En todo tiempo asoman adláteres dispuestos a acolitar, con vivo interés o con esperanzas muertas, a quienes se lanzan a la aventura de acceder al poder político. Considerada fuente de riqueza, de prestigio y de influencias, la política es concebida por ellos como el trampolín para capitalizar bienes. Atractivo canto de sirenas para tontos útiles e inútiles que se arriman a supuesto buen árbol, las campañas electorales hacen relucir la fauna y flora del oportunismo humano.
La campaña del banquero Guillermo Lasso, iniciada hace ya unos años en Ecuador, es una muestra fehaciente de arribismo de tomo y lomo, practicado por gente de toda condición que se acercó al candidato con el abierto afán de conseguir réditos económicos, influencias políticas, oportunidades comerciales, algún cargo burocrático, y otras prebendas inconfesables. Los hubo de toda calaña, desde aniñadas reinitas citadinas que terminaron mostrado la hilacha clasista en contra de “los muertos de hambre que se atrevan a llegar al poder”; hasta animadores faranduleros que las emprenden en el micrófono de una radio en contra de las trabajadoras domésticas, a las “que resulta “super caro” despedir sin derechos” laborales algunos.
Están los politicastros de siempre, autoproclamados “líderes o directores nacionales” de movimientos políticos que no tienen más militancia que ellos mismos; y están los prefectos y alcaldes que ponen su cargo, como alfombra roja, a disposición de los designios del candidato banquero, haciendo mal uso de recursos públicos.
Y están las empresas que concurren a hacer jugosos negocios de la opinión popular, tontos útiles para mentir cifras e inútiles para asesorar debidamente al candidato. Encuestadores sin escrúpulos que se inventan un país inexistente en cifras “estadísticamente imposibles”, y los marketeros de pacotilla que mienten al país y a sus propios clientes, a cuenta de mantener la cuenta jugosa de “un candidato ganador”.
Y también están los medios privados -audiovisuales e impresos- que montan “improvisadas” campañas, pero cuidadosamente orquestadas, en favor del candidato banquero al que “le dan diciendo la agenda temática”, las ideas-fuerza y las respuestas junto a las preguntas formuladas en escandalosas entrevistas de periodismo servil que regala todos los días el micrófono, la pantalla y la ética profesional.
Y como vagón de cola, están los ex “revolucionarios”, ex ultra izquierdistas, militantes de partidos y movimientos trasnochados, fracasados del maoísmo, y sumados hoy a la derecha política, que se prestan para vociferar en las calles en favor de un representante, otrora considerado por ellos, “de la oligarquía y del imperialismo yanqui”. Ex profesores de la nefasta UNE que convirtió al magisterio en una secretaria política de la mediocridad, el palanqueo y la utilización de la juventud en interminables e infructuosas huelgas estudiantiles. Plagiadores de una mal llamada “unidad popular” que se prestan -¿gratis o a sueldo?- para agitar en las calles a empingorotadas damas pequeño-burguesas quiteñas que hoy, patéticamente, se dejan conducir en los mítines frente al CNE, -y ahora en el Coliseo Rumiñahui- por los garroteros de siempre.
Y están esas clases medias quiteñas, los “diez mil taurinos” aburridos, sin feria ni bota de vino español, sin mantilla ni pujo medioeval, sin abanico para refrescar sus rostros maquillados, pero reconocidos como carnada del fascismo criollo. Esa gente veleta que está hoy con dios y mañana con el diablo, sin más principios que no sea su avidez por el dinero, el poder y el arribismo hacendatario heredado de sus abuelos guasipungueros.
Esos tontos útiles azuzados a “calentar las calles” del país -con violencia y vandalismo al estilo venezolano por politiqueros que se quieren posicionar como los Capriles y López ecuatorianos, -pero sin los huevos necesarios-, carne y hueso de cañón, expuestos y dispuestos a todo, son los peores acolitadores. Tontos inútiles, porque no sacan tajada alguna, aparentemente, y solo hacen gárgaras con las palabras democracia y libertad. Se arrejuntan con cuatro pelagatos mercenarios, pagados por la campaña del banquero para soportar la lluvia, el frio de la noche a la intemperie o cobijados por las carpas del Municipio quiteño; y, eventualmente, presa fácil de la acción policial cuando se pasan de la raya en sus intentos vandálicos de incendiar Quito.
El pueblo ecuatoriano, que no come cuentos, dijo NO a los adláteres de un banquero políticamente fracasado; a los “periodistas” relacionadores públicos y privados de la campaña de la bancocracia, a los garroteros trasnochados, a los marketeros despistados, a los taurinos sin feria, a toda esa caterva de tontos útiles e inútiles, acompasados por malos estrategas de una campaña que sucumbió frente a la sabia decisión popular.
Foto Telesur