La campaña electoral entró en tierra derecha, según la clásica expresión equina de las carreras de caballos; es decir, en el último tramo que lleva recto a la meta. Para unos es terreno de repechaje, para otros de pique final. En la tentativa para ganar por uno o dos cuerpos, o por cabeza, -siguiendo el lenguaje de torneos equinos-, los candidatos dan rienda suelta a la propaganda en redes sociales, los más y los menos en medios tradicionales. Todos apuestan por la visita puerta a puerta, el mitin relámpago o la concentración masiva en sitios controlados, y, por cierto, la batalla en el papel de las encuestas. El guión no difiere de uno a otros: todos pretenden interpretar las “aspiraciones populares” con tema de economía básica, empleo, libertades civiles, impuestos, seguridad social, lucha contra la corrupción, etc.
¿Cómo se mueven las frutas electorales?
La campaña electoral arrancó en un contexto en el que Ecuador cumple 10 años de gobierno de la revolución ciudadana, para unos la década ganada para otros, simplemente perdida. Cualquiera sea el caso, la época se caracteriza por una década de protagonismo del Estado, políticas públicas orientadas al bienestar popular en materia de salud, educación, vialidad, asistencialismo, bonificaciones, subsidios, reconocimiento de derechos constitucionales de grandes sectores postergados y de minorías, étnicas y de género, soberanía del país en lo internacional, etc, con programas sociales financiados gracias a los altos ingresos provenientes del petróleo.
Este escenario dio un vuelco drástico en los últimos dos años y marca la coyuntura actual, con la caída comercial de los hidrocarburos, la contracción de la economía, la ralentización de programas sociales, devaluación de monedas de países vecinos, apreciación del dólar, consecuencias del terremoto de abril, lo que condujo a un incremento de la demanda ciudadana y el agudizamiento de la protesta social en el plano local. En lo internacional, la coyuntura se caracteriza por un retroceso político, o perdida de la hegemonía, de los gobiernos progresistas en la región o del llamado socialismo del siglo XXI (Brasil, Argentina, Paraguay, Venezuela), que ven surgir propuestas de gobernanza neoliberales, situación que conduce a un debilitamiento de la integración sudamericana, con riesgoso incremento de la dispersión regional.
Se asume que estos temas debieron formar parte de la agenda electoral de partidos y movimientos aspirantes a conducir los destinos del país en el periodo 2017-2021; no obstante, el discurso anduvo muchas veces por otras preocupaciones, discutibles intenciones políticas e impracticables promesas de campaña. La ciudadanía, en menor que en mayor grado, ha percibido las intenciones de los candidatos, formándose un criterio para decidir su propia intención de voto. Las encuestas coinciden en registrar cifras que oscilan en torno al 35% para Lenin Moreno, 17% para Guillermo Lasso, 14% Cynthia Viteri, Nulo 12%; Paco Moncayo 8%; Blanco 7%; Dalo Bucaram 4%; Espinel, Pesántez y Zuquilanda abajo un 3% y 33% de indecisos. Otros datos ubican a Moreno con 35.9%; Lasso 21%; Viteri 17.5%; Moncayo 14.2%; y el resto de candidatos por debajo del 5%. En el primer escenario, Lenin Moreno ganaría en primera vuelta; en el caso subsiguiente, habría más de 80% de posibilidades de una segunda vuelta con Lenin y Lasso en la contienda final. Todo depende del comportamiento del electorado en estas dos semanas de tierra derecha hacia el 19 de febrero, si éste continúa mostrando un voto oculto en las encuestas y en qué porcentaje, y si caso contrario, los indecisos toman una decisión en último momento; y qué tan intensa, reveladora o sorpresiva se torna la “campaña de denuncias” de corrupción en favor y en contra de uno y otro candidato. La eficacia comunicacional de la campaña está en proporción directa con la capacidad de demostrar la verdad propia y eludir las mentiras ajenas, o endosarle los males nacionales al contrincante.
