Nos reunimos junto a una taza de café con el pretexto de conversar sobre la vida, sus sentimientos e ideas y terminamos como dos viejos amigos recién conocidos. Mientras sorbe el Cappuccino, Lucrecia Maldonado esgrime una historia que comienza tempranamente en la infancia de una escritora de aquilatado palmarés literario. Según una nota biográfica, ha publicado cinco libros de cuentos. Con la colección de relatos para jóvenes Bip-bip obtuvo el premio J. C. Coba, convocado por editorial Libresa en el año 2008, constituyéndose en la primera escritora ecuatoriana en obtener este reconocimiento. Con su novela inicial, Salvo el calvario (2005), ganó el premio Aurelio Espinosa Pólit. Con Las alas de la soledad, obtuvo el premio Darío Guevara Mayorga, otorgado por el municipio de Quito a la mejor obra publicada en literatura infantil y juvenil. Ha publicado también poesía y ensayo. Consta en las antologías de narrativa ecuatoriana preparadas por Eugenia Viteri, Miguel Donoso Pareja, Cecilia Ansaldo y Raúl Vallejo, así como también en la antología de cuentos en lengua castellana Pequeñas Resistencias, coordinada por Juan Casamayor y en la antología de narradores de los países del ALBA preparada por el crítico cubano Emmanuel Tornés, El océano en un pez. Su reciente novela, Un piano en la oscuridad (2016) comienza a agotar su edición en los escaparates del país.
-Fui la mayor de cuatro hermanos, vivía con mi abuela que era muy lectora. Mi abuelita Lucrecia me contaba cuentos, mis tíos y mis tías me contaban muchos cuentos. Y si de noche estaba sola, me contaba yo un cuento. Como a mí me gustan los sistemas transgeneracionales, me pregunto qué habrá en mi sistema familiar que me contaban unas historias medio trágicas. Me gustaba mucho ver películas y esas historias cuando acaba de leer un libro.
De su abuela Lucrecia heredó el nombre y la afición por escuchar y contarse cuentos a sí misma. Lucrecia Maldonado con el tiempo fue adquiriendo esa compulsión de inventarme cuentos e historias que le caracteriza, acuñada en los días verdes de tempranas evocaciones.
-Estoy de tres años, parada frente a una vitrina en la casa de abuelita, donde había un montón de miniaturas: casitas, jueguitos de té, perritos de porcelana, cosas traídas de los viajes. Había una pagoda que mi tío, que era hábil con las manos, había armado. Esas figuritas se agrupaban por pequeño mundos dentro de la vitrina. En la otra casa, mi abuelo me subía a la cómoda y escuchábamos la radio Atahualpa, donde pasaban los cuentos de hadas en discos en español.
En los días del arcoíris de una adolescencia no exenta de magia, Lucrecia escribe cuentos sobre escenas cotidianas, el dibujo de un perro persiguiendo a una mariposa, o las hojas sueltas de un poemario de amor. Una profesora de literatura que Luk evoca con ternura, signó su destino literario en alguna medida, con la lectura de Platero y yo, las canciones de J.M. Serrat, o los versos de Juan Ramón Jiménez, poesía pura en sonoridad. A contramano de su propia vocación, por insinuación de su madre, estudia en el colegio secundario la especialidad de matemática biología y física. En el aula de clases escribe, corrige y difunde entre sus compañeras cuentos juveniles, sin la capacidad de dedicar mi vida a las matemáticas. C. Dickens, acompaña a la adolescente en la travesía de descubrir personajes de cuentos pletóricos de la fantasía de vivir.
-Uno ve la literatura como algo bien alejado de la vida, es lo que preguntan los estudiantes, esto ¿para qué me va a servir?, insinúa Lucrecia, que se considera escritora a pesar de las monjas que fueron, luego, sus moralistas profesoras dedicadas a juzgar, con mirada inquisidora, sobre esto y aquello.
-Era una visión tan moralista de la literatura, todo acababa en el valor humano. Eso de leer buscando una virtud en el libro, la moraleja. Voy a un colegio y me dicen ¿cuál es el mensaje?, seguro que es una pregunta enviada por el profesor. Yo no soy quien para decirle a la gente cómo tiene que vivir, otra cosa es si el libro te entrega algo adicional.
¿La literatura escrita por una mujer otorga ese algo adicional, hay una literatura femenina, singular en sus rasgos frente a la literatura escrita por los hombres, o el acto de escribir es una sola cosa?
-Yo pienso que es una sola cosa, en esta época en que el sexo y el género son territorios tan maleables, tan movibles, decir literatura femenina, es difícil. ¿Hasta dónde es lo masculino o femenino ahora que todo se invade? Yo creo que si existe una literatura donde uno pueda ver ciertos rasgos de una posición femenina frente al mundo, sí puede ser.
