Primero fueron sus hijos de papel, versos y prosas, acunados en la pléyade de más de medio centenar de textos publicados por Edgar Allan García. Y en el tiempo fueron, luego, frases ocurrentes -como sacadas de un sombrero de mago- dichas con ese sentido de humor y amar la vida entre amigos. Así se fue forjando, a golpe de papeles leídos y releídos y tertulias cada viernes de Kviernikolas, un amistoso e ineludible contubernio con el poeta, investigador y narrador de micro cuentos más prolífico del país.
Cuando pactamos esta entrevista, acordamos hacerla compartiendo un almuerzo y algún vino varietal, luego se excusó por una gripa inoportuna y, finalmente, sacó beneficio frente al periodista que renunció al factor sorpresa, a cambio de su relato avizor y reflexivo a vuelta de correo electrónico en respuesta a un cuestionario enviado previamente, es decir, con claras ventajas para el entrevistado.
Valiéndome del facilismo tecnológico, echo mano a una reseña wikipediana que dice así: Edgar Allan García (Guayaquil, 17 de diciembre de 1958) Ha ganado algunos de los premios más importantes de su país, como el Darío Guevara Mayorga (en tres ocasiones), la Bienal de Poesía de Cuenca (en dos oportunidades) y el premio nacional Ismael Pérez Pazmiño «Ismael Pérez Pazmiño, en el 2015 premio Bienal de Poesía de Pichincha, entre otros. A nivel internacional, se destaca el premio «Pablo Neruda» en poesía y el «Plural» en cuento. En 2004, ganó el Hideyo Noguchi, cuyo premio literario lo llevó a una gira de un mes por Japón. Algunas de sus obras han sido publicadas en España, Perú, México y Argentina. Su libro Leyendas del Ecuador se ha convertido en un clásico de la literatura nacional en escuelas y colegios, en tanto que su novela juvenil El rey del mundo, fue escogida como parte del programa nacional de lectura de Argentina. Es parte de múltiples antologías mundiales de poesía y cuento, y en 2010 fue incluido en el Gran Diccionario de Autores Latinoamericanos de Literatura Infantil y Juvenil, de Jaime García Padrino. Tiene estudios en Sociología y Antropología (PUCE) y Psicología transpersonal en Mendoza, Argentina. Es Terapeuta en Biomagnetismo y parlante de varias lenguas e idiomas.
Este sujeto de aspecto vital, siempre con una sonrisa y una palabra a flor de labios, se perfila -no tan secretamente- como aspirante a ejercer roles protagónicos en la Casa de la Cultura Ecuatoriana, Núcleo de Pichincha. Y, como no podría ser de otro modo, todos queremos saber cómo concibe, Edgar Allan García la cultura o las culturas, aquello que no es naturaleza, todo lo que hacemos por sobrevivir.
-Hay una sola cultura, la humana, que tiene variantes según los pueblos y sus historias particulares. Si trazamos un eje transversal nos daríamos cuenta de que hay, sin importar la época y el lugar, similitudes. Por ejemplo, en todas las ancestrales, pero también de manera distinta en las modernas, hay una necesidad de sentirse el centro del cosmos, lo que les da una gran fortaleza identitaria a la hora de enfrentarse a otros pueblos. Lo del “pueblo escogido” de los hebreos se replica en muchas culturas que, según ellas, fueran creadas por un dios que las concibió como su pueblo único. Eso lo puedes ver al estudiar culturas milenarias en las que un dios o dioses solares los procrean, en tanto dioses oscuros tratan de destruirlos. Otras similitudes las podemos encontrar en la lucha por ordenar su entorno y establecer límites al caos a través de normas, preceptos, tradiciones, rituales, etc. La cultura humana se caracteriza porque cada pueblo o comunidad quiere preservar a toda costa la vida de los suyos, incluso sacrificando a un puñado de ellos para lograrlo. Sin embargo, el desafío actual es al mismo tiempo mirar lo “nuestro” y respetar “lo otro”, lo diferente, combatir de esta manera el racismo, la xenofobia, el regionalismo, la lucha entre géneros. Ese es el salto que debemos dar, pero no se puede hacer si no hay consciencia de su necesidad, esto es, de las ventajas de ser humanos en sentido más amplio del término.
García Canclini habla de culturas hibridas, y alude a una hibridación útil para designar la mezcla indígena con lo español ¿Qué te parece esta aproximación?
