El sentido del Primero de Mayo cambia, según la historia de los pueblos del mundo. Para unos es la celebración por la conquista de los derechos laborales, para otros una jornada de lucha por conquistar esos derechos. Así Cuba y sus trabajadores celebran de manera distinta a los operarios argentinos, por ejemplo. En el primer caso los trabajadores están el poder revolucionario, en el segundo los trabajadores resisten despojados del poder político, viviendo la explotación laboral bajo uno de los gobiernos más reaccionarios del continente.
No obstante, esta efeméride que conmemora la lucha de los obreros de Chicago iniciada en la huelga del 1 de mayo de 1886, donde 38 obreros fueron asesinados y 115 heridos por la policía estadounidense, al intentar reivindicar la jornada laboral de ocho horas, es una motivación clasista poderosa para que, tanto argentinos como cubanos, chilenos y ecuatorianos, norteamericanos, chinos y rusos, y los trabajadores de todo el mundo, rindan culto al ejercicio vital más nóble del ser humano: el trabajo.
El primero de mayo no recordamos a los muertos de Chicago, pues la matanza de Haymarket ocurrió el 4 de mayo de 1886. El primero de mayo, recordamos el día en que los trabajadores salen a las calles a exigir el cumplimiento de lo que ellos decidieron como justo para todos los trabajadores, organizados en base a los principios federales y el ejercicio directo de la democracia.
El mundo laboral enfrenta en estos días -de la llamada posmodernidad- una post época revolucionaria en que el signo de este tiempo es la división existente en el seno de la clase obrera, la revisión de sus clásicas tesis políticas, la desmovilización en torno a la lucha por el poder, que resulta ser reemplazada -en diversos países- por elementales reivindicaciones económicas o demandas de carácter social frente a regímenes antipopulares.
En el Ecuador en proceso de cambio social, amenazado por las fuerzas más reaccionaias del continente y del país, la clase obrera está llamada a contribuir con su visión clasista a la profundización de las transformaciones en el orden económico y político, para cambiar cualitativamente el asistencialismo estatal y recuperar un rol protagónico en la lucha por el poder real. Un poder sin intermediarios, de participación activa y directa de los trabajadores del campo y la ciudad, en la creación de un Estado, no solo unitario, sino además popular y ciudadano. Amerita en este momento histórico del país la más amplia movilización popular en defensa de las conquistas laborales que ha implementado el régimen, pero con un irrenunciable sentido de multiplicar dichas conquistas en beneficios de los hombres y mujeres que viven de su trabajo.
Ahora más que nunca es necesario que los trabajadores renueven esfuerzos en la lucha por reconstruir sus organizaciones clasistas y sindicales de carácter anticapitalista y democrática. Que sean dignas herederas de las luchas continentales en las salitreras, de las mancomunales y los cordones industriales, en las pampas, en las ciudades, en cada lugar donde un trabajador continúe siendo explotado por el capital. Organizaciones sindicales reconstruidas en torno a la democracia directa, con dirigentes revocables, y un protagonismo de los trabajadores de las bases. El sentido trascendente del 1 de mayo, como conmemoración o jornada de lucha, dependerá de cómo la clase trabajadora reconstruya su propia historia.