O una temática femenina…
-Tal vez. Nosotros escribimos sobre lo que nos falta, sobre lo que nos duele, sobre lo que nos asusta, sobre lo que nos gusta. Hasta hace un tiempo yo hacía muy buenos personajes masculinos. Y hasta ahora no sé porque, ahora estoy trabajando más en personajes femeninos. Yo creo que todos somos la especie humana, lo que sí puede haber variantes, detalles, posicionamientos, pero de ahí que sea femenino la literatura, no. El encasillamiento siempre es peligroso.
¿Qué rol le confieres a la literatura, para qué sirve?
-Creo que la literatura ayuda a vivir. Una persona que no lee ni escribe puede vivir, pero no vive tan intensamente. La literatura da una comprensión de la vida y de uno mismo y eso es importante. Lo que está en la literatura, es la condición humana; no me atrevo a decir, lee para ser una mejor persona, porque hay personas muy malas que leen y personas muy buenas que no leen.
¿Puede haber personas malas que escriben?
-Claro, yo creo que sí. Porque la literatura es conectarse con los demonios
¿En ese sentido la literatura los redime?
-Tal vez. Hay un libro sobre Dostoyewski que dice que por suerte este autor escribió los asesinatos, porque si no los hubiera escrito tal vez hubiera sido un asesino en serie. Creo que sí redime, por lo menos salva de la locura.
Cortázar tiene una visión más lúdica, dice que escribir es divertirse…
-A mí eso me encanta, yo disfruto mucho cuando escribo. Puedo escribir las cosas más trágicas, me encanta esa euforia, es un momento mágico y sagrado.
Hay una fruición en escribir…
-Sí, es un placer en revisar, en corregir, es egocéntrico también, pero es hermoso. Yo soy muy feliz cuando escribo, solo equiparado cuando oigo cierta música. Ese estado del que hablaba Cortázar, me voy como a un plano diferente al que vivo.
Y ese estado ¿no raya en la irresponsabilidad del escritor?, si es que existe alguna responsabilidad del escritor frente a algo…
-Cortázar decía que la única responsabilidad del escritor es escribir. Puedo tener una participación social política, pero el rato que empiezo a escribir, esa es mi responsabilidad. Obviamente que se va a notar del lado de quien estoy, pero escribir poemas o cuentos para defender tesis filosóficas o políticas, sin que sea ilegitimo, no va conmigo.
Cortázar también decía que la literatura es organizar la vida con la arbitrariedad de la libertad.
-Sí, me parece, porque además en literatura todo puede suceder, lo que no pasa en la calle pasa ahí.
Borges, en cambio, sugiere que hay que evitar personajes contradictorios…
-Los seres humanos somos contradictorios. A mí sí me parece importante trazar personajes, cuyas contradicciones no sean incoherentes. Hay un libro que a las mujeres de mi generación les gustaba mucho, Como agua para chocolate. A mí no me gusta esa novela. Tiene la novedad de las recetas de cocina, pero hay un personaje que vive escindido entre el amor a dos mujeres, pero no le encuentro sintaxis a ese personaje, nunca pude entender por qué hacia lo que hacía. Una cosa es ser contradictorio, otra es ser incoherente.
Borges cree que nunca hay que escribir algo que se pueda convertir en película. ¿Qué te parece esta transición de la literatura al cine, qué cambia ahí, qué se salva o se pierde?
-Hay dos películas sobre cuentos de Borges que son buenísimas, La Intrusa y El Sur, que logran guardar el espíritu de los cuentos. Yo creo que una película y un texto son dos productos diferentes. La película siempre va a ser una interpretación del director sobre un determinado texto, no hay que pedirle tanta fidelidad.
Esa fidelidad tiene que ver, acaso, con eso de que escribir es describir…
-Cuando uno cede los derechos como autor a un cineasta hay que estar consciente de llegar a un acuerdo, o no autorizar a que el producto salga.
¿Un cuento nace como una revelación?
-Es una concepción, es igual a un embarazo, se va gestando, yo no escribo el cuento hasta no saber cómo va a acabar, lo estoy gestando. Cuando me vienen las frases exactas del final, ahí es cuando me siento a escribirlo.
A café revuelto, planteó a Lucrecia diversos aspectos relacionados con sus oficios y que aborda con el entusiasmo de una sonrisa a flor de piel.
El país acaba de darse una ley de cultura que proclama interculturalidad y recoge esa diversidad…
-Te debo confesar que no la he leído. Puedo decir algo, es muy complicado, cuando la cultura se reducía a información todo era muy facil. Cuando el concepto de cultura se hace tan amplio, como ahora que abarca todo, entonces cómo llegar a meter eso en un producto legal. Tal vez, lo más que se puede hacer es un reconocimiento de la diversidad, de las nacionalidades, de los idiomas, de la vida cotidiana que está en las costumbres, los rituales, las celebraciones, la vida la muerte. Pero es demasiado amplio.
