Ya lo había anticipado el filósofo esloveno Slavoj Zizek: el capitalismo en su más reciente etapa se caracteriza por la existencia de objetos desprovistos de su esencia. Una época en la que se impone la tendencia light que diluye la “esencia maligna” de los fenómenos en su contrario (café descafeinado, cerveza sin alcohol, leche sin lactosa, etc), del mismo modo que en política asistimos a la vigencia de una izquierda sin revolución. En el interior de su envoltorio revolucionario la izquierda descafeinada muestra una esencia vedada, con riesgo real de la desintegración del marxismo en su plataforma doctrinaria. Un proceso de extinción que, como todo proceso de “pérdida de lo esencial”, tenía que llegar alguna vez a la práctica política de la izquierda, como anticipó Claudio Aguayo Bórquez en su análisis de revista Rebelión.
En un provocativo texto, Aguayo señala que “no es porque haya una renuncia de la izquierda al camino de la revolución, sino porque en la contingencia política y teórica la instalación de las consignas propias de la izquierda marxista se hace extremadamente difícil.” Este fenómeno tiene lugar porque en la democracia neoliberal, el democratísimo absoluto considera que pensar la totalidad es una intentona totalitaria. Visto como un rasgo de la posmodernidad, la condición ideológica del bloque dominante en el capitalismo tardío, hace urgente el retorno del marxismo a escena. Pero la crítica sincera apunta a que “la izquierda no ha hecho mayores esfuerzos para que acontezca ese retorno. Es más, ha abandonado los conceptos propios de la tradición dialéctica y el materialismo histórico, y ha permitido el ensanchamiento de la siempre leal y camaleónica ideología burguesa”.
La izquierda ecuatoriana no es la excepción. Desde sus inicios en la década de los años 20, el movimiento ha recorrido un largo y sinuoso camino entre la revolución y la reforma conservadora. Reforma que ha soslayado el cambio revolucionario y, en su lugar, ha expuesto el proyecto republicano, cuyo propósito es la “obtención de la libertad común” y no la derrota de “los enemigos de clase”. En esa tendencia, el concepto de socialismo se encuentra atrapado en la red de una doble renuncia del marxismo: el “republicanismo” de izquierda y la tentación socialdemócrata. La práctica de esa izquierda republicana -representada por la izquierda tradicional-, estaría determinada por el respeto a las normas democráticas establecidas, en diversas manifestaciones de la política actual.
Izquierda histórica
Los movimientos de izquierda ecuatoriana tienen orígenes en la década de los años veinte, cuando en 1926 se funda el Partido Socialista, en medio de la disyuntiva ante tres tendencias de la coyuntura histórica: profundizar el liberalismo alfarista, hacer prevalecer la presencia anarcosindicalista o formar una organización acorde con los principios de la naciente Revolución bolchevique que tenía lugar Rusia. En sus primeros años de existencia varios de sus militantes participan de la democracia “burguesa” representativa: en el gobierno de Federico Páez en 1935, en la dictadura de Alberto Enrique Gallo en 1937. Los socialistas apoyan a Velasco Ibarra durante “La gloriosa” de 1944 que derrocó a Alberto Arroyo del Rio y, posteriormente, colaboran con Galo Plaza Lasso en el gobierno de 1948.
El Partido Socialista, fundado con definición “democrática patriótica, intercultural latinoamericanista, anticapitalista y antimperialista”, se escinde en mayo del año 1926 y da origen al Partido Comunista. En los inicios de siglo el movimiento obrero ecuatoriano había enfrentado jornadas claves como antecedente político: las huelgas de 1918 y 1922 que terminó en la masacre de las cruces sobre el agua en Guayaquil, además había protagonizado la llamada Revolución Juliana de 1925. El movimiento comunista participa activamente en La Gloriosa del 44, obteniendo 15 de los 88 escaños del Congreso; en ese contexto, la militante comunista Nela Martínez, destaca como la primera mujer parlamentaria ecuatoriana. El viraje político de Velasco Ibarra, -populista puesto en el poder por la izquierda-, dio lugar a la ilegalidad del PC, dos años más tarde, y en 1946 la organización ingresa a la clandestinidad. En la decada sesenta, el movimiento comunista ecuatoriano nuevamente es puesto en la ilegalidad, esta vez por una Junta Militar que actuó bajó los designios de la CIA que ya evidenciaba injerencia en Ecuador. Phillip Agge, ex agente de la CIA relata la infiltración a los comunistas, “la fuerza más organizada de la izquierda ecuatoriana en los años 60”. Luego de la quema de la biblioteca del partido y diversos atentados perpetrados, agentes de la CIA controlan las acciones de Rafael Echeverría Flores, dirigente del Comité Provincial de Pichincha de PC. En el libro CIA Diary InsideThe Company, se mencionan los agentes Mario Cárdenas, Atahualpa Basantes, militar retirado y Luis Vargas como activos en esa acción. El resultado es que el Partido Comunista se escinde y surge el Partido Comunista Marxista Leninista PCMLE; en ese avatar algunos militantes seguirán a Echeverría Flores en la dirección del nuevo partido, siendo expulsado en 1966 por reiteradas acusaciones como informante de la policía.
