Por Santiago Rivadeneira Aguirre
Si algo caracteriza el ámbito del ejercicio de la política, que se pudiera destacar en la actualidad como su rasgo peculiar, es la aparición de un elemento relativamente nuevo: el fanatismo moral. En esta época de inconsistencia intelectual e ideológica y de escamoteos teóricos que nos conducen al individualismo extremo, la discusión y el debate se reducen a un tema de simple contingencia histórica.
Priman entonces la exacerbación y la saña, construidas a diario por algunos medios de comunicación y “actores” sociales, además del grupo reducido de escribientes que proviene de la izquierda atemporal, feligreses adormilados que ahora pretenden hablar de historia dejando de lado la historia. Es decir, ese ‘equivalente temporal del mundo: la historia, la memoria, el presente’. Hablan sobre conceptos y puntos de vista pero disociados de todo contexto y glosan ellos como contemporáneos rezagados, empujados o ensalzados por la derecha de la que hace poco fueron sus detractores.
Esta fijación inexplicable -derrotar al “totalitarismo” de Correa- prima como fundamento ideológico e incluso fácil es entender hasta una cierta satisfacción libidinal, porque se han visto obligados a cortar sus “ataduras” con sus pasados militantes, para establecer una permanencia en el tiempo a costa de una extravagante y original ubicuidad y omnipresencia. Poco faltó para que estos intelectuales y escritores invocaran a Dios y la religión, a la que por otro lado siempre se cuidaron de cuestionar. Es la obliteración de sí mismos.
¿De dónde obtienen la admisibilidad de sus juicios? Tal vez del grupo que concede la autorización: el mercado, los grupos de poder, ciertas cátedras universitarias manejadas por espíritus resentidos… Así deciden ahora que ‘es mejor un banquero de derecha que una dictadura’.
El malabarismo mediático comparte el mismo picnic político e ideológico con estos confusos autores confidenciales, convencidos de que su oscura lucidez garantiza una profundidad insondable. El exhibicionismo -del que hacen gala- no está para producir una verdadera situación política. ¿Qué es lo que les identifica? El autismo, el solipsismo, la verbigeración del pensamiento, los discursos incoherentes y delirantes, la organización deliberada del rechazo a toda iniciativa de cambio que no haya pasado antes por su aprobación.
“El neoliberalismo –dicen por ahí-, o lo que queda de él, se enarbola como el horizonte insuperable de nuestra época. Y como antes, también ahora, dispone de intelectuales, de perros guardianes a sueldo y de idiotas útiles”.
Un conjunto mundano de viejos y gastados maoístas que sobrevive en cierto “partido político”; además de trotskistas, situacionistas, althuserianos, marxistas-leninistas postmodernos ubicados aquí y allá, nunca será suficiente para tomar nota de las actuales disfunciones, los pases al enemigo y la entrega al liberalismo de la derecha: negocios, periodismo, medios, banca, etc.
Todos conocemos los nombres y las profesiones, los trayectos y la presunción, el engreimiento y la petulancia de quienes pretenden dar lecciones de democracia con el aplomo inconmovible de su pureza certificada. ¡Alaban hoy lo que menospreciaban antes!
Dejemos de lado a los ‘patanes que hienden, que venden periódicos lamentables o a los que evitan en las calles a los seres comunes y corrientes, al salir de sus casas’; a esos empíreos de la miseria limpia donde, entre suspiros y vaharadas de moralidad, suscriben después sendos y gloriosos artículos y señeras invocaciones a la libertad, para cuando “la mesura y la inteligencia superen este duro trance que vive la patria”, que les permite después, dar lecciones de humanismo, de derechos humanos, de política internacional, en las columnas de los diarios de la oligarquía, que les abren sus páginas, solo por un calculado hábito profesional.