–Mira, toda conquista de un pueblo sobre otro es brutal, lo fue la conquista cuzqueña o inca, también lo fue la de los castellanos, pero hubo puntos de negociación, sobre todo con los pueblos más organizados, como por ejemplo la estrategia de los matrimonios arreglados para atenuar el impacto para unos y otros. Es de ahí de donde salimos nosotros, los mestizos, los híbridos al decir de Canclini, y cuando digo mestizos también me refiero a los pueblos y nacionalidades indígenas que organizaron su cultura en torno a alimentos traídos por los castellanos, como el cerdo, la vaca, el borrego, que adaptaron vestimentas como el poncho o las alpargatas, que no aparecen en los dibujos de Huamán Poma de los pueblos andinos anteriores a la conquista, y que se adueñaron de símbolos, rituales y creencias que trajeron los curas, proporcionándoles eso sí su especial acento y colorido. Los indígenas, y más tarde los negros que llegaron en varios momentos de la historia, también pusieron su impronta, de eso he escrito algo, pero lo que debió ser un crisol en el que, producto de ese mestizaje, nos respetáramos como iguales y diferentes al mismo tiempo, se volvió, por las mismas taras de los conquistadores y más tarde de los criollos que pensaban que ser “blanco” era un signo de superioridad, en un pretexto para diferenciarnos, humillarnos, manipularnos en favor de esos grandes poderes, que así nos dominaron y explotaron a gusto. Por eso se vuelve tan urgente una revolución cultural.
El cubano Fernando Ortiz, denuncia una transculturación para significar el choque entre cultura española e indígena…
-Hubo choque, sin duda, pero como dice el texto de Neruda que siempre me gusta citar: “Por donde pasaban quedaba arrasada la tierra… Pero a los bárbaros se les caían de las botas, de las barbas, de los yelmos, de las herraduras, como piedrecitas, las palabras luminosas que se quedaron aquí resplandecientes… el idioma. Salimos perdiendo… Salimos ganando… Se llevaron el oro y nos dejaron el oro… Se lo llevaron todo y nos dejaron todo… Nos dejaron las palabras.
En suma, este idioma que nos unifica a los latinoamericanos más allá de las fronteras y de nuestras particularidades, se volvió una herencia magnífica, y esas iglesias que fueron el signo más evidente de la dominación religiosa, ahora son parte de nuestro patrimonio cultural. Choque sí, pero como en la dialéctica hegeliana, somos la síntesis de un proceso que continúa con nuevos códigos y desafíos.
Abdón Ubidia, en busca de los referentes perdidos, sugiere la coexistencia entre cultura culta, cultura popular y cultura de masas. ¿En qué difiere cada una?
-Algunos intelectuales, en su afán de diferenciar los fenómenos sociales, han llegado a esa conclusión y estoy de acuerdo siempre y cuando no olvidemos lo primero que dije, que se trata de una sola cultura, la humana, con diferentes manifestaciones. Es evidente que hay diferencias notables entre “Catedral salvaje”, de Dávila Andrade, un amorfino del pueblo montubio y la letra de un reguetonero. Es evidente que hay diferencia entre “La Quinta sinfonía”, un albazo tradicional y “La bomba” de los pueblos negros del Chota. Cada una obedece a un contexto, a una tradición, a una necesidad específica de los diversos sectores de nuestra cultura. Somos, seguimos siendo un crisol. El problema es la llamada cultura de masas que nos vende héroes y heroínas prefabricados en otros contextos culturales, que nos emboba con la vida de las estrellas de Hollywood, que nos inocula modas, costumbres, dichos, tonadas, vicios, y nosotros que no podemos generar una réplica efectiva a través de una política cultural que fortalezca lo mejor que tenemos como pueblo, estamos inermes ante esa avalancha.
Cultura en tiempos de la cólera, nos hace pensar en que el neoliberalismo no fue apenas una doctrina macroeconómica. Fue, además, “una filosofía, una cosmovisión, una epistemología, una matriz de pensamiento que dominó casi todos los ámbitos del saber humano: la ciencia y las artes en primer término”. ¿Qué opinas de esta idea de Ubidia?