Abdón Ubidia dice que hay una cultura culta, otra cultura popular y la cultura de masa ¿coincides con esta tipología de la cultura?
-Hay cosas que por motivos de análisis es necesario descomponer, estructurar, pero el mundo no es asi. Yo creo en la cuestión holística, sin irse al tema new age, nuestro cuerpo no es compartimentos, todo está interrelacionado, todo se influye y se mezcla.
¿Qué opinas de los premios?, tú has recibió varios…
-Un premio es un reconocimiento, y uno se siente feliz.
Cuando lees el tarot ¿te sientes parte de una sociedad que está volviendo a un esoterismo, a buscar explicación en lo inexplicable, estamos frente a un retorno de los brujos?
-Tal vez sí, no sé hasta qué punto es bueno o es malo, el exceso de pensamiento. El mundo busca lo que necesita. Yo no creo en el tarot como predicción, no descarto que la gente consulte por eso. Pero lo que hago es conversar a través de las imágenes de las cartas, es un test proyectivo, yo no hago una lectura predictiva. Yo no predigo el futuro. En el tarot están los arquetipos en las imágenes de las cartas.
Pero, por qué te sale tal o cual imagen…
-Es la sincronicidad, yo prefiero no pensarlo mucho, la gente viene y se va tranquila y eso es lo bueno.
¿Hasta dónde compartes esa visión esotérica de la vida?
-La predicción es muy peligrosa porque puede condicionar a que uno se conduzca a que pase eso. Bernardo Abad pensaba que yo simpatizo con sus ideas y una vez me llamó para que yo diga que va a perder Chávez. Y me preguntaba, y yo le dije no puedo decirle eso, porque primero va a ganar. Mi ética no me lo permite, no puedo leer eso.
¿Por ética o porque el tarot no es predictivo?
-No es predictivo, hay muchas cosas que todavía no se pueden entender. Por qué sale tal o cual carta, no te puedo dar una explicación científica.
¿Y la literatura es predictiva?
-Sí, y mucho, todo lo que sucede ha estado antes en la literatura. Es predictiva porque un artista es de alguna forma un visionario, y porque tiene una comprensión de la vida que el que no es artista, no la ejerce.
Edgar Allan García dijo que el arte no es la expresión más alta del ser humano, sino el silencio, la interiorización con uno mismo, ¿estás de acuerdo en eso?
-Ahí está hablando un chamán. No soy religiosa, pero sí creo que hay algo más grande que yo, pero no me encuentro en la meditación. Cuando oigo música de Bach pienso que ese hombre llegó a tener una conexión tal con algo más grande que él. Bach hizo algo que no ha sido superado, esa capacidad de entroncarte en lo sublime a través de los sonidos. Yo sí creo que si hay un dios, es Bach. Es todo lo contario al silencio, es como una religión, él se consideraba un canal. El arte de todas formas, es para mí profundamente humano. Y el arte es la expresión de todo eso que necesitamos elaborar, componer, si no hubiera dolor, soledad que necesitas entender, tal vez no habría arte.
Pero el arte tiene una posición esperanzadora…
-Sí, claro, porque crear belleza es algo hermoso aunque tengas dolor. Lo que dice Antonio Machado: en su corazón las doradas abejas iban fabricando en él, con las amarguras viejas, blancas ceras y dulce miel. Me encanta, porque sufrimos, nos morimos, pero podemos crear algo hermoso emocionante, conmovedor y creo que esa es la función del arte.
¿Tu reciente novela, Un piano en la oscuridad, de algún modo, representa esa función?
-Según una reseña en ella subyace una temática transgeneracional junto con una historia romántica. Desde el horror de los proyectos eugenésicos de los nazis hasta el fantasmal sonido de un piano en medio de la noche, esta historia enseña, sobre todo, que la vida sigue, y que no se pierden en el tiempo ni nuestro dolor ni nuestra esperanza. Y es, además, un sentido homenaje al poder sanador de la música del maestro Johann Sebastián Bach.
Edgar Allan Poe dice que el hombre tiene cuatro motivos para ser feliz: el desprendimiento de toda cosa material, el amor de una mujer, la vida al aire libre y descubrir una belleza nueva cada día…
-Claro, y no te vas a dormir, si no la descubres.
La belleza descubierta este día está ligada a la revelación de Lucrecia Maldonado, escritora, madre, abuela, política que destila una ternura que cambia, de algún modo, la imagen de rigor que trasunta su literatura. Una literatura para vivir.