Por Santiago Rivadeneira Aguirre
El perfil particular del candidato de la banca, Guillermo Lasso, pertenece al ámbito de las cuestiones específicas del psicoanálisis, además de la política. La cualidad más sobresaliente del personaje es que su figura parece mostrarnos a un paciente aquejado de neurosis obsesiva. En buen romance, este ‘desarreglo’ está asociado a ‘tensiones nerviosas y desajustes psíquicos’, que se convierten fácilmente en una depresión permanente.
Porque la larguísima campaña electoral de Lasso, parece que comienza a incidir en su conducta y su comportamiento, al punto que los principales síntomas son ‘la necesidad de comprobarlo todo y la tendencia a ser extremadamente maníaco’. Acosado por ese desequilibrio emocional, Lasso se ve a sí mismo como parte de un paisaje que se repleta de fantasmas, de lugares nebulosos de diferentes dimensiones.
En ese estado de irrealidad se desata la sensación de culpabilidad. ¿Por qué? En primer lugar la acumulación de derrotas políticas sucesivas. ¿La próxima será la última? Y en esa lógica del relato de su obsesión por ser presidente, la bancarrota emocional del candidato opositor es contundente. Y enseguida, considerarse como salvador de la humanidad, el ungido o el llamado de Dios, pero desde la culpabilidad sin saber de dónde procede ese pecado original (“Mi vida me hizo liberal”, dijo en una entrevista a Diario El Universo. ¿Habrá querido decir ‘neoliberal?). Freud habló del ‘súper yo’, que suponemos le viene a Lasso desde que fue nombrado ‘súper ministro de economía’ en el gobierno de Mahuad.
Pero la ‘bancarrota’ más grande de Lasso, también está en que, mientras perfeccionaba su candidatura desde hace cuatro, cinco o más años (la insistencia y la terquedad también pueden ser anomalías), ‘gastando’ millonarias sumas para consolidar su postulación, la Revolución Ciudadana en ese mismo período ha construido más escuelas, colegios, hospitales, carreteras. Ha invertido en becas para los estudiantes universitarios y maestrías para profesores. Ha capacitado al sector público y entregado un conjunto de leyes de diferente índole, para cambiar la anterior distribución de la riqueza, entre otras muchas acciones.
En este mismo tiempo, Lasso seguramente incrementó su fortuna personal en varios millones de dólares y creó innumerables empresas para sus familiares y allegados, muchas de las cuales -según lo destaca una investigación realizada por el periódico argentino Página 12- fueron conformadas en paraísos fiscales para eludir impuestos; el gobierno de la RC con una seria perspectiva de país, inaugura centrales hidroeléctricas y afianza la economía con un presupuesto que reorienta los recursos a la inversión social. En el primer caso la preocupación es el capital mientras en el segundo es la del ser humano y sus necesidades básicas para terminar con las desigualdades.
El síntoma típico de la neurosis obsesiva es el individuo que se fija reglas aparentemente muy precisas, como si se tratara de un juego. Por ejemplo, repetir consignas y presupuestos doctrinales como si se tratara de un credo que se construye solo con suposiciones o apariencias; o hacer referencia a la realidad como si se tratara de un mundo de horrores que debe ser modificado a cualquier precio. En ese estado de angustia profunda, la incapacidad para comunicarse con el resto, de dialogar y de plantear alguna reflexión es cada vez más compleja. En su vocabulario restringido se impone la palabra ‘debate’ como el artificioso recurso de quien rehúye la confrontación consigo mismo.
Así se explica además que el candidato banquero asimile a esa obcecación por el poder, ciertos rasgos de carácter como la intransigencia, la testarudez, la aparente escrupulosidad (no tolera ningún tipo de descuido con relación a la higiene, por ejemplo). En el recuento de los hechos que conciernen a su participación en el feriado bancario de 1999, marca una doble disyuntiva en su vida: Lasso elabora un relato anamnésico que se refiere a la reconstrucción de episodios pasados como si fueran ajenos; y su alter ego, elabora una lógica que resguarda esa relación de hechos para financiar una serie de episodios con los cuales certifica su inocencia.
Su auto exculpación invierte el efecto por la causa y lo ‘enaltece’ como una figura trágica liberadora (en el sentido vulgar del término, por supuesto), de alguien que hubiese -como Edipo- cometido el crimen sin saberlo. Con ese ‘complejo’ a cuestas, el candidato vaticina su propio destino: será presidente del Ecuador justamente para ocultar o justificar su culpa (trágica y cómica).
Y, sin embargo, Lasso pertenece a un momento de la historia y pertenece a un grupo concreto de personajes ligados al poder que ensuciaron la historia de este país, de una manera vil y canallesca. Él podrá argüir hasta el cansancio lo que sea y proponerle al electorado de ayer y de hoy, una y otra vez la posibilidad de ‘cambiar el Ecuador’. Lo que jamás podrá hacer el obsesivo candidato banquero, es lograr que esa visión suya del mundo de la vida, economicista y totalizadora, desplace a otros hechos (el feriado bancario y sus posteriores consecuencias en la vida del país y la realidad actual) en el imaginario de la gente, porque no solo irrespeta la secuencia temporal, también la adultera a su manera.
Lo que esperaríamos todos es que, en un repentino arrebato de honestidad y humildad, el candidato de la derecha se saque los ojos como lo hizo Edipo (metafóricamente, claro), y comience a purgar sus faltas para ver la realidad como es, sin las quebradizas artimañas de la prepotencia y el respaldo de su fortuna. ¿Por qué los millonarios se creen destinados a gobernar el mundo?