El día que la mujer pueda amar con su fuerza y no con su debilidad, no para huir de sí misma, sino para encontrarse, no para renunciar sino para afirmarse, entonces el amor será una fuente de vida, y no un mortal peligro, dejó escrito Simone de Beauvoir, pensando en su propia necesidad de liberación.
¿Cómo adviene en realidad tangible ese deber ser beauvoiriano?
Se dice que la mujer es doblemente sojuzgada, por lo mismo aspira ser doblemente liberada del yugo de la explotación laboral y sexual. No será posible concebir derechos humanos sin una doble liberación de la mujer, en su condición de trabajadora y de reproductora. Jamás podrá ser viable la justicia social sin la emancipación de género, pero muchas son las trabas que impiden su realización.
La condición de la mujer ha sido objeto de diversos mitos a través de la historia, como versión interesada de una gran fábula de género. Desde la virginidad hasta la concepción de la maternidad, desde su erotismo hasta la plenitud de su poder sexual, desde su advenimiento hasta el rito mortuorio y la presunta trascendencia inmanente de la condición femenina, la mujer es mitificada como una forma de no verla en su real condición. Entre los mitos más frecuentes consta el que la mujer debe ser más joven o a lo sumo de la misma edad que su pareja. Que, pasados los 40 años, una mujer no puede ser madre por primera vez. Que la mujer está supeditada al hombre, quien es el jefe y sustento del hogar.
¿Cuál es la condición intrínseca de la mujer?
Sin lugar a dudas, la simultaneidad. La mujer está llamada a desempeñar diversos roles simultáneos -impuestos o adquiridos-, que cumple en una cobertura plural de tareas cotidianas y trascendentes. La mujer niña, es púber acompañante de sus padres. Adulta, es trabajadora manual, intelectual y ama de casa. Es madre y compañera en un mismo enclave familiar. Es decir, está en todos los oficios vitales y su mayor prerrogativa se inicia con los derechos sobre su propio cuerpo a elegir si tener o no hijos. La mujer puede ahora prescindir del hombre para convertirse en madre y acudir a un banco de semen o a la adopción. Y si la concepción no fue de su voluntad, le queda la prerrogativa del aborto. La ineludible maternidad es otro mito que coadyuva al sojuzgamiento, según el cual no hay otro rol que cumplir de manera prioritaria. El matrimonio es la institución imperiosa que condiciona la libre convivencia de la mujer consigo misma y con el género opuesto, sin el cual es etiquetada con el clisé social. El discrimen de género que la condena a explotación laboral con salario inferior al masculino; la represión contra su participación politica y persecución cuando abraza causas revolucionarias, son las formas más oprobiosas de violencia contra la mujer. Impelida de asumir su rol familiar y social la mujer debe elegir el camino entre un ideal de sociedad incluyente, plural y democrática o los viejos paradigmas del capitalismo deshumanizado, machista y excluyente.
Tarde enseña la vida a la mujer a amar con su fuerza y no con su debilidad, pero aquello supone superar la sumisión de género para asumir el pleno manejo de su emotividad como de su razón. Los avatares de la vida sojuzgada la hacen huirse de sí misma, no encontrarse Es la discriminación que la empuja a renunciar y no afirmarse. En esas disyuntivas irresueltas, la mujer debe amar -se siente llamada a hacerlo- a sus padres, hermanos, pareja e hijos, pero el amor bajo su condición de mujer sometida se vuelve un mortal peligro. Una irónica negación de la vida y la sentencia de la mujer rota -que alude Simone Beauvoir- se cumple como tragedia, cuando no, como destino.
Dibujo original Pavel Égüez