Una de las palabras más expresivas y, al mismo tiempo, connotativas del idioma castellano, es la palabra diversidad. En su origen latino, diversidad fue para los parlantes antiguos la existencia de la otredad. En su prefijo di, se quiso significar divergencia, multiplicidad. Mientras que el verbo verteré o verter, habría de connotar el giro, dar vueltas. En tanto, el sufijo dad, pervive en el sentido de voluntad, universalidad.
La diversidad advino, entonces, como sustantivo femenino en la idea de desemejanza, pluralidad o multiplicidad. Y en un sentido más amplio, en abundancia en el reino de la variedad. Su antónimo, siendo la homogeneidad, no excluye a la adversidad en sentido contrario a la generosa palabra diversidad.
Serían el hombre y la mujer en su tiempo de laburo y ocio, -adversos y también diversos- que darían el significado más feliz al vocablo diverso: diversitas o divertir. En su acepción moderna, aquel tiempo sublime del divertimento, o divertirnos en la exultación de la vida.
En esa insoslayable otredad es que la democracia, o el poder del pueblo, solo es posible. En el reconocimiento de que para ser iguales, hay que ser diversos, reconocernos distintos. En esa distinción esta lo inclusivo como consenso opuesto a lo exclusivo, contra aquello que ostenta ser inalcanzable, único. En la diversidad ocurre el milagroso reconocimiento de ser distinguidos. Pero esa condición dispar, no es asimetría humana en sentido de injusticia, lo desigual no es negación del otro, sino todo lo contrario. La disparidad no es desigualdad excluyente, sino más bien unidad en la diversidad.
En la ceremonia en la que las autoridades del Consejo Nacional Electoral (CNE) entregaron las credenciales a Lenin Moreno y a Jorge Glas, en calidad de Presidente y Vicepresidente del Ecuador, respectivamente, el mandatario electo dijo que es el presidente de la diversidad. Era la primera ocasión en que Lenin utilizaba el término, públicamente, para denotar su estilo de gobernabilidad y su decisión de hacer “Un gobierno de diálogo, de la diversidad, de la solidaridad y de todos los ecuatorianos”.
No lo pudo prometer mejor ni decir mejor, usando una palabra generosa y, por tanto, más acreditada del vocabulario. El flamante mandatario electo afirmó que es el momento de renovar el compromiso de enfrentar juntos los nuevos retos y los nuevos desafíos: “Soy el presidente de los ecuatorianos y trabajaré por cada uno de ustedes, por los que votaron por mí y poniendo mucha atención en aquellos que no lo hicieron, seré el presidente del diálogo, de la diversidad”. El presidente pidió contar con él, pero también recordó que hay una corresponsabilidad, por lo que espera la misma respuesta por parte de la ciudadanía.
¿Será esto posible?
Si, a condición de que somos un Estado unitario, en un país diverso. Puesto que, vivir en democracia, es coexistir en la diversidad política, social y económica y no ser excluido, o despreciado, por origen o condición alguna. Por eso, para ser iguales hay que reconocernos diversos.
Y ya en uso y aplicación consuetudinaria de la palabra diversidad, amerita subrayar que la globalización -externa e interna- es un peligro para la preservación de la diversidad cultural, puesto que acredita la pérdida de las costumbres tradicionales y típicas de la sociedad, estableciendo características universales y unipersonales.
El Ecuador intercultural debe hacerse realidad en los hechos culturales. Que la diversidad cultural, o diversidad de culturas, refleje la multiplicidad, la convivencia y la interacción de las diferentes actividades coexistentes en el territorio en similitud de derechos. Y la diversidad étnica sea la auténtica unión de diferentes pueblos en una misma sociedad, y que cada uno posea sus propias costumbres, lenguaje, piel, género, religiones, fiestas tradicionales, vestimenta, comida como derechos irrenunciables de cada pueblo.
Esa diversidad lingüística de la que hace gala el Ecuador, deberá ser en la vida real el armónico reconocimiento a la existencia de una multiplicidad de lenguas -tanto orales como escritas- dentro de la vastedad de un espacio geográfico regional, también vasto. Y la diversidad sexual -heterosexual, homosexual, bisexual y transexual-, reclamada por minorías que han hecho sentir sus derechos, bajo el más cruel escarnio social y represión civil, deberá poner en práctica la anhelada convivencia entre seres humanos tolerantes.
Lenin dio una nueva señal de ser el presidente del diálogo, en el país más diverso del mundo. Esto significa, lisa y llanamente, que la diversidad funcional que rige nuestra convivencia como nación, es reconocida por el poder como un hecho y un derecho de todos los individuos de la sociedad, en que cada cual tiene determinadas capacidades y, por tanto, determinadas necesidades. No será fácil, ni menos difícil, inaugurar la república de la diversidad. Es cuestión de asumirlo con total voluntad ciudadana.