El horizonte marino se funde con el cielo en un azul interminable. Desde mi mesa se domina una bandada de gaviotas blancas que se posan en las embarcaciones pesqueras que se hacen a la mar. Todavía el mesero no trae el pargo frito con la ensalada y sus aderezos, cuando un hombre de aspecto montubio y sombrero de paja toquilla, deposita Cien años de Soledad, de García Márquez, sobre la mesa. Sonríe con esa cordialidad que caracteriza a los manabas que viven del turismo en feriados largos. Saluda afable, y luego cuenta que su librería ubicada en el centro de Manta vende mejor, cuando trae los libros a la playa en busca de lectores serranos que vacacionan y “que leen más que los costeños”.
Afuera del comedor manabita el carrito con sombrilla de sol, de Luis Ignacio Loor, es una biblioteca ambulante, con títulos tan sonados como La casa de los Espíritus, de Isabel Allende, Rayuela de Julio Cortázar, entre otros exponentes del boom de los años sesenta. El hombre cuenta que un día decidió traer los libros a la orilla de mar, convirtiéndose en el primer librero playero que vende textos literarios como lo hace el heladero, el sombrerero o el vendedor de jugos de fruta bajo en sol abrazador de la playa El Murciélago, en Manta. Dice que sus lectores compran desde libros de autoayuda hasta novelas de escritores célebres, cuyas obras transitan por circuitos de grandes librerías como Mr. Book, que se instaló hace menos de un mes en el nuevo Mall del Pacífico de Manta, pretendiendo “romper el mercado” con una competencia desigual, según nuestro librero de playa.
Miro los libros de títulos célebres en el display literario del carrito dispensador, y surgen las imágenes de aquel artículo de Roland Barthes Un escritor en vacaciones, incluido en su libro Mitologías, cuando todo hace pensar que un intelectual no deja nunca de serlo -aun frente al mar, bajo el sol abrazador de un cielo azul interminable- aquí en Manabí o en la Costa francesa. Como si se tratara de un estigma, a diferencia del lector empedernido, el escritor en vacaciones no abandona su postura indagadora. Los escritores que, además de escribir textos propios tienen que trabajar de alguna otra cosa para subsistir, entran dentro del mito planteado por Barthes.
“Una mirada burguesa sobre el oficio de escribir, y una mirada romántica sobre el lugar que la sociedad les da a los escritores. O les daba. El escritor acepta sin duda que está provisto de una existencia humana, de una vieja casa de campo, de una familia, de un short, de una hijita, etc., pero contrariamente a los otros trabajadores que cambian de esencia y en la playa no son más que veraneantes, el escritor conserva en todas partes su naturaleza de escritor; al tener vacaciones, muestra el signo de su humanidad; pero el dios permanece, se es escritor como Luis XIV era rey, incluso en el inodoro”, afirma Barthes. Pero el lector de nuestro país, solo lee medio libro de promedio al año y se convierte así en el desafío de toda campaña de lectura emprendida por la empresa privada, o del plan de lectura que aún nos debe el Estado a los lectores empedernidos.
Luis Ignacio Loor empezó vendiendo pescado hasta el día que se hizo librero por necesidad, hace 15 años cuando un amigo le entregó a consignación unos libros para vender.
–Vi que la gente estaba recostada en la playa leyendo, la gente de la sierra es más lectora. Comencé con una maleta de viajero y me pedían de todo. En el mundo de la lectura hay diferentes estilos. Hay históricos, de motivación, hay novelas románticas, hay novelas de suspenso, de acción, de misterio y terror. Pero el estilo propio de la costa, es de motivación.
Cuando Luis Ignacio se acerca a un posible comprador le muestra un libro de amor, “porque lo primero que uno tiene que hacer es impactar, en las ventas hay una técnica de causar una primera buena impresión”. Luis Ignacio analiza el rostro de la persona, y ofrece un libro para cada actitud. No se considera un buen lector, pero lee sobre finanzas y cómo hacer dinero bajo el principio de ver “el dinero como una herramienta, y no solo como una necesidad, la pobreza está en la mente”, concluye. Suele leer primero los libros que vende, y los analiza, para “ver de qué se trata”. Así creció su negocio de librero, hasta inaugurar un café libro en los bajos del Palacio de Justicia en Manta. La sucursal playera de su librería es un carrito que, originalmente, era del aeropuerto para cargar maletas, ahora sirve para “llevar los libros a la mesa”. Dice haber formado lectores que piden consejos sobre el tipo de lectura que les ayude frente a un determinado conflicto personal, y “encontrar una pauta, un camino para mejorar los problemas que todos los seres humanos tenemos y recuperar la felicidad”, según afirma. Bajo el sol abrazador, sobre el azul interminable del mar, Luis Ignacio, el librero vacacional, me devuelve el sentido de la principal tarea de un periodista escritor: leer por el simple placer de ser feliz.
Fotografías Leonardo Parrini