Que la televisión es el medio del olvido, de la vertiginosidad que no permite retener nada porque todo es trivializado en aras de la velocidad con que se suceden las imágenes contradictorias entre sí, es una verdad, pero a medias. En la pantalla chica da lo mismo ver un crimen pasional, un accidente de tránsito o un terremoto que una diva semidesnuda en poses provocativas. Esto ocurre en la pantalla chica como expresión de la era del vacío que denuncia Gilles Lipovetsky: Vivimos la era de una total ausencia de contenidos edificantes de la condición humana y vaciedad de propósitos.
La televisión no hace más que reproducir en forma mecánica, acrítica e irresponsable, formas de comunicación impuestas por la cultura de masas que privilegia lo mercantil por sobre lo formativo. Lo paradójico es que cuando se trata de regular, de algún modo, el libertinaje comercial de los dueños de los medios masivos, éstos ponen el grito en el cielo a nombre de la “libertad de expresión”, que en el fondo es un reclamo por la libertad de empresa. La libertad de unos termina donde empieza los derechos de otros. Eso es democracia. Y como televidentes tenemos el absoluto derecho a una televisión de calidad y veracidad que contribuya a formar una mejor mirada del mundo.
–La era postmoderna está obsesionada con la información y la expresión, donde todos podemos ser el locutor y ser oídos. La expresión gratuita, la prioridad del acto de comunicación sobre lo comunicado, la indiferencia por lo comunicado, la comunicación sin objetivo ni público, el emisor se ha convertido en el principal receptor. Hay una necesidad de expresarse en sí, aunque sea para sí mismo, comunicar por comunicar, expresarse solo por el hecho de expresar, es decir, la lógica del vacío, señala Gilles Lipovetsky.
Y en ese comunicar por comunicar, supuestamente no existen reglas, no hay formatos para ser respetados y respetar los derechos de los televidentes. No se trata solo de ética, se trata más bien de estética. Que la tele es el medio del olvido, es una verdad a medias. La verdad completa es que la televisión ecuatoriana ha caído a niveles de mediocridad insospechados y de aburrimiento repetitivo con programas de supuestos concursos en busca de pseudos “talentos” artísticos, manipulados por jurados “calificadores”, descalificados en su elemental capacidad de juzgar el valor artístico de los competidores. Y en el peor de los casos, como una estrategia de atraer morbosamente al público, se traban en peleas donde intercambian insultos. Recientemente, en el programa Ecuador tiene talento, emitido por Ecuavisa, el domingo 4 de diciembre, Francisco Pinoargotti, Carolina Jaume y Paola Farías se dijeron de todo con palabras de grueso calibre, en vivo y en directo, como si los telespectadores fueran borregos pasivos que deben permanecer atrapados en la sintonía tragándose vulgaridades. En el caso de Ecuavisa, se han cruzado los límites y las mínimas líneas rojas de los más elementales requisitos de responsabilidad, ética y respeto que debe, a toda costa, imperar en los medios de comunicación, señala el analista Pablo Salgado en edición de diario El Telégrafo del viernes 25 de septiembre del 2015: Ya lo dijimos hace dos años (ver El Telégrafo, 25 de octubre 2013) en el programa Ecuador tiene talento “no se trata de descubrir talentos ni contribuir al desarrollo de la cultura nacional, se trata de hacer un buen negocio. Este tipo de programas (franquicias) establecen con claridad que no hace falta que los jurados sepan de música o peor de arte, basta con que sean ‘personajes’ más o menos conocidos, en general mujeres ‘guapas’ cumpliendo roles específicos: una ‘light’, una ‘mala’ y una ‘buena’. Y punto”
Alerta televidentes
En la caja de la vaciedad todo esto es posible, porque cada programa tiene “su” público y cada televidente busca el programa que quiere, según su nivel cultural. Hay una estrecha complicidad entre la adhesión a un programa mediocre y su público objetivo. A cada espacio televisivo sensacionalista, corresponde un público ignorante. Y el espectador, sin mayor criterio, busca un tipo de mamotretos televisivos para saciar la sed de emociones individuales fáciles y enfermizas. Nos acostumbramos a lo “peor” que consumimos diariamente en los mass media. La cultura mediática se ha convertido en una máquina destructora de la razón y pensamiento. La televisión a menudo hace propuestas inadecuadas, basa su actuación en programas basura, donde se utiliza al espectador como objeto pasivo de la publicidad.
Como si de un producto se tratara, se nos vende la forma de “entender la vida”, se ofrecen pautas de conducta con falsos arquetipos y falsas formas de comportamiento. La televisión se erige en intermediaria entre la realidad de lo que somos y la ficción de lo que queremos ser. Fruto de todo esto, la sociedad ha perdido la autonomía personal, su autoestima, la capacidad de sorprenderse, dando por buenos comportamientos basados en la mediocridad. Una subcultura en una mentalidad invadida por la ordinariez y la zafiedad, ajena a todo o que se asemeje al buen criterio, arrastrando al espectador hacia un proceso de sedación y de sonambulismo, todo ello pensado y ejecutado con el solo propósito de ver cómo se incrementan sus índices de audiencia.
Cada vez que encendamos el aparato de televisión habrá que dedicarle un segundo de reflexión: voy a a entrar en un mundo ficticio en que la realidad y la tele, como una realidad conflictiva, transitan por caminos diferentes. Un espacio absurdo donde se reinventa y se tergiversa con el solo propósito mercantil de favorecer el sensacionalismo y la vulgaridad.