En un marco de austeridad y camaradería se dieron cita en Casa Éguëz intelectuales, artistas, académicos, estudiantes y público en general, para honrar la memoria de Agustín Cueva en el vigésimoquinto aniversario de su fallecimiento. Agustín Cueva, nacido en Ibarra en 1940, es uno de los iniciadores de las ciencias sociales del Ecuador y uno de los académicos ecuatorianos que mayor influencia tuvo a nivel latinoamericano, fue el ensayista pionero de la enseñanza a nivel universitario, escritor teórico marxista y crítico literario.
El anfitrión, Iván Éguëz, recordó que la revista Rocinante editó dos números dedicados al ensayista ecuatoriano, autor de Entre la ira y la esperanza -obra crítica de la cultura ecuatoriana-, con quien se exilió en Chile en los aciagos días de la dictadura del triunvirato militar en los años setenta.
Éguëz destacó que “Agustín Cueva poseía el don de explicar con sencillez cuestiones complejas, tenía vasta formación teórica, gran conocimiento de su país, defendía sus posturas con pasión y solidez. A veces usaba un agrio sentido del humor, pero sobre todo tenía una enorme sensibilidad estética y un gran sentido humano”.
Ronda de evocaciones
El panel integrado por Abdón Ubidia, Napoleón Saltos y Alejandro Moreano, presentó un perfil humano, político e intelectual de Cueva, destacando su vida y obra que constituye un elemento central del pensamiento social ecuatoriano. Sus “grandes y originales aportes, sus intuiciones, vacíos, errores y limitaciones, permitieron avanzar al pensamiento crítico en medio de contradicciones y enfrentamientos, mantienen sorprendente actualidad”.
Napoleón Saltos Galarza, politólogo y catedrático universitario, señaló que la memoria de Agustín Cueva permite intercambiar diversos caminos que abrió respecto a la cultura, en el instante mismo en que se conmemoran 25 años de la muerte de Cueva y 50 años de la creación de la Escuela de Sociología de la Universidad Central, obra del ensayista ecuatoriano. Su disertación “Con Agustín” destacó que, luego de 25 años sin Agustín, su obra quedó trunca por su muerte prematura. El camino que existe por delante, no solo implica el comentario, sino la interpretación, la crítica, el debate y proyección de sus escritos, señaló Saltos. La “originalidad de América parte de su complejidad estructural”, es una tesis de Cueva compartida por la corriente crítica del pensamiento social ecuatoriano. Saltos, citando a Cueva, puntualizó que “la opción teórica por el marxismo que se fundamenta en la presencia de una definición política, -poniendo de relieve esta teoría al servicio de la transformación revolucionaria de la sociedad-, impone la tarea de producir cierto tipo de conocimiento adecuado al fin que explícitamente persigue”. Este conocimiento producido por los ensayos de Agustín, confirma que “no es posible separar al Cueva teórico, del Cueva literario y al Cueva militante”, concluyó Saltos. La obra de Cueva queda abierta, pero inconclusa. Una obra marcada entre “la euforia romántica de los sesenta, desde el influjo de la Revolución cubana y la defensa del compromiso revolucionario, hasta la caída del muro y el cerco al marxismo y la incertidumbre de un tiempo histórico”.
El escritor Abdón Ubidia perfiló la estatura literaria de Agustina Cueva, en un contexto en que formó parte de una generación que rechazaba el mundo consumista y volvía a las formas elementales de la existencia y a la promesa del hombre nuevo. “Una época donde había grandes invocaciones del arte hiperrealista y el arte pop, que dieron lugar al boom literario latinoamericano, con una cantidad de esplendidos intelectuales -como Cortázar o García Márquez-, cuyo correlato tenía vínculos con la sociología, con nombres tan importantes como el de Agustín Cueva”, señaló Ubidia. Recordó los días en que se reunía con Agustín y otros intelectuales en el Café 77 en Quito, -donde hacían nido los Tzántzicos-, y trajo a la memoria los estudios de Cueva sobre Juan Montalvo y Juan León Mera. También evocó “el develamiento del mito que hizo Cueva de la generación literaria de Los Decapitados, a quienes mostró como provenientes de la aristocracia más refinada del país, y como seres absolutamente golpeados, desprotegidos, por el embate de la revolución liberal; una aristocracia a la que no le quedaba, sino el refugio en los ensueños franceses y el destino final de todos ellos en las drogas y el suicidio”. Ubidia, destacó que Cueva fue “el feroz crítico literario con una inteligencia auscultadora, que invitaba a seguir de manera tan clara los ecos del arte y de la literatura”. Cueva mantenía nítida la relación entre la literatura y la realidad que, no era un reflejo, sino una analogía de la realidad en un mundo cada vez más degradado. Cueva, analizó la obra de Dávila Andrade, Jorge Icaza, entre otros escritores ecuatorianos, con un estilo mordaz, pero también riguroso. ¿Dónde está el sociólogo? se pregunta Ubidia, y responde: Cueva es un literato palpitante y verdadero, que sabe que el lenguaje que más comunica es el lenguaje literario, el lenguaje de las emociones, concluyó el intelectual ecuatoriano.
El catedrático Alejandro Moreano, en su intervención, ubicó la vida y obra de Agustín Cueva entre dos épocas: la de la Revolución Cubana y la del derrumbe del muro de Berlín, símbolo de la caída del socialismo europeo. Hizo mención a la obra colectiva en que participa Cueva junto a otros pensadores, Ecuador pasado y presente, libro que establece las pautas del desarrollo de la sociedad ecuatoriana en sus distintas épocas. Esa obra, dijo, va acompañada de un «creativo e imaginativo análisis del velasquismo”. Paradigma del caudillo ecuatoriano, a quien Cueva llamó “ese largo cristo de hueso”, en una época en que el cura y el abogado marcaban los imaginarios de la cultura ecuatoriana. En la segunda época se produce en América Latina un tránsito, mientras que la primera época estuvo más concentrada en el área andina y centroamericana donde estuvieron los grupos guerrilleros. Luego hay un desplazamiento social, de clase y geográfico al cono sur. Esos dos momentos Cueva los vivió en Chile. La obra de Agustín Cueva, dijo Moreano, es un intento de tachar las democracias restringidas que debilitaban la radicalidad del marxismo. Cueva muere en 1992, año en que la caída del muro de Berlín está en su momento más catastrófico. Un tercer momento -que se está demorando un poco- es el de la reconstrucción de un pensamiento crítico en las nuevas condiciones. En este periodo, Agustín Cueva está vigente y este homenaje es de una pertinencia extraordinaria, en los 25 años de su desaparición física, concluyó Moreano.
El encuentro con el pensamiento de Agustín Cueva en Casa Éguëz, marca un nuevo paso del centro cultural quiteño de convertirse en la sede de la cultura al alcance de todos.