Los contextos preelectorales, en el mundo entero, se caracterizan por coyunturas y conductas desbordadas, y, generalmente, están llenos de circunstancias excedidas. No obstante, estos particulares comportamientos si bien causan sorpresas, una y otra vez, no son sino la expresión de modos de ser que la dinámica del tiempo de precampaña pone de manifiesto.
Así, vemos una impresionante movilidad de líderes, más que de bases en caso de haberlas, que muy poco responde a algún tipo de identificación en principios y valores, y sí, mucho, al más puro oportunismo electoral en busca de componendas eufemísticamente llamadas, acuerdos.
Este zigzageo parecería una debilidad ideológica, pero quizás lo que muestre sea una ideología que sin abandonar su matriz originaria se permite devaneos de conveniencia, sin afectar nunca a su base conceptual, con un siempre seguro retorno a ella. Cada aventura carente de convicción, forma parte de un especulativo y probablemente muy lucrativo turismo político.
Se puede decir que en lo expuesto no hay mayor novedad, y es cierto. Sin embargo, sí la hay en el hecho de que hoy en este periplo se inscriben varios de los que juraron un nuevo estilo de hacer política, una contribución con el país desde un auténtico aporte para la transformación ética. Lastimosamente la movilidad no da cuenta de algún significativo avance en el tema ético electoral.
Con seguridad, la oferta de coprotagonismo y de roles estelares, son dulces cantos de sirena. En la comedia incluso se involucran quienes algún día se jactaron de propiciar una ruptura definitiva con las prácticas que jodieron al país. Y allí permanecen en sala de espera, pendientes de las decisiones del director sobre el guión y la realización del casting definitivo.
En el mismo ámbito, sabemos que todo tipo de poder, sin circunscripción al político, seduce, enamora, apasiona, obnubila (también atemoriza y asusta, como mecanismo de establecimiento del orden), porque es capaz como ninguna otra cosa en el mundo, de otorgar el ansiado reconocimiento social. Hegel afirma la fuerza del impulso sobre los seres humanos que posee el reconocimiento, desde la conflictividad por obtener el honor que proporciona hasta la incidencia en la aceptación de los otros para legitimar su representación.
Valdría señalar que el poder como proceso en permanente construcción a partir de la cotidianidad ciudadana, no es una guía en tiempos electorales cuando se lo valida de acuerdo con los resultados de la suma de simpatizantes, y no hay nada que motive más a los políticos electorales que la adhesión, que no integración, de adeptos, más que a su causa, a su nombre, justamente para legitimar su existencia política y su constitución en referente social.
Develados los propósitos, las bases sirven para justificar la legalidad de cada partido, y, por supuesto, como fuerza de avance para implementar la campaña electoral. No hay formación, toda enfoque de futuro se diluye en el cortoplacismo; la inmediatez es el horizonte, y vencer el único supremo objetivo.
En este contexto, lo que en política se llama centro, es siempre muy sospechoso pues se asienta sobre la ambigüedad de los límites: neutro un poco a la izquierda, o, neutro un poco a la derecha, según sea el caso de centro izquierda o centro derecha. Podemos estar seguros de que la elasticidad de ese poco se extiende según la necesidad.
Parecería que el grado de apertura del ángulo, hacia izquierda o derecha, dependerá de como se presenten la oportunidad y las condiciones, lo cual posibilita un campo de acción de amplitud utilitaria. Hoy el señalamiento de ese centro como aval de flexibilidad y pluralismo es mero cálculo del discurso político a la hora de las definiciones, como táctica para la adición de apoyos.
Contando con esta y otras permisividades, de pronto el clima precampañero nacional se cubre de súbitos feminismos a ultranza, superficiales condenas al machismo, inusitadas conciencias de clase, ecologismos sin elementales nociones de economía, contra racismos de temporada, quiméricas e ingenuas propuestas de desarrollo, vocerías antimisóginas y antihomofóbicas de cartel en manifestación. Todos sobre la base restauradora, oculta o semi oculta, de visión y práctica neoliberales.
Entonces, desde la desmemoria de su propio pasado, vemos políticos que hasta ayer apoyaban la integración latinoamericana en plena coincidencia con organismos como Unasur, hoy ya ubicados en tiendas recicladas, anunciando la urgencia de unir al país con su antípoda, la Alianza del Pacífico.
Otros participan entusiasmados en el populista bazar de ofertas, después de haber acusado y hasta combatido políticas públicas estructurales e inclusivas, dispuestas en beneficio de los sectores más vulnerables.
Los que carecen de experiencia, o al menos se nota hasta aquí que sus asesores no son capaces de configurarla con elementales análisis de referencia, en lides campañeras presidenciales, dicen y se desdicen a día seguido, se afirman y se desechan a sí mismos en sus lineamientos de acción, con el mayor desparpajo y la menor preocupación.
Unidades que se desgranan en la batalla de las apetencias y el juego de las vanidades y el poder. Candidaturas que no despegan pues la experticia del manager no alcanza para campañas presidenciales, y van quedando con demasiadas sillas vacías para las fotos. Insistencias tragicómicas de terciar por sexta vez en la contienda electoral luego de haber perdido anteriormente nada menos que por cinco ocasiones.
Postulantes preexistentes cuyo eje campañero es la negación de lo construido, sin considerar su importancia, que se ufanan de crecer aglutinando a todos los resentidos de la tendencia que exigir al destino su oportunidad perdida, y que luego de las respectivas luminarias y fanfarrias del camisetazo, cobrarán debidamente su factura.
Pero si los primeros puestos generan tal movilidad, no queda atrás la carrera tras la presa codiciada: mayoría en la Asamblea Nacional, baluarte que puede convertirse en dique o en facilitador de nuestra vida pública.
Época de travesías electorales, espectro en que el vaivén se acelera. Se enfrentan y se reconcilian fuerzas no hace mucho irreconciliables, y viceversa. Se recontra multiplican encuestas y mediciones. Se revisan trayectorias y se evalúan ventajas y ganancias. Se recorren caminos desconocidos para recoger ilusiones, hábilmente incorporadas al micrófono de la tarima donde terminan olvidadas las promesas.
Mientras tanto, el blanco de todos los dardos persuasivos, los electores expectantes, aguardan entre impasibles o atónitos, participativos o desmotivados, el momento de ejercer su derecho ciudadano al voto.