El triunfo -que deberá ser inobjetable- de Lenin Moreno en primera vuelta, tiene algunas explicaciones que cruzan o atraviesan lo político, lo social y lo ideológico: estos diez años de revolución ciudadana no solo son la obra de infraestructura, la inversión social y los cambios en la educación, la salud y la justicia que han significado, en su conjunto, la idea y la certeza de que hay un país distinto. También es un pensamiento y un lugar que coinciden para la construcción de un modo de ser nuevo, desde una subjetividad colectiva, por supuesto, pero integradora. Ese modo de ser implica sobre todo una sensibilidad y una percepción fecundas que pudieron volverse en cada individuo, discernimiento e inteligencia que la oposición despreció y subestimó.
Estos elementos -que nunca fueron históricamente entendidos por la derecha y la izquierda tradicional- se volvieron el principal fundamento a la hora de decidir el voto. O, para decirlo de otra manera, fue una decisión que estuvo tomada mucho antes del 19 de febrero porque además hay un pueblo que ha podido asimilar una noción de cambio, progresiva y sólidamente construida. Que encontró y diseñó formas de participación y que fue capaz por último de contribuir con sus acciones diarias y permanentes, a que la realidad coincida con los deseos.
En ese territorio de tensiones pudo darse la confrontación entre un proyecto que pretendía afianzar los cambios y un sector que solo desarticulaba, que desalentaba, que inauguraba todos los días las peores perspectivas del país y del mundo de la vida. La oposición se quedó entonces huera de contenido, y en medio de ese desgaste primó el sentido común de una mayoría que pensó en el otro, más allá de las visiones individualistas de un banquero que volvía a fracasar políticamente, de una socialcristiana agotada y sin adeptos o de un ex general rodeado de fantoches y presumidos “izquierdistas” que hablan desde la obsolescencia ideológica.
Los demás candidatos, como salvadores ridículos, solo sirvieron para encarnar una triste alegoría electoral, porque repitieron los mismos argumentos de la derecha como si fueran propios, y porque también se envilecieron por la misma demagogia irracional. Y en los linderos de la campaña se situó un sector de la prensa nacional, premunida de prepotencia y descaro, que apuntaba sus dardos contra el oficialismo, especialmente la figura del actual vicepresidente de la república Jorge Glas, binomio de Lenin Moreno, a quien trataron de involucrar en actos de corrupción. Que destinaron, sin vergüenza, sus recursos periodísticos a la cobertura noticiosa de hechos que pudieran servir para empañar las elecciones, sin que importen la ética periodística o la prudencia.
Por último, está la perversa disyuntiva a la que se vieron empujados los “indecisos” de izquierda (intelectuales y académicos rencorosos, sobre todo), tibios y sospechosamente cautos, que esperaron un milagro de última hora para reivindicar su revancha. Porque la historia los colocó de cara contra la pared de sus propios agüeros y titubeos, cuando las opciones electorales y los hechos les emplazaron en el dilema de votar por la derecha o por la continuidad de un proyecto que había dado resultados. Su espíritu de contradicción (que les ha caracterizado desde siempre) le obligó a mentirse, a disociar la realidad, a inventar falsas excusas para justificar una decisión quebradiza y espuria. Serán los verdaderos derrotados de este proceso. Y en el sumario histórico de sus cuentas partidarias, sus maliciosos postulados se vuelven a cerrar con grandes números rojos a la espera de nuevas elecciones donde volcar sus desafueros. Mientras tanto ejercerán, como hasta ahora, su permanente vocación desestabilizadora contra la democracia y la institucionalidad del país que poco o nada les ha importado.
Y cierto alcalde mercurial (errático, volátil, inestable), como un espectro jubiloso (paradigma del fracaso) atisba desde su grotesco escondite edilicio los resultados (o los escombros) y sonríe complacido porque siente que su misión o su venganza refinada han terminado. ¿Contra quién? Tal vez nunca lo sabremos: solo la decadencia silenciosa y el agotamiento de la voluntad serán lo único evidente para entender la próxima afasia del viejo alcalde porteño.