Ahora resulta que los verdaderos payasos de la política, ni siquiera han usado máscara. Los genuinos histriónicos de la política no están en la digna profesión del actor cómico, del clown profesional o del comediante que se gana la vida –muchas veces con amargura-, haciéndonos reír con humor convertido en mensaje esperanzador.
La postulación de diversas candidaturas de gente de pantalla, como suelen llamar a los faranduleros de la tele, no hace sino evidenciar que los partidos y movimientos políticos ecuatorianos reiteran, hasta las náuseas, la vieja fórmula populista de incluir en sus listas a gente con supuesta popularidad. Una lógica electorera comparada con las organizaciones políticas clientelares de la vieja oligarquía ecuatoriana. Como si la credibilidad fuese endosable a través de la imagen “famosa” de un actor, futbolista, diva, estriptisera o animador de farándula. La nominación de dichos personajes está respaldada, sin duda, por los derechos constitucionales que a cada ecuatoriano le asiste a elegir y ser elegido. Pero en el trasfondo, subyace también el inalienable derecho constitucional de los ciudadanos a ser bien representados.
La postulación a la Asamblea Nacional de un famoso payaso de la televisión ecuatoriana, Tiko Tiko, ha puesto en el tapate del comidillo electoral un cuestionamiento clave: ¿están debidamente preparados determinados ecuatorianos para ejercer un cargo de representación popular? ¿Cuál debe ser el perfil ideal de un asambleísta? Una vez que el payaso televisivo descubrió su rostro -camuflado por décadas en su personaje mediático-, se reveló un ecuatoriano con título universitario, dispuesto a apelar a determinados valores “que tanta falta hacen al país”, bajo los cuales amparar su postulación electoral ¿Dónde está el pecado?
La elección de un futbolista, el célebre Tin Delgado, de notable trayectoria en las canchas del mundo, ha dado lugar a que los puristas cuestionen hasta su forma de leer un documento en la Asamblea Nacional, sin tomar en cuenta que dicho personaje representa al ámbito deportivo del país, por tanto, ¿podríamos exigirle jugar un rol connotado en otros quehaceres de la vida nacional? No se debe confundir la demanda de capacidades a un legislador con la mezquina actitud, de ante mano racista o excluyente, por el simple hecho de que tal o cual candidato no ostenta un título académico de cuarto nivel.
La historia de la política criolla confirma que los verdaderos payasos o burladores de la política, nunca han tenido máscara que oculte sus vergonzantes rostros. Al contrario, de cara al país han cometido sus tropelías y convirtieron la corrupción en política personal. Burlaron, sin rubor, la voluntad popular con camisetazos de última hora. Meretrices de la política que han vendido el alma y el cuerpo al mejor postor. Claro está, tratan de borrar la impronta que los ha hecho tristemente famosos: banqueros derechosos que ahora quieren convencernos de sus infancias humildes. Izquierdistas que, de pronto, fungen de oligarcas con rampante arribismo. Fracasados dirigentes convertidos en sepultureros de organizaciones de centro izquierda. Reinitas bobas arrimadas al árbol aniñado de la bancocracia.
Esos son los genuinos payasos de la política y que el pueblo debe identificar con claridad como los campeones del sainete. Acaso el viejo adagio popular que dice: putas al poder, porque sus hijos ya fracasaron, refleje el ánimo de los electores al momento de marcar una raya frente al nombre de un famoso farandulero o de una ilustre desconocida.