De cara a la segunda vuelta, oposición y movimiento oficialista recomponen fuerzas. El propósito es sumar y multiplicar en beneficio propio, dividir y restar en perjuicio del contrincante. Para marcar la cancha, los mentalizadores de la campaña en esta etapa fijaron puntos claves del discurso que repitieron los candidatos y voceros de ambas candidaturas. Se trata, no solo de discursos, sino de una comunicación que va más allá del signo lingüístico, que incluye gestos, silencios, tonos de voz, muecas y sonrisas estudiadas, maquillaje cutáneo y compostura física.
La campaña de segunda vuelta agitó contenidos diversos, temas y promesas electorales que delinean el escenario al cual los candidatos buscaron llevar al electorado. El éxito deberá ser visto en relación a la capacidad o no, de interpretar necesidades populares, atavismos, frustraciones y aspiraciones de un imaginario social complejo y diverso. Será clave el acierto al pasar la línea divisoria entre lo bueno y lo malo, lo viejo y lo nuevo, lo aceptable y lo rechazable. En definitiva, definir qué es lo que está en juego en esta segunda vuelta.
Para el conglomerado alineado con la candidatura de Guillermo Lasso, el tema central de campaña dejó de ser la oferta del “millón de empleos”, y pasó a ser “la defensa de la libertad y la democracia”. Viejo argumento de la derecha internacional desplegado en las luchas electorales de Latinoamérica, orquestadas al calor de furibundas campañas de propaganda anticomunista. En la campaña también han cumplido agenda de medios Oswaldo Hurtado, -que llamó a votar por un “modelo económico liberal”-, Jaime Nebot, Cynthia Viteri y Guillermo Lasso, en calcado argumento con frases clises que buscan definir lo que está en juego. Con sutiles matices, todos hablan de defender la libertad y la democracia, pretendiendo trazar la línea divisoria en el eje opositor Correa-anti Correa. Al clamor del mitin realizado por la derecha y sectores de centro e izquierda frente al CNE se coreó “Fuera Correa, fuera”, como una consigna que sintetiza lo que para ellos es la máxima preocupación política que los puede unir.
Como eco del coro derechista, una “izquierda” desnaturalizada es usada para llenar espacios en Facebook o en calles aledañas al CNE. Una izquierda que reconstruye su identidad perdida, en base a una oposición anti correista, incapaz de construir en diez años un verdadero proyecto de poder popular que corrigiese el rumbo de la revolución ciudadana.
Una imagen simbólica se ha fijado en las cámaras y en retina de los ecuatorianos: un manifestante blanco y elegante pide a un limpiabotas una lustrada. Simbólica porque, analógicamente, la Izquierda Democrática, la Unidad Popular y Pachakutik -de hinojos- hacen de lustra imagen a la derecha conducida por la bancocracia. La reunión “espontánea” frente al CNE que pretenden reeditar el 2 de abril, arguyendo fraude electoral o para provocar incidentes de insospechadas proporciones, no es más que el intento de pasar la línea divisoria entre correista y anti correista.
En realidad lo qué está en juego, es la contradicción expresada en el eje izquierda-derecha, es decir, la lucha entre la restauración conservadora que aspira a reimplantar el sistema político de la partidocracia, versus la consolidación del proyecto político del gobierno de la revolución ciudadana. En esa contradicción, una tibia socialdemocracia se alinea con quien debería cuestionar políticamente: la derecha que la mantuvo al margen del escenario político por años. La década correista, con su correlato de estabilidad económica, estabilizó también el sistema político y cerró el espacio para los outsiders, provenientes de los elementos renegados de centro derecha o centroizquierda.
La derecha por su parte, ha hecho todo lo posible por convertir el centro de la campaña en un gigantesco plebiscito sobre los diez años de correísmo. Su discurso pretende recomponer el capitalismo más salvaje y neoliberal con predominio del capital financiero, no productivo. Un esquema que pinta a todas luces represivo, racista, machista y antipopular. En términos laborales se propone la tercerización y flexibilizacion laboral con pérdida de derechos de los trabajadores y la sindicalización reprimida. En cuanto al rol del Estado, la derecha neoliberal sugiere un estado debilitado, sin referentes institucionales creíbles y confiables. Políticamente el paradigma neoliberal implica una pérdida de los referentes de inclusión, justicia y equidad, al mismo tiempo una represiva política antipopular. Los propósitos de la política económica también son claros, privatización a ultranza de los derechos públicos a la educación, salud, seguridad social y servicios básicos. La cultura, esa otra promesa incumplida por el Estado, en manos de gobernantes neoliberales tendría una expresión mercantilista, elitista, como mero espectáculo y entretenimiento de masas bajo la opacidad de la obsolescencia cultural. Las derechas amplían mucho más esa crítica hacia el estatismo económico, el intervencionismo excesivo en el mercado laboral y la falta de incentivos suficientes para la operación del sector privado. Una derecha que no tiene vergüenza en defender los paraísos fiscales y las empresas offshores.
No obstante, diversos analistas coinciden en que la lucha no es entre Correa y la oposición aupada y financiada por sectores de la bancocracia. La dicotomía es entre la derecha remozada que responde a las estrategias imperialistas contra el proyecto revolucionario ciudadano que si bien, no cambio los medios de producción de dueño, desarrollo ciertas fuerzas productivas, no hizo una revolución cultural, modernizó el Estado, incluyó en los beneficios de la renta petrolera a sectores históricamente marginados, enunció derechos colectivos civiles e individuales, así como de la naturaleza. Un gobierno que creó un entorno propicio para la educación en los niveles básicos medios y superiores, democratizó el acceso a la salud preventiva y atención médica, creo una infraestructura vial que incide en el desarrollo comercial del país, planteó una soberanía política internacional con tesis integracionistas regionales, se alineó con las causas de la humanidad en contra del imperialismo belicista. Restauró la soberanía del Estado con políticas publicas incluyentes, plurinacionales e interculturales. Rescató el rol del Estado regulador de la economía, generador de empleo e impulsor del desarrollo económico.
En definitiva, la llamada década ganada se entiende -en la contradicción izquierda derecha- a partir de tres elementos: el desarrollo y modernización de la economía; el progreso material del país -obras públicas- y logros sociales en áreas como educación, salud, seguridad social, con redistribución de la riqueza y mayor equidad. El electorado deberá elegir entre ambos caminos.