Cada candidato hace lo suyo, muchas veces al margen de los intereses ciudadanos; o, en el mejor de los casos, tratando de sintonizar con el electorado, sus aspiraciones, frustraciones e ideales. El binomio oficial Moreno-Glas ha puesto énfasis en un intenso recorrido territorial en las provincias claves de Pichincha, Guayas y Manabí que juntas representan el 70% del electorado, sin descuidar bastiones importantes como la sierra centro norte de significativa influencia indígena, y las provincias de Esmeraldas y Cachi de presencia afrodescendiente. El discurso que lleva el binomio a esas regiones del país se concentra en poner énfasis en logros del gobierno de Rafael Correa, prometiendo “cambios verdaderos” en la mejora de las condiciones futuras del Ecuador. Promesas como “El futuro es ahora”, “Late un nuevo Ecuador”, acompañan una imagen de un Lenin preocupado por el devenir de la familia ecuatoriana, un hombre dialogador, un líder que basa su carisma en la bohonomia de sus palabras y acciones. El aspirante de Alianza País y movimientos sociales, ha desplegado una importante agenda de medios y redes sociales, pero donde ha hecho lo mejor, es en el encuentro popular directo con diversos sectores nacionales frente a los cuales ha sellado compromisos concretos. El objetivo global y final de ganar en primera vuelta, obtener una significativa mayoría legislativa y vencer en la consulta sobre paraísos fiscales, depende de cómo la candidatura de Moreno y Glas dan vuelta la hoja a las diferencias internas, consiguen disciplina en la votación en plancha y enamoran a los indecisos.
La oposición no la tiene fácil. Los triunfos electorales del 2014, en que ganó importantes representaciones seccionales quedaron atrás. Su objetivo siguiente de conformar un frente único contra el régimen correista, no ha sido conseguido por diversos factores, entre los que destacan las ambiciones personales, diversidad de intereses, sus estilos políticos, situaciones conducentes a un auténtico canibalismo político opositor que impiden las alianzas durables.
El candidato de la bancocracia, Guillermo Lasso, lleva varios años en campaña, consiguiendo estructurar un aparato electoral a nivel nacional del movimiento CREO y escurridizas alianzas que se le han escapado de las manos en último momento. Su inversión publicitaria, probablemente, es la más abultada de la campaña con recursos invertidos en reclutar adherentes, pagar publicidad BTL en las calles, manejar cuentas troll en redes sociales, pautar en medios audiovisuales, inversiones varias en investigar a sus oponentes, entre otros rubros, etc. Su promesa básica se resume en la frase “Vamos por el cambio”, con desglose en prometer “un millón de empleos”, eliminar impuestos y leyes del régimen actual y ofrecer “reactivar la economía”. Su estrategia de venderse como un “empresario exitoso”, no ha logrado remontar la imagen del banquero «responsable» del feriado bancario que llevó a la ruina o al exilio a millones de ecuatorianos en el año de la grave crisis de 1999. Lasso no ha sabido rodearse de gente políticamente solvente que contribuya con votos a su campaña. Por mencionar algunos casos de fiasco electoral está el caso de Macarena Valarezo, ex reina de Quito que, por desafortunadas afirmaciones clasistas excluyentes, tuvo que salir del escenario de Lasso y más bien le restó votos. El caso de Andrés Pellacini, un desatinado animador de farándula que las emprendió contra los derechos laborales de las empleadas domésticas, y que apareció en fotografías con Lasso, también le hizo un flaco favor a la campaña del banquero guayaquileño. Y el caso más notable, Andrés Páez su binomio, considerado el “sepulturero de su partido” anterior, -la Izquierda Democrática-, discutible actor político callejero y personaje sin legitimidad nacional que mostró ser incapaz de acumular votos en favor de Lasso.
