Decir que la película Killa es una metáfora de lucha política y amor, es poco decir. Porque si una metáfora se la construye a partir de una analogía entre el símbolo y la realidad, entre el significante y el significado, Killa copa esos momentos de la creación artística en la búsqueda de sentido que el arte confiere a la realidad con su propuesta estética.
Killa, la primera película rodada gran parte en quichua, con actores principales y extras indígenas dirigidos por Alberto Muenala, rompe esquemas del cine ecuatoriano tan saturado de costumbrismo y alegorías políticas, muchas veces sin un claro norte ideológico o que responde a necesidades de la refutación política coyuntural. En otras palabras, Killa supera el panfleto tendencioso o la apología fácil y se proyecta como una obra de arte cinematográfico realizada con exquisito gusto y criterio. En este filme que tardó seis años en salir a la luz en la pantalla grande, se conjugan varios factores que hacen de su corte final una obra resuelta con solvencia. El asunto tratado es creíble, es decir, no está al servicio de la mera fantasía entretenida, sino de la revelación de una realidad contradictoria y, por lo mismo, compleja y susceptible de entender por la vía de la dialéctica de la vida, la política y el amor.
Killa es la historia de una comunidad de la serranía ecuatoriana que se enfrenta al dilema de permitir o defenderse de la explotación minera en su territorio por compañías extranjeras, con anuencia y beneficio del político -gobernador o funcionario estatal- que en el devenir de la historia muestra rasgos personales de racismo y corrupción. Su hija Alicia -periodista- sostiene una relación afectiva con el fotógrafo kichwa Sayri, quien registra imágenes de la corrupción y represión en contra de los indígenas que se oponen a la explotación de la mina. A partir de allí la disyuntiva está planteada: la muchacha proporciona las fotografías a la revista para la cual trabajaba y publica la denuncia, o se las entrega a su padre y evita el escándalo y, de ese modo, “salva el honor de la familia”. La trama se desarrolla con una intensidad creciente en espera de la decisión que tomará Alicia; en tanto, la persecución a Sayri, el fotógrafo, la traición de sus propios compañeros y la detención de dirigentes indígenas, matizan una historia de amor y conflicto político con un final, tal vez predecible, pero honesto en su autenticidad. El filme alude al rol del Estado frente a las comunidades indígenas y al rol de los medios informativos, dos momentos en que los actores políticos están llamados a tomar partido.
Desde el guión, que trata un asunto con realismo, limpio de ripios panfletarios o románticos, la película sostiene una mirada artística, sin forcejeos políticos innecesarios. Una cámara en función descriptiva, de planos simbólicos y al mismo tiempo denotativos, crea imágenes de alto valor estético, registrando fondos y locaciones del paisaje imbabureño y tradiciones de esa región del país. La banda musical original sugiere una atmósfera de milenarias resonancias, mientras bailes y ritos ancestrales confluyen, -como personajes protagónicos- a hacer sentido en la trama de la historia. Elevaciones andinas, lagos y pastizales se convierten en el entorno de una coreografía ancestral con danzantes y actores que intercambian roles dramáticos en escenas de sugestiva fotografía. Destaca el casting -seleccionado en un taller con Pedro Saad- de actores profesionales (Sherman Cabascango, Marcela Camacho, Carlos Guerrón) y extras que conjugan una fluida y natural representación de sus roles bajo la dirección de Alberto Muenala.
El joven director imprime un sello muy personal a la película, donde convergen su pasión por las historias y su convicción de crear conciencia por la defensa de la madre tierra. La lucha entre la explotación de los recursos naturales y el amor a la naturaleza, son parte de una batalla por la conservación ambiental que motivó a Muenala la realización del filme. Ganadora de dos convocatorias al Fondo de Fomentó Cinematográfico del CNCINE producción 2012 y promoción 2016, Killa es una expresión de cine autoral que marca una impronta diferente en la cinematografía nacional, por sus valores estéticos que saltan a la vista, sin opacar una propuesta antirracista y antiextractivista. En una propuesta de interculturalidad, la vieja contradicción del hombre consigo mismo y del hombre con la naturaleza, en la película Killa no solo que está oportunamente planteada, sino además narrada con acierto.
KILLA Estreno en cine OchoyMedio de Quito y Centro Cultural Kinti Wasi, en la ciudad de Otavalo (provincia de Imbabura).