobiernos llamados “progresistas” en esa época, de Hurtado, Borja y Mahuad, se ensayó la fórmula del populismo neoliberal con Abdala Bucaram y Lucio Gutiérrez, y todas estas fórmulas fracasaron en recuperar la disciplina del pueblo ante del Estado. El pueblo que se manifestó durante 25 años en resistencia al proyecto neoliberal, era un pueblo absolutamente insumiso, que no tenía la menor credibilidad y condescendencia con los gobiernos fuesen cuales fuesen. El correísmo hubiera sido imposible sin los 25 años de resistencia popular anterior.”
En la actual etapa de Ecuador, ¿en qué radica la vigencia del marxismo? Para el momento presente significa, básicamente, preguntarse si la izquierda será capaz de construir alguna fórmula política que sea claramente distinta, tanto del neoliberalismo -en cualquiera de sus formas y bajo cualquiera de los membretes en que pueda aparecer-, pero también guardar autonomía e independencia política, organizativa y de proyecto político respecto al populismo, concluye Unda. Ser marxista hoy, supone la tentativa de crear una cultura emancipadora en la cual pueda reconocerse la aspiración de construir un proyecto nacional popular.