El funcionario público más extraño que conocí en mi vida tenía grandes uñas negras, como una gran ave que ha tenido que sobrevivir cazando en pantanos, la piel rojiza, cuarteada cual arcilla expandida por el tiempo, y su ojos perdidos, reventados de sangre y de locura. Vestía de traje hecho con un saco de yute, donde había dibujado las solapas y el largo camino de una impecable corbata. Tenía pocos días de haber empezado a trabajar en el Ministerio de Agricultura, como no conocía el edificio de Guayaquil, me perdí, subí hasta el piso cinco sin percatarme que únicamente se ocupaban tres de las veinte y dos plantas. Ahí supe que éste era su territorio, que se creía funcionario y que atacaba a cualquiera que se acercara. Me salvé por muy poco gracias a las mismas barricadas de escombros que él había apilado en la puerta principal. Luego, cuando pregunté por él, me enteré que durante el día pasaba escribiendo importantes informes en una vieja máquina de escribir sin papel y sin tinta, mientras por la noche se deslizaba por todo el edificio en silencio sobre el piso de baldosas que ya habían cedido a la presión de la maleza, cazando ratas y murciélagos. A este loco institucional, además, se le atribuía el asesinato de una chica en la terraza del edificio.
El Presidente de la República ordenó la demolición de la ¨Licuadora¨, como llamaban al mítico edificio construido en 1974. En las primeras décadas se habían ocupado todas las plantas: unas para fomentar el algodón, otras para cacao, otras para el banano y así, en un floreciente fervor el país luchaba por hacer verdad el lema de ¨Ecuador país eminentemente agrícola¨. En el Ministerio de Quito sucedía algo parecido, la desidia no había descascarado el concreto ni corroído el hierro, se había metido en un lugar más profundo y más insólito: en el corazón de sus funcionarios. Ahí empezó la crónica de mi indignación en carne viva.
En la primera sala de reuniones que utilicé encontré colgado como obra de arte, un gran mapa del Ecuador dibujado a mano antes del protocolo de Río de Janeiro (donde todavía nos creíamos dueños de ese pedazo que hacía que nuestro país tuviera forma de zapato). Lo triste era que el mapa no había sido puesto como reliquia, sino olvidado por la indolencia. En el archivo me encontré documentos que luchaban entre la historia y la polilla, sobre la reforma agraria, títulos de propiedad de territorios que ahora eran ciudades enteras, las centurias de Nostradamus, los pergaminos de Melquiades y un tratado agrícola escrito a puño y letra por Humboldt.
Por esos días, presenté el primer proyecto público y recibí apoyo del Ministro de turno, cuando me dirigí al departamento financiero para comprobar la existencia de los fondos que me permitirían empezar a trabajar, fui con la rimbombante orden del jefe, y le dije a una funcionaria:
-Por favor necesito que procesen esta solicitud para poder empezar un proyecto importante -sin mirarme, mientras leía una revista me dijo:
-No tengo tiempo ahora, póngalo ahí.
-Pero esto es orden del Ministro- repliqué
Luego me miró de pies a cabeza y respondió sonreída y ufana:
-Han pasado veinte ministros y yo sigo aquí.
Al poco tiempo entendí que la inoperancia no sólo era desidia o vagancia, era una estrategia estructurada y pensada por años para tumbar Ministros. Muchos se lo merecían, otros no tanto, pero los Ministros duraban en el cargo un promedio de nueve meses, y una vez que caían, provocaban una larga apoplejía, en la que el Ministerio se convertía en un gran salón de pláticas y juegos de naipes.
Durante décadas un Ministerio sin pasión ni visión permitía los más grandes atropellos a los cientos de miles de productores. Por ejemplo: mientras los pequeños productores de Manabí emigraban porque no tenían mercado para sus productos, arribaban al puerto de Manta barcos repletos de café y de maíz, con la autorización otorgada por funcionarios que mientras esto sucedía, jugaban 40 y apostaban las grandes sumas ganadas en su gestión a favor del comercio internacional.
En esa época el gran Manuel Chiriboga escribió una crítica muy fuerte: El No Ministerio, cuya conclusión era que daba lo mismo que exista o no exista el MAGAP. No era la verdad total, la verdad total era que no daba lo mismo, la existencia del Ministerio afectaba de una forma contundente y negativa al desarrollo agrícola del Ecuador.
En esta última década se ejecutaron liquidaciones masivas de personal, se establecieron rupturas y nuevos enfoques, se dimensionó de una forma más consecuente los presupuestos, pero lo más importante es que se empezó la reestructura de otro tipo de Ministerio con un nuevo equipo, con la certeza de que el pago de una deuda no requiere publicidad y en las montañas más ocultas se empezó a quitar la venda de los ojos a miles de campesinos.
Se debe entender que la situación agrícola del país en las últimas décadas era como un tren al que se le empezaron a llenar de lastre los vagones, a empedrar los rieles, a cerrar las persianas para provocar la ceguera multitudinaria ocultando tecnologías, realidades productivas y oportunidades mundiales, por el interés y a favor de unos pocos.
La dificultad para empezar a desoxidar el Ministerio de Agricultura, no sólo radicaba en la burocracia instalada por décadas, en el desenfoque, en la falta de un horizonte, sino también se daba por la activa participación de mafiosos politiqueros disfrazados de productores y dirigentes quienes en realidad reclamaban y luchaban por prebendas particulares, no por intereses sociales y menos por asuntos productivos.
Ahora, después de establecer procesos efectivos para el desarrollo de algunas cadenas, y empezar a limpiar la desidia (aunque el trabajo recién empieza y existen muchos errores) este Ministerio ya no es un museo construido en honor a la mediocridad y la corrupción, ya no es un dinosaurio, ya es el SI Ministerio, ahora es un toro dispuesto a llevar adelante un país pos petrolero, incrementando exportaciones, garantizando la soberanía alimentaria, aprovechando nuestras ventajas naturales, históricas y ancestrales, como la fuerza diferenciadora que nos hará competitivos.
En el próximo periodo espero ver desde adentro o desde afuera, como el Ministerio de Agricultura es digno y capaz de llevar adelante políticas coherentes, sin complicaciones científicas, solo se necesita el sentido común para aprender de los errores y potenciar los éxitos. Si no es así, calculo que yo seré el nuevo loco, dueño de algún piso de un Ministerio en ruinas con muchas ganas de matar a los culpables de la migración y la pobreza en el campo.