Un amigo extranjero que vino al encuentro de intelectuales y artistas convocado por la Casa de la Cultura en Quito, me preguntó: ¿Y dónde está la campaña que no la veo? Le respondí, si te refieres a la propaganda electoral, está desplegada en las redes sociales, en medios tradicionales y, en menor medida, en espacios públicos. Hemos respetado el paisaje, -pensé- pero no hemos respetado el universo interior de cada ecuatoriano que recibió con estupor, indignación o desdén una avalancha de mentiras, ofensas y amenazas en lugar de propuestas de gobernanza viables y sinceras.
La campaña electoral la sentimos en el corazón estremecido ante el odio destilado por una prensa mercantilista que amplificó las voces a candidatos de la derecha política y la bancocracia, en desmedro del candidato oficial que encabeza las encuestas, y de otros concurrentes al proceso electoral considerados con menor preferencia ciudadana en los sondeos electorales. Sentimos la campaña en la conciencia, con vergüenza por un país enrarecido por el espurio argumento de los agoreros del desastre, voceros de montajes mediáticos financiados desde el exterior por los ideólogos de la restauración conservadora. Titiriteros de candidatos proclamados con dinero de la bancocracia neoliberal, con la consigna de devolverles el poder y sus bancos confiscados por la ley. Sentimos su propaganda en el estómago, con el vértigo de percibir los efluvios y fetideces de una campaña terrorista y obsena en el contenido y la forma de pretender destruir la fe del Ecuador sí mismo. La enorme batería de videos, memes, tuits y post difundidos en las redes sociales en montaje mediático, respondió a una estrategia internacional que no tiene parangón en la historia electoral de país. Costará largo tiempo, no sabemos cuanto, restaurar la moral de la nación herida por el odio y la ignominia de quienes no se resignan a perder privilegios e iniciaron la contraofensiva con descomunales recursos internacionales.
La campaña electoral ecuatoriana ha sido un campo de batalla donde se desplegaron medios justos e injustos, verdaderos y falsos, para destruirnos entre enemigos irreconciliables, sin comprender que en política solo existen contrincantes temporales. Como ciudadanos comunes y corrientes, fuimos agredidos por el odio de manipuladores artificios publicitarios, financiados con dineros de banqueros huidos del país y de la CIA norteamericana que, ante la inminente victoria del candidato que no es de su agrado destinó, a última hora, millonarios recursos para torcer la voluntad popular con mentiras, agravios e infinito odio revanchista.
Tan terrible es el odio, que no es facil la restauración afectiva y moral, ni la tranquilidad de conciencias que se resisten al perdón y olvido para quienes han mancillado la dignidad ciudadana y escupido mil veces en el rostro triste de la patria. No obstante, en medio del clima de enfrentamiento que impuso el gesto agresivo, la palabra lapidaria y la mentira rampante, superaremos este momento aciago, las aguas volverán al cauce de siempre y seguiremos siendo el pueblo amable habitante del paisaje más generoso del planeta. Volveremos a cantar por las grandes avenidas, hombro a hombro, trabajando por los derechos humanos, naturales y sociales contemplados en una Carta magna que debe prevalecer. Volveremos a desplegar banderas en nombre de millones de seres humanos, protegidos y representados en la declaración de principios del Ecuador plurinacional, intercultural y multiétnico consagrado en la Constitución vigente.
Nos reivindicaremos como ecuatorianos en capacidad de unir voluntades, inteligencias y sentimientos para defender las causas más justas que nos imponga la vida. No pudo el odio protervo, la revancha clasista, la ignominia hecha política, trizar el temple nacional que se crece a la hora de la verdad. Y las horas de las verdades han sido duras y diversas. No fueron los terremotos, erupciones volcánicas, los funestos gobiernos, los banqueros atracadores ni los tentáculos de la corrupción, -moral de la crisis- que ha atentado en contra de hombres y mujeres de bien, capaces de doblegar la fortaleza espiritual de un pueblo que se levanta enhiesto, porque sí se puede actuar a la altura de las circunstancias históricas.
No pudieron los conspicuos voceros del lado más oscuro del país, que representan lo peor de la historia nacional, imponer sus designios en el delirante afán de recuperar el poder. No cuentan con el apoyo ni con la confianza del voto popular, porque la ciudadanía repudia el odio, privilegios, injusticias y mentiras acuñadas en malos espíritus de quienes pretendieron, peregrinamente además, regentar los destinos de la patria.
Es la hora de la verdad, y en esta hora suprema en que el futuro del Ecuador y de la región están en juego, el pueblo ecuatoriano sabe responder a la altura del desafío histórico de continuar luchando por una vida digna y una convivencia solidaria entre ecuatorianos. ¿Dónde está la campaña? En el corazón y la conciencia de un pueblo grande y sabio que ya eligió el futuro como única alternativa de sobrevivencia.