Uno de los mitos qué roda al presidente Trump, es su influjo con las mujeres, a quienes, convertidas en objeto sexual o publicitario, lanzó a la fama cuando era organizador de concursos galantes. Odiados por sectores feministas y considerados un símbolo mediático de la belleza femenina, estos certámenes dieron a Trump la oportunidad de rodearse de mujeres, cortejarlas, seducirlas y conseguirlas a cualquier precio.
En ese escenario de ninfas y aspirantes a un título de belleza, no es difícil explicar su actitud machista que lo motiva a expresarse con superior desprecio por el sexo femenino como macho cabrío, prepotente y avasallador. Una conducta que puede haberle servido como gancho seductor o intimidador, según el caso, para similares fines sexuales o comerciales. En esa dinámica, el ex presentador de televisión hoy convertido en presidente de los EE.UU, se ha granjeado el rechazo de diversos sectores feministas, de derechos humanos y políticos que detectan como una amenaza para la democracia y los derechos civiles las bravuconadas amenazantes de Trump en contra de minorías de género, étnicas o políticas.
La situación ha llegado a preocupar a los asesores de Trump, que se estrenan en el manejo de la imagen de un líder controversial y no muy dispuesto a dejarse conducir por el sendero del tino diplomático. La nueva faceta en la vida de Trump se inició el mismo fin de semana de su ascenso al poder de los EE. UU, una jornada en la que no faltaron sus iracundos mensajes de Twitter contra o que percibe como “críticas dispersas y en ocasione falsas”.
Trump está cruzando la etapa complicadísima de convertirse de ciudadano común en Presidente de una potencia mundial, y según los observadores, “lo que funciona en el camino hacia la Casa Blanca no siempre lo hace una vez que el candidato ya está ahí”. El supuesto plan inicial, con un presidente entrante -que por lo general goza de buen poder de negociación-, se vino abajo cuando Trump decidió quejarse sobre reportes de la cantidad de asistentes a su ceremonia y tardó en corregir sus expresiones que enfiló en contra de la CIA. La falta de una disciplina causó preocupación entre sus asesores que le pidieron no actuar a partir del resentimiento contra la prensa que dio una “cobertura injusta” a la ceremonia de posesión del mando. La visita a las oficinas centrales de la CIA, tenía el objetivo de mostrar su apoyo a la agencia y criticar a los senadores demócratas que han retrasado la confirmación de Mike Pompeo, a quien eligió para liderarla. Después de un apresurado discurso de reconciliación a los servicios de inteligencia que ha criticado en el pasado, se salió del guión para dar un discurso inconexo sobre el tamaño del público que asistió a su toma de posesión. Lo errores no terminan allí: el portavoz de la Casa Blanca, Sean Spicer, después convocó a su primera conferencia de prensa para atacar a periodistas y criticar reportes, verificables con evidencia fotográfica, de que la audiencia en la toma de posesión de Trump fue menor que la de Obama en 2009.
Trump parece resistirse a la idea de que debe cambiar su manera de asumir su responsabilidad como mandatario. El expresidente de la cámara de representantes Newt Gingrich, quien ha asesorado a Trump dijo que, si quiere gobernar, “tiene que hacer dos cosas de aquí al 2020: mantener seguro a Estados Unidos y crear muchos trabajos”. Se espera que los estadounidenses promedio no pongan atención a temas como las protestas, si les está yendo mejor al final del gobierno de Trump, si la respuesta es sí, entonces dirán: “Bien, denme más de lo mismo”, según los observadores.
No obstante, el mal comienzo marca una diferencia con las aspiraciones gubernamentales estadounidenses. Una ex adherente a la campaña de Trump, -Lin Wood-, lo resumió en pocas palabras: “Para alguien que creía que teníamos oportunidades de cambiar, es un inicio terrible. Esto se va a ir cuesta abajo bastante rápido si no hay cambios y eso no es bueno para nadie”.
Trump enfrenta un reto que comparte con pocos antecesores: ganó el voto del Colegio Electoral pero no el popular, por lo que llegó al cargo con menos apoyo que cualquier otro presidente estadounidense del siglo XXI. Eso le ha granjeado el asedio popular desde el primer día al mandatario norteamericano, que debe defender su legitimidad cuesta arriba. El jefe del gabinete Reince Priebus, dijo en la televisión: “El punto no es el tamaño del público. El punto son los ataques e intentos por deslegitimizar al presidente, y no los vamos a tolerar”.
“Marcho por mis padres, por ti, por mí, por ella, por él, por todos. No es solo sobre los derechos de la mujer ni una protesta sobre Trump. Estoy aquí hoy porque siento que todas las voces tienen que ser escuchadas. Es el momento para alzar la voz y hablar sobre los valores sin miedo y ser ejemplos a seguir”, expresó Ingrid Becaro de 34 años, una residente colombiana en New York. Sus palabras reflejan el sentimiento de millones de mujeres y hombres que marcharon el día de la llegada de Donald Trump al poder, una jornada que convocó a personas de todas las edades, género y credos. A todos los unía el rechazo contra lo que para ellos representa el nuevo presidente: la intolerancia, la misoginia, el desprecio hacia los migrantes y los musulmanes, la arrogancia y la intimidación.
La masiva protesta que tuvo como escenario principal la ciudad de Washington con medio millón de manifestantes, pero que se reprodujo en todo el país y varias ciudades del mundo, se interpreta como “una oportunidad de afianzar lazos; de homenajear a sus madres, hijas y hermanas; de afirmar su identidad y sus valores junto a otros». Una multitud tres veces más grande que la que acudió a la toma de posesión de Trump, participó en una manifestación política como un modo de conjurar el temor colectivamente.
Esther López de 60 años dijo: “Los inmigrantes no llegamos, hemos estado aquí hace varias generaciones construyendo este país. Es nuestro país; no soy invitada. Marcho como una líder sindical comprometida con nuestra democracia y con los derechos de los trabajadores. Estoy pidiendo que este gobierno funcione como una democracia, que respete a los trabajadores. Que las mujeres tengan derechos”. Gloria Steinem, 82 años, activista y líder feminista, complementó la idea: “No hay ningún lugar en todo el mundo donde preferiría estar. Nos acompañan personas en los otros cinco continentes. Marcho por mí y por toda la humanidad”. Son las mujeres de Trump, las mismas que creó con su estilo de ser y hacer política. Voces unidas en una sola humanidad.