Esta vez sí hubo debate a diferencia del anterior. El debate organizado por diario El Comercio fue un debate publicitario, caracterizado por el simulacro de discusión política, -que nunca a existió-, un espacio mediático en donde todo es posible: la exageración, la distorsión de los hechos, la manipulación, los efectos especiales, el dominio escénico, la reiteración neurótica, las frases manidas, el maquillaje físico y verbal, etc, todos recursos que son usados por la publicidad en la era de las emociones fáciles.
Una época en que la palabra está en descrédito y es sustituida por el gesto histriónico, la simulación y la mentira goebbeliana repetida mil veces -a ver si se convierte en verdad transitoria-, como el único propósito de posicionar al producto-candidato en su apariencia de ser sin serlo.
Una puesta en escena que apeló a los golpes de efectos publicitarios donde no estuvieron ausente el baratillo de ofertas y las gangas políticas en la mejor expresión de manipulación electoral. Un debate publicitario que desplegó recursos, incluso ajenos a la propaganda que implica difusión de ideologías, proyectos y programas concretos de acción política y descripción de cómo llevarlos a cabo.
Asistimos a una sesión de marketing electoral, amparado en recursos publicitarios lanzados al aire como voladores de luces, con el fin de obnubilar al televidente con un formato que no permitió, nada más allá de lo obvio, una exposición de candidatos que hicieron gala de la falta de soluciones reales a los problemas del país. No escuchamos propuestas serias y factibles sobre el problema el desempleo, la crisis económica y el futuro social del Ecuador. La corrupción no ocupó un lugar serio y concreto en el debate, porque nadie tiene pruebas de qué tan corrupto es el contrincante, por tanto, no vale como argumento político y las encuestas no están reflejando que ese tema preocupe mucho a los electores. Moreno lideró el tema anticorrupción como una forma de neutralizar lo que se suponía sería un ataque de siete contra uno; pero esos siete no tienen pruebas concretas y reales sobre la implicación de los adherentes a la lista oficial en actos de corrupción. Solo fueron tiros al aire en ese tema, con un Dalo Bucaram que golpea la mesa y califica al régimen como el “más corrupto”, olvidando que su padre fue destituido a los seis meses de la presidencia por corrupto e “incapaz para gobernar” y hoy aún se mantiene prófugo de la justicia en Panamá. Cynthia Viteri dijo que “no podrán disfrutar” de la corrupción, pero sus publicistas no le dijeron que sus antecesores socialcristianos se fugaron y sí disfrutaron de los dineros de la corrupción del gobierno febrescorderista. Es decir, demagogia pura. Los demás candidatos tibios, pusilánimes y sin pruebas, no pudieron hablar en concreto y en serio de la corrupción histórica en el país.
De igual manera, existió falta de concreción en el tema económico, tributos y trabajo donde la oferta manipuladora de Lasso, de prometer “un millón de empleos”, quedó al descubierto como una frase demagógica e irresponsable. Una actitud de Moncayo sin fundamentos para gobernar, apelando a su paso por la alcaldía quiteña y los réditos políticos que supuestamente pudo dejarle. Viteri habló generalidades sobre fórmulas de política neoliberal, en el intento de mostrar un rostro de madre aniñada, que impresione a las mujeres de clase media, de medio pelo para arriba; políticamente maquillada, como si se tratase de un concurso de belleza. Nadie tocó temas de fondo: inversiones productivas, tratados comerciales, creación real de empleo, políticas tributarias, seguridad económica y jurídica, deuda externa, cultura, etc.
Por eso asistimos a un debate publicitario, en una campaña donde son evidentes los toques de mano de publicistas que operan detrás de la sonrisa de los candidatos. Los asesores políticos permanecen ausentes, porque fueron reemplazados por marketineros que hacen gala de alta subjetividad y se inventan atributos que el producto -en este caso el candidato-, no tiene. Hacen gala del desconocimiento del país real, al que confunden con un espacio ficticio de reacciones primarias de un consumidor desinformado y, por tanto, manipulable. Hacen gala de recursos emocionales, subjetivos, tendenciosos como la publicidad comercial: posicionar al producto a como dé lugar, con falsas promesas básicas, con frases de impacto y mimética espectacular (golpes de mesa, sonrisas congeladas, frases emocionales engominadas, etc.).
Todos los candidatos creen en la publicidad, menos Lenin Moreno que no promocionó la obra de gobierno que hace fuerte su candidatura. El candidato oficial resumió en una frase anti publicitaria el escenario existente: Aquí está representado lo peor de la historia del país. Por eso asistimos a un screenings -a lo que las agencias de publicidad llaman proyección publicitaria-, de ofertas de baratillo fruto de la calentura electoral.
Al final del día, el 19 de febrero, se sabrá que tan impactantes resultan los montajes publicitarios de candidaturas expuestas en screenings mediáticos. Saludable será no dejarse engañar por la publicidad, que actúa en lugar del análisis o debate serio. La ausencia de diálogo presidencial dio paso al monólogo con discursos repetitivos. No hubo visión de país en la exposición de los candidatos, porque no tienen vocación de futuro por su escasa preparación para gobernar como estadistas. No hubo soluciones en boca de los siete del patíbulo. Siete representantes de aquellos que ya gobernaron para sus intereses personales y de los grupos de poder que los secundan. Por eso en los siete estuvo representado lo peor de la historia del país.