Según los biógrafos la madre del Presidente de los EE. UU, Mary Anne MacLeod Trump, ingresó de forma ilegal a Nueva York en 1930 y trabajó como empleada doméstica para mantenerse antes de casarse con el padre del magnate. Una historia de algún modo contradicha por el mandatario estadounidense, se inicia en 1912 en el pueblo de Tong, isla de Lewis al norte de Escocia de donde es oriunda Mary Anne, cuyo padre, un humilde pescador jefe de una familia de nueve hermanos, la condenó a llevar una vida de carencias en tiempos de guerra y miseria.
En Norteamérica donde se instalan los MacLeod, Mary Anne como empleada del servicio doméstico de una familia acaudalada de Manhattan, conoce a Ronald Trump padre, un modesto empresario que iniciaba su carrera en Queens. Durante los difíciles años de la depresión de 1920, Mary Anne perdió su trabajo y contrajo matrimonio con el futuro magnate.
La vida de la madre de Trump, fallecida en el 2008 a los 88 años de edad, cuenta con diversas versiones por parte de los investigadores. En una versión diferente a la mencionada, Mary Anne habría viajado a los EE. UU en plan de vacaciones, y es en ese viaje que se enamora de Donald Trump padre. Al cabo de un tiempo la joven regresó a Escocia, desde donde mantiene una relación epistolar con el futuro padre de sus hijos, y que finalmente se formaliza con el matrimonio. Esta versión, menos romántica, muestra a una mujer que decide viajar a los EE. UU en plan de conocer el mundo, historia que difiere de aquella de la empleada doméstica que sucumbe a la conquista del viejo Trump.
El origen escoces de los Trump y la historia de una madre que abandona su tierra natal para emprender una nueva vida en los EE. UU, debió ser un aliciente para que el mandatario norteamericano muestre un rostro más amable a los inmigrantes que arriban a los EE. UU. No obstante, la retórica antinmigrante fue uno de los bastiones sobre los cuales Donald Trump construye su camino a la presidencia de los Estados Unidos. En furibundos discursos, dirigidos sobre todo a quienes provienen de Latinoamérica y de países como India y Vietnam, los acusa de “asesinos” y de “robarles el trabajo” a los ciudadanos de Estados Unidos, provocando el rechazo de las comunidades inmigrantes. Sin embargo, en un detalle relevante, Trump nunca se refirió a los inmigrantes procedentes de Europa, acaso porque su realidad económica hoy es diferente, aunque sus anales lo registrarán siempre como un hijo de la migración del viejo continente.
El país del norte ha sido históricamente el centro atrayente de la inmigración. Desde los días de la revolución industrial en el siglo XIX acaecida en Europa, miles de hombres y mujeres han creído que el “sueño americano” es suficiente para intentar migrar a los EE. UU, atravesando el Atlántico no sin riesgos. Así, el pueblo norteamericano de mentalidad nacionalista, a pesar de la convivencia con una gran diversidad racial, un discurso antiinmigrante en ciudades como Los Ángeles y Nueva York, se ha mantenido presente y fuerte desde hace décadas.
Precisamente, en ese discurso xenófobo y chauvinista, Trump basó su plataforma electoral. Así consiguió doblegar a sus oponentes y obnubilar a sus adherentes, con promesas de hacer grande a la nación norteamericana a costa de la desdicha de millones de seres humanos que arribaron a la tierra de Lincoln en busca de una nueva vida. Será acaso por eso que Donald Trump emprende su desprecio en contra de latinos y musulmanes y jamás ha aclarado su postura respecto a los inmigrantes europeos que representan una cifra significativa en el país americano. Será que el fantasma de su madre le recuerda en sus noches de delirio que ella y su esposa, también de origen europeo, un día llegaron a los Estados Unidos a buscar su “gran oportunidad”.