La delfina del alcalde de Guayaquil, Cynthia Viteri, impuesta contra viento y marea en la papeleta electoral presidencial por su padrino político Jaime Nebot, no consiguió concretar lo que era una correcta estrategia: la candidatura única contra el correísmo. La imposibilidad de liderar la cruzada contra el régimen de Rafael Correa tiene que ver con otra forma de canibalismo político: disputar el mismo territorio electoral, costeño y sin poder penetrar históricamente en la sierra como socialcristianos o madera de lo que sea. La impostura de la candidata que -de paso argumenta “ser la única mujer”-, no pega popularmente por su origen oligárquico y sectario que ahuyentó a posibles aliados como Podemos, Suma y Concertación. El fracaso se da pese a que los propagandistas de la campaña, tratan de proyectar la imagen de una Viteri “renovada y dialogadora”, sin dejar de lado sus atributos físicos que facilitan su “llegada”. No obstante, nada impidió la “estrepitosa caída” que reconocen los socialcristianos luego del año 2006, cuando pierden importantes representaciones en el parlamento ecuatoriano. A la distinguida dama guayaquileña le han impuesto, además, a Mauricio Pozo, un conspicuo representante de las clases pudientes, economista, asesor financiero y ministro del gobierno de Lucio Gutiérrez. Con una promesa de “cambio positivo”, ese cambio no ha sido tan positivo para la candidatura de Cynthia en la percepción popular, ya que no olvida a los responsables del neoliberalismo represivo de años pasados en Ecuador bajo el febrescorderismo. Sin embargo, el discurso de la candidatura socialcristiana promete empleo, eliminar impuestos, reducir la deuda, combatir la violencia intrafamiliar, entre otras ofertas.
El general Paco Moncayo, que sí tiene quien le escriba el guión electoral, -la Izquierda Democrática y el MPD-, se ha mostrado agotado física y políticamente en los últimos tramos de campaña. Una batalla, sin duda agobiante, en la que ha puesto su mejor esfuerzo en convencer sobre tres ejes de campaña: prosperidad, libertad y bienestar, bajo un eslogan poco convincente: “juntos estaremos mejor”. Poco pegador, precisamente por su falta de energía política y por la presencia de sus aliados, identificados con los males de la educación en la UNE, tirapiedras callejeros, etc. Con cierta aceptación en la sierra y mala llegada en la costa, Moncayo se perfila como un candidato de centro izquierda en capacidad de aportar votos en una segunda vuelta a Lenin Moreno.
La novedad electoral la constituye Dalo Bucaram, -hijo del ex presidente A. Bucaram autoexiliado en Panamá por enfrentar varios juicios en el país-, un político joven que trata de renacer una “nueva fuerza política”, populista de corte costeño y farandulero. Su campaña promete “Un nuevo futuro”, tratando de captar a los jóvenes que nada saben del gobierno de su padre derrocado a los seis meses por “incapacidad para gobernar”. Los demas candidatos no reflejan un sentir ciudadano importante, con escasa proyección política nacional y con discursos, más bien antipopulares, como prometer implantar la pena de muerte o armar a los padres de familia.
Así se mueven las frutas electorales, con vientos que se pondrán más intensos en este último tramo de una campaña en tierra derecha. Un movimiento Alianzas País con diez años de experiencia gubernamental que le garantiza un voto duro e intención de voto, con lo cual encabeza las encuestas. Concentrado en convencer a los indecisos, el movimiento oficialista lleva las de ganar si consigue minimizar las disputas internas, potenciar la enorme obra del gobierno de su líder histórico Rafael Correa y proyectar una imagen de consolidación del proceso de la revolución ciudadana, con refrescantes y verdaderos cambios políticos. La oposición, en cambio, está dividida por el canibalismo político que practica, como en los mejores tiempos de trogloditismo electoral. Su desafío es casi imposible: convencer, sin vocación de futuro, que el pasado maquillado que proclaman, es mejor que el presente actual.
La voluntad del pueblo no es una cifra de encuestas amañadas ni estadísticas estáticas, ni deseos románticos de alcanzar el poder político. La voluntad popular es un sentido de país, un instinto de clase -moldeable, por cierto-, pero no manipulable a ultranza por cuatro pelagatos convertidos en asesores a sueldo. El pueblo dirá sí, a los cambios verdaderos, a las promesas honestas y posibles de cumplir, al diálogo como convivencia armónica entre coterráneos y a una palabra abierta que represente el íntimo estado de ánimo de los ecuatorianos. Otra etapa empieza el 19 de febrero, con el desafío de un país grande de seguir siéndolo con dignidad y eficacia para enfrentar los retos de implantar un renovado modelo de gobernanza, sostenible y sostenido sobre la voluntad popular. En esa minga, el pueblo siempre tiene la primera voz y la última palabra.