Solían llegar cartas con poemas escritos por un poeta imaginario a mi domicilio, en casa de mi madre, contenidas en el trajinado buzón de cuero que colgaba de la esmirriada figura del cartero. Hoy ya no llegan cartas ni poemas: el cartero ya no existe, ahora existe el feisbuk y mi madre tampoco existe. Pero esta madrugada, revisando ese muro de los lamentos de la red social, llegó un poema escrito a la madre por César Dávila Andrade y que posteó mi queridísima amiga Luk. En seguida emerge de la bruma de mi mente la figura también esmirriada -como la del viejo cartero- de nuestro poeta suicida. César era tan flaco, que le decían el fakir, por sus huesos a flor de piel de quijotesca apariencia y su afición al ocultismo.
Este poeta suicida cumple cincuenta años de haberse quitado la vida. Una vida que le había arrebatado antes la pobreza de su humilde familia, la imposibilidad de terminar sus estudios en su Cuenca natal, la negación de un futuro en su tierra ecuatorial, que tuvo que migrar a Venezuela, en 1951, acompañado de Isabel Córdova, la mujer que lo amó. En Caracas ejerció el periodismo y escribió gran parte de su obra, hasta el día en que decidió quitarse la vida un 2 de mayo de 1967, a los cuarenta y nueve años de edad.
César Dávila descendía de un héroe de la independencia, el general José María Córdova, pero de su infancia nunca pudo liberarse de un destino de privaciones materiales que ahogó en su afición al alcohol. Había nacido en el hogar de un empleado público y una costurera que cocía para sostener a la familia.
Una reseña biográfica del poeta consigna que Cesar Dávila Andrade, “cursó la primaria en la escuela de los Hermanos Cristianos. Después se matriculó en el Normal «Manuel J. Calle» donde aprobó hasta el segundo curso. También estudió un año en la Academia de Bellas Artes. Durante esa etapa empezó a escribir poesías como simple pasatiempo. Su tío César Dávila Córdova era poeta y crítico y un primo hermano Alberto Andrade Arizaga era famoso en el periodismo azuayo por sus magistrales escritos que firmaba con el pseudónimo de Brummel. A este primo dedicaría en 1934 su primer poema conocido «La vida es Vapor», donde se nota el precoz uso de términos surrealistas. Para ayudar al mantenimiento de la casa ingresó de amanuense en 1936 a la Corte Superior de Justicia, con un sueldo bajísimo, que entregaba a su madre diciendo «ahora sí estoy feliz, porque ya no tengo medio en el bolsillo», aunque después le solicitaba préstamos para comprar cigarrillos de envolver”.
Desde su juventud mostró afición por el esoterismo y practicaba el hipnotismo con su hermano Olmedo, al que una tarde casi no consigue hacerlo volver en sí. Otras tardes y a la salida del trabajo, paseaba por el patio familiar con un gato dormido en su hombro. En otras ocasiones leía con el gato sus «libros raros», como él llamaba a los de Ciencias Ocultas.
La crónica dice de Cesar Dávila Andrade que “en 1955 seleccionó sus mejores Cuentos nuevos y la Casa de la Cultura los publicó bajo el título de «Trece Relatos» en 182 págs. Obra que cimentó definitivamente su prestigio del mayor poeta y cuentista de la generación,» con cuentos fuertes, adensándose hasta convertirse en ambientes calcinados, asfixiantes, que pesan sobre sus antihéroes, exasperándolos y hundiéndolos en el mal»; sin embargo, su preocupación por la enfermedad y la muerte, que ya se insinuaron en el primer libro «Abandonados en la tierra», ahora se torna en obsesión. La obra más conocida del poeta, publicada en 1959 y comparada con Alturas de Macchu Picchu, de Pablo Neruda, marcó un hito en la poesía americana y ecuatoriana. Boletín y Elegía de las Mitas ha opinado Rodrigo Pesantez Rodas, «es un poema de fundición, donde la historia se torna epopeya y el lirismo se vuelve monólogo y coro a la vez, para gritar la más grande profanación del siglo: la muerte y sacrificio de una raza de dioses dormida en el mito y de pronto despertada por la ambición conquistadora”. El grupo literario Madrugada fue fundado por Dávila Andrade junto al publicista Galo René Pérez, en Quito, en 1944. En la revista del grupo el autor solía publicar sus poemas, además de escritos críticos y políticos.
Hoy que se cumplen cincuenta años de su suicidio, llegan a la pantalla de mi laptop -por obra y gracia de mi amiga Luk- bellísimos versos a la costurera humilde, a la madre de César Dávila Andrade, escrito con el puño y letra emocionada del poeta siemprevivo.
Carta a la Madre
A estas horas ya habrás cenado
ese pan tan delgado, que al mirarlo,
produce una sonrisa y una lagrima.
Y pensar que yo nunca sentí tu hambre,
que te robé un árbol azul y dos arbustos blancos
y que por eso hoy tienes marchitas ya las venas,
y descalza la blanca altura de los senos,
y que un ángel oscuro con un nombre extranjero
tal si fuera una puerta, a tu esternón golpea…
No madrugues a misa ni cojas el sereno.
Yo sé muy bien que amas con el dolor de Cristo.
Mil noches de costuras te han llagado los ojos
y la malva morena de tus sagradas manos
tiembla ya con el viento que gira en la ventana.
No sufras porque el sábado amanezca con lluvia
ni porque el río baje con un ramo de lirios.
No sufras porque ha muerto esa gallina blanca
con la que hablara en sueños, una noche, mi hermana.
Ya recibí tu carta. ¡Escrita con romero y pestañas azules!
Me cuentas que se ha muerto mi prima María Augusta.
Ahora que estoy lejos te diré: Yo la amaba.
Mi timidez de entonces me quebró las palabras.
Baja mañana a verla con un ramo de nardos,
y recítale alguna oración impalpable.
Dile que ya no bebo y que he pasado el año.
Ahora que estoy lejos te diré: ¡Cuanto la amo!
Dime sinceramente qué piensas de este hijo.
Te salió tan extraño.
Renunció todo aquello que los otros ansiaban.
y se hundió en sí, tanto, que quizá no es el mismo…
Seguramente piensas: «Estará enamorado».
Y habrás adivinado. Encontré una muchacha
con una voz blanquísima y los filos dorados,
el pelo hecho de espiga y sortijas de malta.
Y ahora, yo quisiera decirte que te amo,
pero de una manera que tú no sospechaste.
Verás. Ahora te amo en todas las mujeres,
te amo en todas las madres, te amo en todas las lágrimas.
Tú dirás «Esas cosas que tiene…»
No sé qué le ha pasado. Talvez esté enfermo.
Talvez los libros raros…
Es que el amor de antes se me ha vuelto tan claro
que siento que ya nada es para mí extraño.