-El neoliberalismo no es más que la versión más perversa del capitalismo, un sistema que promueve la cultura del individualismo, el narcisismo y el consumismo por encima de todos los demás valores. Le interesa que cada uno se solace en su espacio privado, que se desconecte de su realidad real, que no incurra en la idea de que algo se puede cambiar o que podría luchar por un ideal, que se limite a comprar “felicidad” a través de artefactos, objetos y prácticas, que crea que gana estatus al ir a ciertos lugares y consumir ciertos fetiches para que la gran maquinaria industrial y comercial no se detenga. En principio, parecemos condenados a seguir manteniendo al monstruo a riesgo de que las consecuencias sean incluso peores. Por ejemplo, si en la próxima Navidad nadie comprara nada, sino que regala abrazos y objetos elaborados por cada uno, ese solo hecho devastaría un sistema fundado sobre cada vez más altos niveles de consumo basura, lo cual a su vez generaría quiebras, desempleo masivo, cismas políticos, rebelión y cambios sin duda dolorosos en busca de nuevos paradigmas. Pero no podemos caer en el chantaje, debemos resistir, crear círculos de trueque de productos, círculos de autogestión, círculos de autoabastecimiento, círculos, en suma, de una cultura alternativa, aunque ahora todo eso suene utópico, porque llegará el momento en que no habrá más alternativa que esa y este mundo que conocemos se vendrá abajo con todas sus grandezas y sus miserias.
El valor cotidiano de la cultura
Nuestro país, al cabo de diez años de embarazoso retardo, acaba de parir una Ley de Cultura, -para algunos con fórceps- ¿podrías diagnosticarle lo bueno, lo malo y lo feo?
-Lo bueno de la ley de cultura es la inclusión de los artistas, creadores y gestores a la tributación y a los derechos que se derivan de ello, además de los incentivos para la industrial ligada a lo cultural. Lo malo es que se ha pretendido piramidar la política cultural en lugar de expandir, multiplicar los espacios, grupos, movimientos, iniciativas que ya existen y que han estado abandonados desde siempre. Lo feo es que la Casa de la Cultura ha perdido su autonomía, aunque en la ley se diga lo contrario, y se la ha convertido en un brazo ejecutor de las directrices del ministerio de cultura que, por otro lado, ha demostrado sus puntos ciegos a lo largo de estos diez años.
¿Cómo percibes esto de las “industrias creativas”, o prefieres que la cultura siga siendo una expresión autoral?
-Aunque parezca en principio un filón de oro de donde sacar dinero, la llamada “industria naranja” no es más que una visión hipercapitalista de la cultura, según la cual todo tiene un precio y un potencial para ganar dinero. Por eso hace énfasis en la industria del espectáculo, que es de donde fluye el dinero por millones. Pero la cultura es un fenómeno de la cotidianidad ligado a la tradición, es también lo invisible y lo inasible que no tiene precio pero que en cambio tiene un gran valor. Así como las carreteras, desde la visión empresarial, son un gasto que no tiene retorno, pero desde una política social, es una inversión que beneficia al pueblo, así la cultura no tiene que tener “retorno”, “ganancia”, debe ser una inversión en lo más vital del pueblo, sus tradiciones, sus artistas, sus gestores y reproductores. Pensar a la cultura solo como una máquina para hacer billetes es una aberración.
Un reciente manifiesto de Lenin Moreno, ofrece en función de la cultura: fomentar las artes, otorgar becas y apoyo en participación en ferias, facilitar acceso a los espacios públicos, propiciar un diálogo intercultural, fortalecer emprendimientos culturales, saldar la deuda de un plan nacional de fomento al libro, fortalecerá redes de bibliotecas, etc. ¿Es esto posible desde su plan de gobierno o qué se requiere para lograrlo?
–Lenin Moreno ha ofrecido lo que muchos han esperado durante décadas y eso genera mucha esperanza en el sector, pero yo insisto en que la política cultural no solo es incentivo y fomento, esta debe tener un propósito, esto es, por un lado afianzar las virtudes de nuestro pueblo, como el espíritu de la minga, la reciprocidad, la solidaridad, el humor, la creatividad, el amor por el terruño, la entrega cotidiana y, por otro, debe combatir las taras que dificultan nuestro crecimiento, esto es, el racismo, el regionalismo la xenofobia, el alcoholismo, el machismo, la irresponsabilidad, el conformismo, la incapacidad para llegar a acuerdos o cumplir hasta el final una promesa, etc. Para lograrlo, será preciso no solo darles incentivos, sino convocar en torno a estos grandes objetivos a los intelectuales, músicos, escritores, teatreros, bailarines, cantantes, creadores, cineastas, publicistas, gestores culturales, artistas populares, humoristas, medios de comunicación y, en la misma medida, a los ciudadanos de todas las edades, en un gran acuerdo nacional. He pensado que las estrategias podrían ir desde la multiplicación de semilleros barriales de creación artística para niños, jóvenes y adultos mayores, hasta un gran plan nacional de lectura que vaya más allá de las aulas e involucre a ciudadanos de todas las edades, pasando por concursos regionales y nacionales, bibliotecas populares, performances de humor, invitados especiales tanto nacionales como extranjeros, spots publicitarios por todos los medios, etc. Repito lo que tantas veces he repetido: no puede haber una verdadera revolución ciudadana sin una revolución cultural, porque solo así esta se profundizará y permanecerá en el tiempo.
