Uno de las grandes encrucijadas de los EE. UU hoy, consiste en saber si Donad Trump gobernará al clásico estilo republicano o, por el contrario, improvisará su propio modelo de gobernanza. El 9 de noviembre los republicanos alcanzaron un triunfo electoral que pone en sus manos los destinos de los EE. UU, dejando abierta la posibilidad de regresar al estilo “muy belicista, por ser gobiernos donde el lobby del complejo militar-industrial, además de las corporaciones y trasnacionales petroleras, han visto sus mayores ganancias”, según señala el analista Basem Tajaldine.
Con el control total sobre las dos cámaras del Congreso norteamericano, Cámara de Representantes y el Senado, los republicanos deberán lidiar con el presidente Trump, que desde ya emite señales de imponer un estilo distinto a su partido, una especie de outsider que no necesariamente actuará de acuerdo a los lineamientos clásicos de los republicanos.
Hay claras señales de que el magnate utilizó la plataforma del partido republicano, porque en caso contrario le habría sido imposible presentarse como independiente en el marco de un sistema político donde funciona el bipartidismo. Pero el contrapeso parlamentario lo sigue poniendo el Partido Republicano que, por controlar ambas cámaras, tiene la opción de designar a muchos de los altos funcionarios gubernamentales y jueces de la Corte Suprema.
Según el analista Fernando Casado, Trump no representa una ruptura en el establishment republicano, pero si es discordante con las tradiciones que corresponden al partido rojo, sobre todo en aquellas medidas proteccionistas que anunció para atraer el capital localizado en otros países, lo cual es una dinámica muy distinta al partido. Como se conoce, en el parlamento norteamericano existe relativa libertad de voto entre sus miembros, lo cual implica que la mayoría republicana no necesariamente aprobará todas las decisiones que tome Trump desde el gobierno.
En tal sentido, se anticipa un tira y afloja permanente entre republicanos del congreso y miembros del gobierno encabezados por Trump. Esto implica, -según Casado-, que Trump tenga “grandes sectores del partido republicano en su contra”, a quienes deberá convencer de sus decisiones y no tendrá fácil el camino para imponer su agenda.
¿Cuál es el componente del equipo de Trump? En primera instancia salta a la vista que el equipo de gobierno está conformado “abrumadoramente de hombres blancos”. Conforme a la tradición de los EE. UU, cuyos gobiernos “han representado con el mayor celo los intereses capitalistas, la administración Trump estará integrada por “capitalistas corporativos, casi todos multimillonarios; destacados, además, por figurar entre las personas más abiertamente reaccionarias de su clase social”. Entre los miembros hay tres generales vinculados al mundo de los negocios, «defensores a ultranza de la ganancia empresarial no importa el costo humano» y, en general, connotados racistas, misóginos, homófobos, islamófobos y chovinistas.
Mitch McConnel, líder de los republicanos en el Senado, en connivencia con Trump ha dado el paso sin precedente de obviar la evaluación previa a los nominados del equipo establecida por la Oficina de Ética del Gobierno. El acuerdo Trump-McConnel consistiría en que el presidente dará luz verde a la agenda más derechista de los republicanos, a cambio de que le aprueben de forma expedita los nombramientos de su gente de confianza.
Uno de los nombres más cuestionados es el del senador Jeff Sessions, connotado racista y sexista, que anteriormente fue rechazado para un cargo de juez federal en 1986 por su record de racismo cuando era fiscal de Alabama. La viuda de Martin Luther King, Coretta advirtió que con Sessions se podrían perder las conquistas logradas por su esposo en contra la discriminación racial.
En el equipo de Trump destaca Mike Pence, Vicepresidente electo, que mantiene estrechos lazos con los ultrareaccionarios y multimillonarios hermanos Koch, además de ser el ganador de exuberantes sumas de dinero en los sectores financiero, farmacéutico, químico y de la construcción. El Secretario de Estado del gobierno de Trump es Rex Tillerson, un magnate petrolero que hizo carrera en Exxon, famosa por fomentar la negación del cambio climático y furibundo enemigo de los ambientalistas. Su nombramiento anticipa pésimas consecuencias sobre el cumplimiento por los EE. UU del acuerdo de Paris sobre la realidad ambiental del planeta motivada por el calentamiento global. En el senado de clara tendencia anti rusa, Tillerson podría ser rechazado, además, por su amistad con Vladimir Putin. Otro de los hombres del presidente es el Secretario del Tesoro, Steven Mnuchin ejecutivo de Goldman Sachs, una de las “grandes responsables del descalabro financiero de 2008”. En la nómina se incluye a James Mathis, como Secretario de Defensa, que ha sido “miembro de los directorios de General Dynamics, firma con encargos del Pentágono, y de Teranos, que engañó a sus consumidores y accionistas”.
En el área educativa Betsy de Vos es la nueva Secretaria de Educación es una enemiga acérrima de la educación pública, partidaria de su privatización y con inversiones en la educación privada. Mientras que el Consejo Nacional de Economía será presidido por Gary Cohn, ex jefe de Goldman Sachs, empresa que estafó a sus accionistas antes de la crisis del 2008. En el ámbito ambientalista, la Agencia de Protección Ambiental, una dependencia que cuestiona la existencia del cambio climático, será presidida por Scott Pruitt, ex fiscal de Oklahoma que defendió los intereses de Devon, un gigante energético de ese estado. Cierra la nómina de los hombres del presidente, Andy Puzder, como Secretario del Trabajo, se destacó como ejecutivo de compañías de comida rápida por oponerse a los sindicatos y a pagar horas extra. Este es el equipo de Donald Trump que pretende imponer un nuevo estilo de gobernar en el país más críticamente gobernable del mundo.