El anfitrión de Casa Égüez me recibe en su mesa de trabajo, hecha de roble en estilo rústico, en la que un Quijote de larga figura vigila junto al inseparable Sancho. Iván Égüez es algo similar, un idealista de la literatura que, de libros, cree en los lectores y en algunos escritores predilectos.
Luego de cruzar un patio de columnas dominado por el imponente mural del pintor Pavel Égüez, que evoca el drama de los migrantes que sucumbe en el mar, se asciende por la escalera de madera que conduce al gabinete de trabajo del escritor. El ambiente es sobrio, en las paredes una fina colección de acuarelas de Ramiro Jácome e Ismael Olabarrieta, alude a diversos capítulos y escenas de La Linares, el libro primordial de Éguëz. La casona que nos acoge está concebida como «un remanso, un sitio donde se pueda (h)ojear un libro o mirar un cuadro, tomarse un café, escuchar música», un centro de cultura al alcande de todos.
-Sí, esta es la casa que hemos restaurado para convertirla en un centro cultural. Es una retribución a la ciudad donde nací, al barrio de mi infancia, cuenta Égüez.
¿Naciste en este barrio?
No, nací donde hoy es la Cancillería. Era una quinta de mi abuelo y él la permutó por una parte del pasaje Najas (contiguo a la Basílica) y unas casas de la calle Carchi. Najas construyó el Palacio Najas, la actual Cancillería.
¿Y lo de la infancia?
Estudié en la Escuela Espejo que queda al frente, una escuela maravillosa que tenía una gran biblioteca, una sala de cine, un museo ornitológico, un mariposario, un laboratorio de Física y Química, una enfermería y un gabinete dental, tres patios, cancha de básquet y posteriormente piscina. Actualmente funciona ahí el Colegio Simón Bolívar. La casa siempre estuvo en mi memoria, pero nunca imaginé esta especie de Itaca donde, seguramente, pasaré trabajando el tiempo que me quede de vida.
Pavel Égüez, pintor e Iván Égüez escritor.
¿Escribiendo, leyendo, conversando?
Sí, el trabajo del escritor tiene otras horas de vuelo. No todos se dan cuenta de que cuando un artista está mirando el horizonte está trabajando, aunque sea como inspector de atmósferas, pero está trabajando, porque uno escribe o pinta o compone música, no solo cuando tiene los dedos sobre el teclado, o el pincel en la mano, sino cuando la cabeza se va llenando de palabras, de imágenes, de reflexiones y de proyectos que en determinado momento se convierten en textos, en cuadros, en actividades, es decir, en realidades.
¿Estás haciendo realidad algo acariciado desde hace tiempo?
Sí, es la materialización de un sueño que no tenía un lugar concreto. Pero, como digo siempre, para que las cosas existan primero hay que soñarlas.
¿Por qué ese matiz entre la casa física y ese no lugar?
Eugenio Espejo decía que las ciudades no son las casas, las plazas o las calles, sino las gentes que las habitan; glosando su pensamiento diría que las casas no son las paredes y el techo, sino el abrigo que brindan, la hospitalidad que ofrecen. La idea primordial de “casa” es el dolmen megalítico, un espacio de protección, de encuentro.
En esta época, donde la vida cotidiana es más bien bulliciosa y a empujones, Casa Égüez está concebida como un remanso, un sitio discreto, amigable, donde se pueda (h)ojear un libro o mirar un cuadro, una escultura, tomarse un café, escuchar música a un volumen que permita conversar.
¿Por qué el nombre de “Casa Égüez”?
Bueno, hubo una Casa Égüez fundada por mi abuelo Alejandro en 1906, quedaba en el Palacio Municipal y era la casa comercial que importaba artículos para caballeros, en especial los famosos sombreros Stetson, y las pipas (cachimbas) de brezos, ahí se reunían los diputados para el conchabo antes de entrar a las sesiones.
¿Pero en qué se parecen un sombrero y un libro?
En que ambos protegen la cabeza. Aparte de eso que es solo un detalle de época, esta casa fue adquirida por la Corporación Eugenio Espejo, que es un proyecto cultural conformado por mi familia. Mi hijo, que es economista, es el actual presidente, y mi hermano Pavel el vicepresidente. Escogimos ese nombre como cuando escogemos uno para una colección o para una revista. La casa, en su patio principal tiene un mural del Pavel, pintado al fresco, sobre el tema de los migrantes que mueren en el mar antes de alcanzar las costas. Yo digo en sordina que la casa es una obra de albañilería para dar soporte al mural. Pero no hay duda de que se trata de una obra que, respetando las características estructurales de la casa patrimonial, la ha acondicionado a las necesidades de un centro cultural. La restauración Estuvo a cargo del arquitecto Guido Díaz, que además es un buen cuentista. El Diccionario del Diablo, de Ambrose Bierce define al arquitecto como: “al que traza los planos de nuestra casa y planea el destrozo de nuestras finanzas”, dice con humor negro.
La casa tiene espacios de multiuso para auditorios, salas de exposiciones o para determinadas ferias y eventos. Tiene un altillo de entrepiso, todo de madera, construido con vigas diagonales como cuadernas de barco. No viviré aquí, pero podrán hospedarse por unos días escritores o escritoras, amigos y amigas de la poesía. Tendrán dónde hacerse un café y dónde reposar después de andar por las calles de Quito.
Y, sobre todo, espacios para libros, los que podrán ser prestados, comprados o canjeados. No tendremos todo desde el comienzo, pero poco a poco la iremos completando. La cafetería, por ejemplo. Por ahora tenemos la anatomía, falta la fisiología. No tenemos la ayuda de nadie. Los usuarios serán nuestro mayor estímulo.
¿Hay una vinculación con el barrio?
Es una intervención cultural en el barrio. Casa Égüez será la casa de los libros y, por feliz coincidencia está en el barrio donde se los produce, sector conocido como América por sus calles que llevan el nombre de países o ciudades del continente, asentamiento de más de un centenar de imprentas, talleres y negocios que tienen que ver con la actividad editorial, fruto del emprendimiento vocacional, familiar, muchas veces hereditario, de sus dueños. Las primeras dos imprentas surgieron en la calle Juan Larrea y Riofrío de propiedad de Guillermo Rodríguez y Marcelo Paredes y, a partir de allí, crecieron otros negocios del sector editorial.
Estos son los verdaderos emprendedores, la mano de obra calificada en labores editoriales. Ellos, junto a los pequeños editores deberían de ser los beneficiarios directos de cualquier política cultural.
¿Habrá una inauguración?
Por el momento hablemos de una pre inauguración: la entrega del Premio La Linares, el sábado 22 de abril, víspera del Dia Internacional del Libro. Y una Feria del Libro Abierto, de editoriales ecuatorianas e internacionales, donde el libro más caro costará 10 dólares. Es otro modelo de gestión cultural.
Casa Éguëz, ubicada en la Rio de Janeiro y Juan Larrea permanecer abierta todos los días de 10h30 a 19h00 y en horario extendido cuando se realicen eventos.