Nuevos tiempos
En el año 2006 la izquierda ecuatoriana enfrentó la disyuntiva de apoyar el proyecto político de la llamada Revolución Ciudadana, surgido en la lucha contra la partidocracia vigente. Los socialistas, que en ese momento exhibían varias fracciones, (Partido Socialista Ecuatoriano, Partido Socialista Revolucionario Ecuatoriano, Partido Ecuatoriano del Pueblo), deciden apoyar al movimiento que encabeza Rafael Correa, incluso la militante Guadalupe Larriva, ocupa el cargo como titular del Ministerio de Defensa, hasta su muerte en un accidente aéreo en el año 2007. Hoy aún se preguntan, ¿dónde está el error de apoyar a la revolución ciudadana? Enrique Ayala Mora responde que los que apoyan, “son oportunistas, para congraciarse con Correa, que no tienen una historia militante y que ya no discuten doctrinariamente como antes”. Los comunistas, que en ese entonces integran un movimiento llamado Frente Unido, hacen lo propio y suman su apoyo a la revolución ciudadana sin llegar a ocupar cargos visibles en el gobierno.
En 1978, el Movimiento Popular Democrático MPD, de tendencia maoísta, había creado un ala electoral para enfrentar “diferentes facciones derechistas”, y “escuchar al pueblo y darle el cambio que desea en las elecciones”. Así, sin mayor incidencia electoral, el MPD sobrevivió al periodo del febrescorderismo, y luego en un manifiesto señaló: “En el gobierno de Rodrigo Borja y la socialdemocracia, el escenario se distinguió del socialcristianismo, aunque las necesidades del pueblo ecuatoriano no se lograron satisfacer en su totalidad, el gobierno naranja redujo la represión y permitió la protesta.” El MPD, en ese entonces, criticó las políticas neoliberales en las que el gobierno de Borja incurrió dentro de su proyecto socialdemócrata.
La izquierda maoísta representada por el MPD, a inicios del proceso suma fuerzas al movimiento correista, pero sería cuestión de tiempo para que le retire su apoyo, convirtiéndose en uno de los más rabiosos enemigos del gobierno de Rafael Correa. El MPD brinda su concurso, incluso para la relección de Rafael Correa, no obstante, en el año 2009 se produce la ruptura con el oficialismo porque “no lo dejaron publicitarse en España”. El gobierno recupera el sentido gremial de la UNE hasta entonces controlada por los maoístas; por esta razón, a partir del 2010 el MPD forma parte de las protestas contra el gobierno. Tres años más tarde, la izquierda “china” como se la conoce, forma la Coordinadora Plurinacional de Izquierdas e impulsa la candidatura de Alberto Acosta contra el régimen correista, siendo disuelto el MPD en el año 2014. En septiembre de ese año, nace la Unidad Popular, (ex MPD) que en el mes de octubre se registra como nuevo movimiento en el CNE.
La política es un fenómeno cambiante que se nutre de organismos vivos, más aún la política revolucionaria que implica la capacidad de reproducir la realidad en transformación constante. Sin embargo, la izquierda ecuatoriana sobrevive reproduciendo un signo de nuestro tiempo: el anquilosamiento por la existencia de objetos desprovistos de su esencia. Una izquierda que al volverse políticamente light, marcha a la zaga de los movimientos socialdemócratas o reformistas, sin la garra antisistema que dio origen a su carácter revolucionario.
Las elecciones presidenciales de 2017 confirman la atomización de la tendencia de izquierda en diversas fracciones y prácticas, en algunos casos, abiertamente contradictorias con los principios fundacionales del marxismo. Tal es así, que asistimos a una descafeinizacion de la izquierda más radical, expresada en grupos maoístas y/o socialistas. Es una suerte de crisis estructural que afecta a la izquierda criolla y que, de algún modo, reproduce el extraño camino de la izquierda europea: se trata cada vez más de un fenómeno caracterizado por la desintegración del marxismo como un hecho real. Consiste en un proceso de asimilación ideológica dentro de los marcos del sistema político representativo imperante, que hace perder iniciativa histórica al rol de la izquierda.
Esto explica que la izquierda ecuatoriana permanezca a la zaga de los hechos históricos y a la cola de los movimientos socialdemócratas, como el caso de la Unidad Popular (ex MPD) a que apoya la candidatura de Paco Moncayo auspiciada por la Izquierda Democrática. Desde esa orilla se ha convertido en enemigo de la revolución ciudadana. Desde esa alianza electoral, además de vender con mucha soltura los postulados de la socialdemocracia, se alinea en sus críticas al gobierno de Rafael Correa, y coincide con los más recalcitrantes ataques de la derecha política criolla e internacional al regimen correista. Esta práctica es coincidente también con los planteamientos de sectores trotskista -de la ultra izquierda anarco política-, que han confesado que prefieren un gobierno de derecha a uno progresista, para que “radicalice las contradicciones históricas”. Las izquierdas comunista y socialista, que conforman el frente de apoyo a la revolución ciudadana, también denotan una pérdida de iniciativa histórica con ausencia de un proyecto político propio. En cambio, han sumado sus fuerzas al gobierno de Rafael Correa que, siendo un movimiento nacionalista progresista, no cumple con todos los lineamientos ortodoxos del socialismo clásico.
El 19 de febrero el país se juega en una decisión trascendental -más allá del cambio de Presidente y asambleístas-, la permanencia de un modelo nacionalista de corte populista, versus otro “identificado con la restauración de los intereses de la élite bancaria y empresarial de Ecuador”. Frente a esa disyuntiva, la izquierda -con síntomas de pérdida de su esencia política-, no logra un consenso ideológico y una práctica consecuente. En esta coyuntura histórica, los porfiados hechos rebasaron a la tendencia de la izquierda descafeinada que oscila, como en sus inicios, entre la reforma conservadora y la revolución social.