El camisetazo, el cambio de tienda política, el viraje ideológico, todos estos ejercicios de la campaña electoral criolla se sintetizan en una expresión popular, por lo demás, muy ecuatoriana: caterva de traidores. La contienda electoral, todavía transitando caminos sinuosos, muestra la incoherencia ideológica de diversos postulantes a cargos públicos, (presidente, vicepresidente, asambleístas), como si la muerte de la ideología se hiciera realidad en la política nacional. Pero nada más lejos de la verdad: la ideología del veleta que cambia constantemente de posición, es demostración de política encarnada en inconsistencia ideológica, motivada por el oportunismo, afán de figurar o avidez por el dinero que supone el acceso al poder.
Los virajes de personajes como Ramiro González, ex ministro del gobierno de la revolución ciudadana y ahora alineado a la derecha, es otro clamoroso caso de defección política, a los ojos del país. El giro de Mauricio Rodas, que en primera instancia coqueteó con La Unidad, para luego sumarse a la candidatura del ex banquero Guillermo Lasso en contra de sus enemigos silentes, los socialcristianos, es una demostración de flagrante desprecio por la ética y los principios políticos. El festín electoral resiste todo. Y es así que las traiciones son posturas asumidas de lado y lado, sin rubor de ninguna naturaleza: en política el todo se vale se ha impuesto, a la hora de rasguñar espacios de representación popular. Este comportamoento politico refleja incosistencoa ideológica, pero tambien falta del elemental sentido de lealtad que lleva al maquiavelismo político sin el menor remordimento.
El caso de Paul Carrasco es signo de ese síndrome de ansiedad política que se traduce en el oportunismo rampante hasta conseguir, a como dé lugar, ser nominado en candidaturas a la Vicepresidencia o listas para asambleístas. Carrasco, primero estuvo cerca de Cynthia, para luego dar con su humanidad política en los brazos de Lasso, sin siquiera despeinarse. Es bueno recordar que al inicio de las conversaciones electorales Carrasco y Nebot, habían hablado de posibles entendimientos, hasta que el alcalde de Guayaquil denominó a Viteri como “el hombre” de la candidatura socialcristiana, en gesto visto por el país como felonía al prefecto azuayo que acusó el golpe en su desmesurada codicia política.
A la hora de las perfidias, el movimiento oficialista -en un error político que puede traer consecuencias en segunda vuelta-, expulsó a Jimmy Jairala de las filas del Frente Unido. El beneficio del acercamiento de Jairala al Gobierno había sido mutuo. Jairala fortaleció su presencia en Guayas gracias al apoyo del sector oficial; y, a cambio, éste había contrarrestado la acción de los socialcristianos en contra del régimen de Correa en el puerto principal. De última hora, el anuncio de Andrés Páez de sumarse a la candidatura del derechista Lasso, -habiendo sido militante de la Izquierda Democrática-, para convertirse en el binomio del representante de la bancocracia, es otro síntoma de la incoherencia ideológica que caracteriza la campaña electoral a la presidencia de la República.
La clase política ecuatoriana viene haciendo gala de unidades portátiles, pactos entre gallos y medianoche o acuerdos de pasillo que arrejuntan a los postulantes a cargos públicos con saliva. A cuenta de conseguir un espacio en la voluntad popular, todo es posible. Poco importa si “el pasado gobiernista correísta mueve al repudio contra Avanza en La Unidad; o a Centro Democrático en el Acuerdo Nacional por el Cambio, o a Suma tal como es recibido en Creo y eso fractura, divide, contraría”, a cambio de satisfacer las ansias de poder.
La práctica de las apostasías y apoyo electoral a cambio de figurar, prostituye la política porque al codicioso se le paga, no se le reconoce virtudes. A la hora de ser escogido, el traidor vende su postura por un espacio político o abiertamente por la promesa de futuro enriquecimiento ilícito en el poder. A pocos meses de las elecciones del próximo 19 de febrero el pueblo todavía mira los toros desde lejos. A la hora de la verdad, deberá tener en cuenta a quien favorecer o castigar con el sufragio entre candidatos desprestigiados que hacen del oportunismo una divisa politica.