Hay al menos dos elementos con los cuales la oposición ha construido sus discursos. Incluso los discursos de última hora, que hemos escuchado estos días finales de ¿campaña?: 1. El cambio (lo posible, lo ‘positivo’, el futuro necesario, el acuerdo por el cambio, etc. Se puede adjetivar como se quiera) y 2. El discurso del orden.
En estos dos elementos, principalmente, el candidato banquero Lasso sustenta sus propuestas de gobierno y ensaya una visión de país que necesita ser reforzada por determinadas prácticas sociales. Estas propuestas (que la oposición ha manejado desde mucho antes de la campaña electoral) comparten algunas ideas-fuerza, como por ejemplo la absoluta creencia en el ‘progreso ilimitado’; ‘una modernización inevitable’ y el ‘determinismo tecnológico’.
El discurso del cambio implica, además, una sacralización de conceptos como progreso, libertad, razón, democracia, cultura, etc. Convertidos en dogmas, integran o son parte del discurso del orden que tanto conmueve y altera a la derecha y a los opositores, casi sin matices entre ellos: por eso cuando hablan de ‘prácticas sociales’, el acento está en los esquemas de pensamiento que propugnan y en una particular concepción del mundo. Su concepción esencialista del mundo. Otra vez, el adjetivo posible frente al adjetivo imposible.
En el discurso (offshore) del orden (es decir, volver a la institucionalidad perdida) hemos podido ver también la paradoja de los mitos que, siendo falsos en su hechura, son o pueden ser verdaderos en el imaginario social y, por lo tanto, son reales. Como que el mercado y la tecnología nos van a redimir.
En esa ‘narrativa mitificadora’ -para llamarla de alguna manera- se pretende generar un consenso social sobre la ‘inevitabilidad de un determinado modelo de desarrollo’. El discurso del orden significa ‘volver a una estructura anterior’ que ha sido ‘históricamente’ probada y que garantiza al país su desarrollo y su progreso. Es decir, la oposición offshore ha pretendido concederle al concepto de desarrollo, una gran carga ideológica que ha actuado casi como un tamiz intelectual y hasta moral de nuestra percepción de la realidad. (Palenzuela)
En los discursos del ‘cambio’ y del ‘orden’ que la oposición construye, por supuesto no caben alternativas. No cabe el adjetivo imposible. El mensaje debe ser percibido como una verdad absoluta: ese modelo civilizatorio (del que nos hablara Bolívar Echeverría) garantiza una segura y necesaria evolución social.
En consecuencia, cualquier otra interpretación alternativa a esa concepción hegemónica, se enfrenta a la enorme dificultad de que su mensaje sea percibido como revocador de los fundamentos de una verdad absoluta, como impugnador de las bases de una construcción mitificada.
Pero tal vez lo que más importa sea que como parte de esta perversa jerarquización cultural de la derecha, está la correlación estrecha entre un determinado modelo de crecimiento económico, que se regulará por el mercado, por supuesto (donde caben, sin miramientos, el millón de empleos, la terminación de ciertos impuestos, el libre ingreso a las universidades o las zonas francas) y una configuración cultural que construye una fraudulenta percepción del mundo. De tal forma que cualquier otra combinación hipotética es percibida como ilusoria, utópica, irreal. Imposible.
Estos 10 años de revolución ciudadana, han puesto en jaque estos ‘referentes’ espurios -el desarrollo inevitable, el progreso ilimitado, el proceso civilizatorio- que, sostenidos por la fuerza del mercado, garantiza su expansión. El ‘cambio’ y el ‘orden’ pretenden sacralizar el modelo y volverlo incuestionable. Los individuos nos volveríamos culturalmente homologables. Es lo que Quijano (2001) llamó ‘la colonialidad del poder’. Es decir, “aquel dispositivo que produce y reproduce la diferencia colonial a través de un sistema clasificatorio que jerarquiza las distintas sociedades y los seres humanos de inferior a superior” (Gimeno y Palenzuela 2005:44).
En el terreno de la confrontación ideológica se ubica el carácter relacional del desarrollo. Y la pregunta es: ¿hay una disputa cultural además de económica entre estas dos corrientes de pensamiento? Porque también hay mentes que se ajustan al sistema y que reducen todo al concepto de populismo, a una retórica, sin otro alcance que ver subversión y desorden por todos lados. La oposición rehúye esa confrontación porque considera a la sociedad como mera productora de cultura, una sociedad que solo debe ser ‘estudiada’ o ‘preservada’.
Entre el adjetivo posible y el adjetivo imposible, el pueblo hace su elección. Elige el adjetivo imposible. Porque vive lo imposible. Hace lo imposible. Los artistas, intelectuales y creadores, en coherencia, van a las fuentes: exploran de forma activa lo imposible. Es decir, dejan hablar a los otros en lugar de suplantarlos. ¡La cultura volverá a derrotar a la derecha!