Si se calla el cantor, calla la vida…, versa la célebre canción del cantor argentino Horacio Guarany. Y la vida calló por un instante, al partir nuestro hermano gigante de la canción latinoamericana. Me produjo sentimientos huracanados la noticia de que su corazón se detuvo de súbito a los 91 años, y que leí en el muro de ese otro grande hermano nuestro, Jaime Guevara.
Dijo su amigo y representante Rubén López: «Las enfermedades no lo ayudaban a seguir. Horacio trataba de recuperarse, de ponerse bien. El cuerpo quería otra cosa y su cabeza iba por otro lado. Así es la vida. Pero no le tenía miedo a la muerte. Siempre decía que la muerte justifica la vida».
Tenía yo trece años y mi madre me dejó viajar solo a Argentina, por primera vez, vía terrestre en la ruta Santiago-Mendoza en las furgonetas de la compañía O’Higgins-San Martin que llegaban a su destino en seis horas. Luego de cruzar la cordillera por el Paso Caracoles, allende Los Andes, me encontraba con amigos en Mendoza donde tomaría el tren Sonda hacia Buenos Aires. El Sonda llamaban a ese tren que atravesaba los pagos argentinos donde la voz de Horacio Guarany se dejaba oír potente en los años setenta.
Confieso que he visitado Argentina innumerables veces y casi todas las hice buscando los versos de Guarany, o de Jorge Cafrune, ese otro grande cantor de la vida. Solía yo recorrer las viejas disqueras bonaerenses buscando un longplay de acetato con la voz de Horacio impregnada en los surcos, como semilla en los surcos de la tierra. Regresaba a Santiago cargado de nostalgia por Buenos Aires, por Mendoza, por los parajes de la tierra de Horacio y la maleta cargada de sus discos de acetato con el surco germinado la vida, en una canción de lucha y esperanza.
Se calló el cantor por un instante, y siguió la vida con rumor de aliento enfervorecido, urgente y promisorio. Y luego la vida continua con su palabra didáctica para enseñarnos que lo más terrible se aprende enseguida, como dice Silvio, su hermano cubano. Y la vida no calla con su clamor de justicia, a pesar que de Horacio, el cantor mayor, calló su cuerpo, pero no su alma. La suya seguirá deambulando por las pampas de mi hermana Argentina, por los ventisqueros de la cordillera andina que se achica para estrecharnos en un abrazo fraternal y solidario. Seguirá su voz sonora en las barriadas humildes, codo a codo con la milonga, esa otra forma de ser argentino. Seguirán sus coplas de verseador perspicaz y empedernido anunciando la voz del cantor, la suya y la de Violeta y Víctor de Chile, de Chabuca de Perú, de Caetano de Brasil, de Pablo de Cuba, de Mercedes y Víctor de Argentina, de Daniel de Uruguay, de Julio de Ecuador. Si se calla el cantor calla la vida, pero la vida no se calla en sus hermanos de lucha y continente. No se callan los cantores, porque la vida misma es todo un canto y en sus voces ese canto debe ser luz en este momento oscuro, amenazada la alegría.
No se calla el cantor, no la voz de Horacio Guarany, porque quedan solos los humildes gorriones de los diarios y los obreros se persignan, quién habrá de luchar por su salario. No se calla el cantor del continente, qué ha de ser la vida si el que canta no levanta la voz en las tribunas para anunciar una nueva vida. Si se calla el cantor, -anunciaste Horacio-, muere la rosa y de qué sirve la rosa sin un canto.
Murió el cantor y calló el cantor por un instante. Y la vida calló por un minuto de silencio luminoso, anunciando la alborada de voces humildes, de voces altivas, de voces rebeldes. Todas las voces, todas latinoamericanas, para despedirte en un hasta pronto Horacio, hermano grande de la patria grande:
Que se levanten todas las banderas /Cuando el cantor se plante con su grito / Que mil guitarras desangren en la noche / Una inmortal canción al infinito.