Estados Unidos de Norteamérica, considerada la nación más poderosa del mundo, está a las puertas de renovar a sus mandatarios en el mes de noviembre. De cara a una campaña electoral caracterizada por promover temas secundarios, sin abordar asuntos de fondo que interesan al pueblo norteamericano, el libro La historia secreta de los EE.UU (2012), del director de cine Oliver Stone y el historiador Peter Kuznick, renueva su vigencia por develar el lado oscuro y silenciado de la historia moderna de ese país.
¿Hay una historia silenciada en las proclamas de campaña, soslayando hechos que anteceden a la actual situación a la que han llegado los EE.UU? El testimonio revelador del libro en cuestión, pone el dedo en la llaga de una serie de acontecimientos que, según sus autores, han sido encubiertos deliberadamente por anteriores gobiernos estadounidenses: La historia silenciada de los EEUU, es la historia del mutismo y complicidad, como sinónimos de la propaganda norteamericana, que encubre acontecimientos políticos y militares en los que la nación del norte protagonizo una política imperialista de agresión en diversos puntos del planeta.
La narración inicia relatando “la brutal conquista de Filipinas, con prácticas como el waterboarding, las violaciones y la intervención de Estados Unidos en casi toda Iberoamérica -Cuba, Panamá, Nicaragua-, mediante el ejército o empresas como la United Fruit Company. A veces son los propios protagonistas de la infamia quienes mejor explican su papel: el general del Cuerpo de Marines Smedley Butler declaró: “He sido un gángster del capitalismo”. Un capitalismo cuyos agentes suplantan la soberanía del pueblo moviendo los hilos de la política en beneficio propio.
El texto es rico en detalles, declaraciones y testimonios de los protagonistas de una historia turbulenta con “numerosas explosiones de paranoia colectiva, inducida por el poder, que han caracterizado a la sociedad estadounidense. Durante la Primera Guerra Mundial se desató una gran campaña de propaganda germanófoba y militarista basada en falsificaciones de todo tipo, acompañada de linchamientos a personas de origen alemán y censura académica y expulsión de profesores antibelicistas. Mientras tanto, el país fabricaba submarinos para Alemania… Estados Unidos también apoyó a Mussolini y vendió armas a la Alemania nazi (con la que se establecieron cárteles empresariales armamentistas). Hitler se inspiró en parte en antijudíos como el empresario estadounidense Henry Ford, y en Mein Kampf elogió el liderazgo de esta nación en la aplicación de programas eugenésicos. «Entre los capitalistas norteamericanos con mayores lazos con los nazis se encontraba Prescott Bush, padre del primer presidente Bush y abuelo del segundo”.
El libro denuncia que “la campaña de bombardeos contra Japón fue tan indiscriminada, que Robert McNamara, entonces analista del ejército (y en los años sesenta secretario de Defensa), dijo que los crímenes cometidos fueron de tal gravedad que si Estados Unidos perdiera la contienda, serían condenados por crímenes de guerra. Pero ganaron, y desde entonces la historia la cuentan los vencedores, y la justicia sólo se ha aplicado a los perdedores. Por ejemplo, durante la Guerra de Corea (1950-1953) Eisenhower mandó bombardear presas en Corea del Norte, provocando grandes inundaciones, un tipo de actuación que según los criterios aplicados en los juicios de Núremberg era un crimen de guerra.
Esa historia es desnudada al tenor del análisis por Stone y Kuznick, quienes se cuestionan si se habría evitado la Guerra Fría de los años cincuenta y sesenta. Al respecto, los autores exponen las depuraciones anticomunistas de funcionarios bajo el gobierno Truman (1947-1951) y J. Edgar Hoover, director del FBI entre 1935 y 1972, y que como tal desarrolló todo tipo de operaciones ilegales y sucias, llevadas a cabo desde el comienzo de la Guerra Fría, usando incluso fondos del Plan Marshall: el apoyo al pro nazi Stepan Bandera en Ucrania, a la Democracia Cristiana en Italia, a la Organización Gehlen (de línea nazi) en Alemania. En la relación de los hechos, el texto es claro en delinear “la conducta de diferentes gobiernos del país en relación con las armas nucleares que explica muchos aspectos de la Guerra Fría”. Eisenhower y Nixon consideraban a las armas nucleares como armamento convencional, en esa definición diseñaron planes que “contemplaban matar a millones de civiles en un primer ataque nuclear, implantar bases militares en la Luna o incluso hacer explotar una bomba atómica en nuestro satélite para que se viera desde la Tierra y sirviera de disuasión”.