¿Y qué perspectivas existen para la cultura, frente a un hipotético gobierno de Guillermo Lasso?
-Todo lo anterior no se le puede pedir a la derecha, interesada como está en formar compradores y clientes antes que ciudadanos verdaderamente libres y deliberantes, que piensa que todo gasto que debe retornar como ganancia o simplemente no vale la pena, que cree, como muchos que se dicen progresistas, que la cultura es nada más que un grupo de músicos, un puñado de poetas, un elenco de bailarines, gente metida en actividades prescindibles que a lo sumo sirven para acompañar una cena o amenizar un evento. La derecha trata a la cultura como un hecho anodino unas veces, otras como un mero espectáculo recreativo, otras como algo suigéneris, exótico per sé, o incluso como un objeto de colección. Nunca irá más allá de eso.
Has confesado tus sueños de asumir roles protagónicos en la Casa de la Cultura, de cara a las futuras elecciones de las autoridades de esa institución. ¿Cómo avizoras el futuro de la casona cultural?
-Al perder la Casa su autonomía, una autonomía y una labor que, por otro lado, ha dejado mucho que desear y que desnuda tras de sí una gran deuda social, se podría convertir, ojalá que no, en la hija rica del ministerio de cultura. Rica porque tiene grandes espacios y construcciones que nadie más tiene en el país, en especial Quito, pero hija al fin, y eso podría desnaturalizar su accionar, dejarla como un simple brazo ejecutor en lugar de una generadora de políticas en varios niveles. Esa es una limitante importante que hay que considerar.
¿Cuál debería ser la institucionalidad ideal de la Casa de la Cultura?
-Yo siempre pensé en una Casa que retomara su papel originario, que se multiplicara en los barrios y las comunidades en lugar de quedarse estancada y enseñoreada en el espacio que ocupa, que llenara de “casitas” el país y que cada uno de esos espacios se convirtiera en un referente del entorno, ya sea para que en él se realicen talleres permanentes, reuniones de artistas, exhibiciones de cuadros realizados en los talleres, cine-foros con películas y documentales del cine latinoamericano y mundial, que no pasan por los circuitos comerciales, es decir, una casa que volviera a comunicarse con la sociedad, que generara propuestas, que acogiera otras, que visibilizara lo que está sucediendo, lo que se está perdiendo, lo que no alcanzamos a ver. Claro, para todo eso, en apariencia, se necesitaría un gran presupuesto, pero mediante acuerdos con los municipios y sumando a la tarea a los líderes no necesariamente políticos de cada barrio, se podría hacer mucho con relativamente poco. Yo creo que cada barrio y cada comunidad debe tener su “casita” y que la gran infraestructura debería ser la confluencia y la síntesis de todo ello.
¿Cómo te seduce el sueño de asumir una misión conductora del Núcleo de Pichincha de la Casa de la Cultura Ecuatoriana?
-Mira, yo he logrado una estabilidad financiera gracias, en parte, a que mis libros se venden bien y, además, realizo muchas actividades que me encantan, entre otras, la terapia biomagnética, y te aseguro que para mí es muy complicado abandonar todo eso que he construido, es decir, mi área de confort, para lanzarme al mundo incierto de las políticas culturales, pero estoy dispuesto a hacerlo en la medida en que me seduce el sueño de lograr cambios sustantivos en espacios que han estado abandonados o poco atendidos. Una misión así no debe ser una labor partidista pero sí política, a fin de convocar a niños, jóvenes y adultos mayores, sin distingos de filiación o preferencia sexual, religiosa o política. La cultura es de y para todos. La “casita” debe ser “mi casita”, la casa de cada uno. Así como tengo siempre una alegría grande cada vez que uno de mis hijos de papel ve la luz, quiero ayudar a que la Casa rinda unos frutos que nos alegren a todos. Como dicen por ahí, “soñar no cuesta nada”.