En la ceremonia de cambio de gobierno, Lenin Moreno, luego de ser investido presidente de Ecuador en la Asamblea Nacional, comenzó su discurso inaugural, diciendo: Todos somos hechos del mismo Ecuador. Una afirmación tautológica que significa que cada ser diverso habita un país único, es decir, para su gobierno todos somos ecuatorianos. Y para que no quede dudas Lenin, acto seguido, afirmó “soy el presidente de todos”, y “mi ideología es el Ecuador”.
En tono amable y estilo conciliador, el flamante presidente de Ecuador, reiteró su postura de manos extendidas y ahora de “brazos abiertos”, a todos los sectores del país que anhelen una convivencia de diálogo, inclusión y democracia. Moreno, con talante sereno -agitado a momentos por la emoción de sus palabras- y con toques de humor, marcó la cancha con claras ideas núcleo: un estilo político de gobernanza dialogante, reiteración de una política social incluyente con enfasis en los más desprotegidos. Confirmó las reglas del juego económico -incluida la dolarización- con reactivación y participación de todos los sectores productivos, particularmente del campo. Hizo una reafirmación ética de lucha en contra de la corrupción, el dispendio estatal, o la falta de compromiso burocrático, entre otros eventuales riesgos que puedan amenazar al gobierno. El ámbito de sus preocupaciones prioritarias incluyó aspectos de la política internacional de paz que llevará adelante, la salud y educación gratuitas y construcción de viviendas para los ecuatorianos de extrema pobreza, entre otras medidas sociales. No obstante, en su discurso se observó una omisión a la cultura, -forma de ser esencial del país intercultural- y deuda que prometió saldar en campaña, que reclama cabal cumplimiento.
Moreno, con nueva retórica, hace sentido a la dinámica social del país aseverando que todos “estamos programados para cambiar”. Una frase incitadora que sugiere la aspiración del mandatario de no anquilosarse en un pasado y, por otra parte, una señal de que su gobierno hará modificaciones al modelo de gobernanza vigente. ¿Cuales? Está por verse. Más aun, cuando reitera que el líder del proceso que él preside -la revolución ciudadana- sigue siendo Rafael Correa. Si el cambio de estilo supone alejarse del líder o, por el contrario, sujetarse a sus designios, tendrá que poner en práctica su promesa de inaugurar un “ineludible diálogo nacional” con todos los sectores, incluido el propio Rafael Correa.
El rasgo humanista que pretende imprimir a su gobierno, lo sitúa por encima de las confrontaciones de clase, etnia, género y condición cultural. Lenin dijo que es preciso que “seamos amos de nosotros mismos”. Se debe entender que no debemos aceptar otros amos, externos o internos, y que, por el contrario, es preciso que “juntos tomemos el timón de la patria”, en una gesta de conciliación nacional necesaria y desteñida en los últimos tiempos.
Es la hora de ensayar nuevas formas de hacer política, pero confirmando, consecuentemente, los contenidos y principios del proceso de cambio revolucionario. Una revolución ciudadana de la que Lenin dijo ser “testigo presencial de esta leyenda y parte de ella con tesón”. Una praxis que sinceró el discurso político y echó las bases de un Ecuador más justo y solidario. En este nuevo estilo presidencial de conducir al país, deben caber todos “los luchadores de la paz y de la vida”, a quienes el presidente Lenin Moreno, en su palabra inaugural, dio la bienvenida. Ese es el cambio para el que estamos programados.