Sobre la política norteamericana llevada a cabo durante los años sesenta, los autores reseñan el gobierno de J. F. Kennedy y Richard Nixon, puntualizando que “en la presidencia de Kennedy se analiza especialmente la crisis de los misiles, pero apenas se hace referencia a su asesinato (al que Stone dedicó la que es quizá su mejor película, JFK)”. Respecto de R. Nixon, el libro detalla su demencial política y la de su consejero de seguridad H. Kissinger, en Vietnam. El presidente de los EE.UU llego a declarar: «Quiero que los norvietnamitas crean que he alcanzado el punto en el que podría hacer lo que fuera para parar la guerra». Kissinger mismo hablaba en privado de Nixon como “ese loco”, y Nixon de su asesor como “psicópata”. Ambos bombardearon salvajemente no sólo Vietnam, sino también Camboya, donde se fortaleció el brutal movimiento de los Jemeres Rojos, con quienes Kissinger promovió relaciones amistosas por su acercamiento a China. El costo político y militar para los EE.UU por su aventura fallida en Vietnam, fue significativo: se suicidaron más soldados que los 58.000 muertos en combate.
En lo referente a las relaciones norteamericano soviéticas, el texto menciona un hecho significativo: el conocido “Equipo B” de la CIA, dirigida por el que después sería presidente George H. W. Bush, redactó en 1977 un informe falso y fantasioso sobre el poder armado soviético, sobredimensionándolo para así poner en marcha un programa de armas láser (la futura SDI o guerra de las galaxias).
Ronald Reagan merece un capitulo especia en el libro que lo perfila “un ignorante que confundía sistemáticamente la realidad con la ficción y no tenía reparos en exponer públicamente datos e historias que se inventaba: Apoyó las masacres de Ríos Montt y sus sucesores en Guatemala; comparó a la brutal Contra nicaragüense con los Padres Fundadores de Estados Unidos; invadió la isla de Granada, tomando como excusa la protección de unos estudiantes estadounidenses, que no sólo no corrían peligro sino que muy mayoritariamente preferían permanecer en el país; recortó las ayudas sociales, aumentó las rentas de los ricos, disparó el gasto militar e incrementó el número de armas nucleares. Además promovió el yihadismo en Afganistán y vendió armas tanto a Irán como a Irak, enfrentados en una guerra promovida por el imperio. En concreto vendió armas químicas a Sadam Huseín, quien las usaría para gasear a los kurdos (hecho silenciado hasta que años después interesó demonizar a Sadam para así invadir Irak). Reagan no llegó a firmar un plan de desarme con Gorbachov porque se aferró a su absurdo plan de Iniciativa de Defensa Estratégica (“guerra de las galaxias”), que Moscú no podía aceptar.
Sobre la presidencia de G. Bush padre, el libro denuncia que su política “se distinguió especialmente por la invasión de Irak, basada en manipulaciones y mentiras sin fin. Y la de Clinton por su aumento del gasto militar, y por continuar el programa de un escudo militar que técnicamente no podía ser eficaz para defender, pero sí como arma ofensiva, como reconoció en 2006 la revista Foreign Affairs, vinculada al Council on Foreign Relations.
Ya en el nuevo milenio, el 11S es poco cuestionado en el libro, no obstante los autores “exponen cómo se recibieron muchas advertencias sobre los ataques de aquel día, que fueron ignoradas por el gobierno de Bush, y detallan todas las manipulaciones que condujeron a las guerras de Afganistán e Irak. La administración Bush planeó atentados de bandera falsa y promovió un militarismo al que se plegaron los medios de comunicación: militares vinculados a la industria de armas participaron con artículos en los medios principales. La “guerra sin fin contra el terrorismo” de Bush no sólo conllevó cientos de miles de muertos, sino que reforzó a Al Qaeda, trajo el caos en Irak y en toda la región y sirvió de ocasión para que, mediante la privatización de empresas nacionales iraquíes y el despliegue de mercenarios, multinacionales de Estados Unidos se estén lucrando allí”. El país norteamericano es el principal promotor de la proliferación nuclear. Como pago a su apoyo en Afganistán, Estados Unidos ha consentido su desarrollo de un programa nuclear orientado a construir la bomba atómica.
El actual mandatario de los EE.UU, Barack Obama, es perfilado en el libro como el presidente que “ha perpetuado las políticas de Bush y sus predecesores. Su campaña electoral estuvo financiada por Goldman Sachs, General Electric, J. P. Morgan Chase, Big Pharma. Como senador había votado a favor de la Foreign Intelligence Surveillance Act, que concedía inmunidad legal a las empresas cómplices de escuchas de Bush”.
