Al cumplirse, este 1 de mayo, 25 años del fallecimiento de Agustín Cueva, Casa Éguëz dedicará el mes a la recordación del autor, con la realización de varios eventos. Habrá una exposición de sus libros, una muestra de fotográfica de su vida, entre otras actividades.
Cincelar un perfil de un hombre polifacético como Agustín Cueva, supone reconocer la tridimensionalidad de su obra que, según Fernando Tinajero, tiene tres vertientes: la sociológica, otra de carácter político y una tercera de crítica literaria, sin descartar una cuarta posible, la de Agustín Cueva historiador.
Su padre el Dr. Agustín Cueva Sánz fue el primer profesor de sociología en la Universidad Central y presidente de la Constituyente de 1928. Fallecido al año siguiente al nacimiento de su hijo, influyó de manera decisiva en la vocación de Agustín. Hijo único fue educado por su madre, doña María Dávila. Cueva, luego de cursar la secundaria siguió la carrera de Derecho en la Universidad Católica, y estudió Sociología en el Instituto de Altos Estudios Sociales de Francia. Su primera esposa fue Françoise Perus, con quien procreó su hijo Marcos.
Agustín Cueva, fue ensayista, crítico literario, sociólogo y catedrático universitario, ejerció la catedra en las universidades Central del Ecuador, Concepción de Chile y UNAM de México. Es autor de un texto primordial del pensamiento ecuatoriano Entre la ira y la esperanza (1967). Texto polémico que desenmascara la inautenticidad cultural ecuatoriana dominada por el colonialismo, este texto es punto de arranque para toda aproximación critica al hecho cultural criollo y sus posibles diversidades, en tanto política pública. La concordancia fraternal con el movimiento tzántzico, dada por una cercanía con las letras y con la crítica al orden establecido, sitúan a Cueva como el adalid visionario del quehacer intelectual que anticipa una valoración ética y estética de la cultura nuestra.
He ahí los textos que le hicieron merecedor, en 1991, al Premio Nacional Eugenio Espejo en reconocimiento a la totalidad de la obra. Entre la ira y la esperanza (Quito, 1967); Dos estudios literarios (Cuenca, 1968); Literatura ecuatoriana (Buenos Aires, 1968); El proceso de dominación política en el Ecuador (México, 1972); El desarrollo del capitalismo en América Latina -Premio Ensayo Editorial Siglo XXI- (México, 1977); Teoría social y procesos políticos en América Latina (México, 1979); Lecturas y rupturas (Quito, 1986); La teoría marxista (Quito, 1987); Tiempos conservadores. América Latina y la derechización de Occidente -compilador- (1987); Las democracias restringidas de América Latina en la frontera de los años 90 (1989); Literatura y conciencia histórica en América Latina (Quito, 1993).
Agustín Cueva fue presidente de la Asociación Latinoamericana de Sociología y jefe de la División de Estudios Superiores de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM. Alejandro Moreano, en referencia a la impronta intelectual de Agustín Cueva, escribe: “Agustín Cueva se mantiene en la gran tradición de los ensayistas latinoamericanos y ecuatorianos. Y a la vez, abre el espacio para la reflexión de las ciencias sociales en la vertiente de un análisis crítico del poder y sus formas”.
En el 25 aniversario de su muerte, acaecida en 1 de mayo de 1992, perfilamos el lado humano de Agustín Cueva, con aspectos desconocidos del autor, cuya fuente es la vertiente del diálogo que sostuvimos con Erika Hanekamp, la compañera que vigiló los últimos días de Agustín.
Se conocieron en el año de 1985 y el encuentro tuvo lugar en Quito, durante una fiesta celebrada en casa de Javier Ponce y Lucia Chiriboga.
-Me enamoré, así de simple. Me gustó su forma de razonar, era muy preciso en sus explicaciones. Era muy cortés. Él estaba en el apogeo de su carrera como sociólogo. Él vivió rodeado de mujeres toda su vida.
La convivencia de Erika y Agustín estuvo signada por una relación afectiva armónica que les hacía compartir momentos amenizados por su cáustico humor. Gustaban de salir a comer fuera de casa, y un día llegan tarde a un restaurante de comida típica. El mozo se excusa, y les dice que ya van a cerrar el local, “sino con mucho gusto”; aquella frase se convertiría en una muletilla que Agustín repetía, a menudo, en forma dicharachera. Esa tarde le dijo a Erika: “deberían importar mil panameños para darle vida a esta ciudad, sino con mucho gusto”. En otra oportunidad en que Rafael Quintero -endémico enemigo- había terminado de exponer en una conferencia sus investigaciones acerca del populismo, Cueva haciendo gala de su ingenio mordaz, dijo: “acabamos de escuchar un mar de datos de un centímetro de profundidad”.
En la cotidianeidad Agustín era un ser humano perfeccionista, que hacía gala de un orden inmutable.
-En su trabajo tenía una gran precisión. Yo tengo un cardex suyo, era absolutamente organizado, puntual. En cierta ocasión estaba en México -y todavía existía la Alemania Democrática- y un conocido americanista había pedido hablar con Agustín y llegó tarde, y eso le enfureció: Que tal estoy en América Latina, soy alemán y llego a la hora que le da la santa gana, refiere Erika.
Agustín gustaba de la música en sus más diversas manifestaciones. Solía escuchar a Bach y enseguida podía oír un pasillo ejecutado por Carlota Jaramillo, y luego disfrutar de la colección de música sacra de la iglesia ortodoxa rusa que, celosamente, guardaba Erika. En más de una oportunidad, también compartió con ella una audición de tangos en la intimidad del hogar. Solían viajar por el país y Agustín disfrutaba del ceviche como uno de sus platillos típicos preferidos. Erika se jacta de ser quien enseñó a Agustín la realidad del campo.
-Yo le enseñé el Ecuador rural, él no tenía idea, él era urbano. En una oportunidad, en una hacienda cerca de Quevedo, confundió la efigie de una vaca con un animal real.
No obstante, su sentido del humor, Agustín entristecía y enfurecía ante ciertas circunstancias. Como en una oportunidad en que un general cubano fue condenado a muerte acusado de narcotráfico. En otras ocasiones hacía gala de una exquisita sensibilidad y se alegraba con las cosas simples de la vida.
-Yo tengo una lindísima dedicatoria que me hizo en Caracas en la biblioteca Ayacucho, en el libro 100 Años de soledad. Él me lo dedicó, agradeciéndome que le haya enseñado los almendros.
Erika Hanekamp evoca a Agustín Cueva como un hombre de sólidos principios, consecuente y riguroso, de pensamiento crítico hasta el fin de sus días.
-Se lanzó contra uno de los hábitos perniciosas que existen en la cultura en general: profesionales mediocres que les da lo mismo afirmar cualquier cosa sin fundamentar.
Fuente Revista ROCINANTE Edición Mayo 2017