Durante la presidencia de Obama, el libro sugiere que “ha habido menos transparencia que en la de su predecesor, y las presiones de su gobierno a periodistas de investigación han sido mayores que las que hiciera Bush”. Ha realizado detenciones extraordinarias, ha negado el habeas corpus a presos afganos, ha sancionado las comisiones militares, y ha asesinado “selectivamente” a muchas personas, incluidos ciudadanos estadounidenses. Obama puso al frente de Defensa a Robert Gates, político heredado de la era Bush, y como secretaria de Estado a otro halcón, Hillary Clinton”.
La administración Obama “designó como asesor a Robert Rubin, y a Geithner en la Reserva Federal, banksters que habían revocado en 1999 la Ley Glass-Steagall, que diferenciaba la banca de inversión de la banca comercial (sentaban así las bases de la crisis de 2008). Ni siquiera limitó los salarios de ejecutivos, que han aumentado. Con él los ricos se han hecho más ricos (les ha bajado los impuestos), y los pobres más pobres (ha recortado ayudas sociales), señalan los autores.
La política externa de Obama es decididamente fustigada en el texto del libro, asi como las medidas adoptadas para justificar la intervención bélica de los E.UU en diverso puntos del planeta:
“Que la administración Obama decidiera juzgar a Manning por revelar la verdad y dejara escapar impunes a Bush, Cheney y sus colaboradores por mentir, torturar, invadir países soberanos y cometer otros crímenes de guerra era la triste y reveladora señal de su transparencia y sentido de la justicia. Como la profesora de Derecho Marjorie Cohn observó: “Si Manning hubiera cometido crímenes de guerra en lugar de sacarlos a la luz, hoy estaría libre”.
Los justificativos de la guerra de Afganistán, llevada adelante por los EE.UU contra toda oposición interna, son revelados por el libro, en alusión a un discurso de Obama, en West Point en diciembre de 2009, denunciando: cuando Bush la empezó allí sólo había unos 50-100 combatientes de Al Qaeda, que el mulá Omar no aprobó el 11-S y que el atentado se organizó en Alemania, España y Estados Unidos. Bush prometió salir de Irak en 2008, Obama en 2011; pero, dejando el país en un absoluto caos, ha mantenido tropas y mercenarios privados para supervisar los contratos de Estados Unidos con el ejército iraquí. Traicionando su (falso) discurso de campaña, Obama se dirigió a las tropas que volvieron de Irak en términos propios de Bush, con sucias mentiras como “Dejamos atrás un Irak soberano, estable…” y “Habéis impartido justicia a quienes atentaron contra nosotros el 11 de septiembre de 2001”.
Otros componentes de la política exterior del actual gobierno de los EE.UU, son vistos en el libro bajo una mirada crítica: Obama ha apoyado el asesinato de Gadafi y el golpe contra Zelaya en Honduras. Ha consentido que el “lobby israelí” forzara la dimisión del relativamente moderado George Mitchell como enviado especial a Oriente Próximo; no en vano el asesor del presidente sobre Oriente Próximo es Dennis Ross, un defensor decidido de las políticas del Estado de Israel. En cuanto a China, Estados Unidos exagera su poder militar para lograr su objetivo de un área del Pacífico dominada por la nación americana: frente a más de mil bases militares del segundo por todo el mundo, China sólo tiene una fuera de sus fronteras. A fin de “contenerla”, Obama ha promovido la cooperación nuclear con la India, en contra de lo estipulado en el Tratado de No Proliferación de Armas Nucleares.
Al final del día, la obra es un esfuerzo investigativo que abarca acontecimientos de un periodo de la vida pública norteamericana, sin ser un “balance histórico” del siglo xx. Los autores definen el libro como un análisis en el que «preferimos no detenernos en las muchas cosas que Estados Unidos ha hecho bien», pues «existen bibliotecas enteras dedicadas a ellas y los programas de estudio de los colegios ya las ensalzan lo suficiente”,
Oliver Stone y Peter Kuznick han saltado a la palestra actual norteamericana al calor de una campaña electoral que soslaya la verdadera actuación de la potencia del norte, tanto en su política interna como exterior. En el contexto de la brega electoral estadounidense de noviembre del 2016, los autores se han propuesto “servir de contrapunto a toda la propaganda de ensalzamiento de esa nación -propaganda que, para las masas, se despliega ante todo mediante el cine y la televisión. En ese objetivo se disparan dardos certeros contra la política de un EE.UU que “ha traicionado su misión, al sacrificar su espíritu republicano en el altar del imperio”.