Lo predijo Nicanor Parra hace más de una década: Bob Dylan merece el premio Nobel de Literatura por tres versos escritos en la letra de su canción Tombstone Blues, incluida en Highway 61 Revisited: “Mamá está en la fábrica / no tiene zapatos / papá está en el callejón / está buscando un fusible / yo estoy en las calles /con el blues de Tombstone”. Es realismo real, con la fábrica, el callejón y la cocina, donde está el niño solo con los blues, manifestó el anti poeta chileno.
Varias veces postulado al Nobel, Dylan realizó este mes de octubre el sueño de convertirse en el primer músico acreedor al galardón literario de la Academia Sueca en una decisión polémica. Sin embargo, sus antecedentes ya fueron reconocidos por los premios Pulitzer, Premio Príncipe de Asturias, Globo de Oro y diez premios Grammy. El escritor ecuatoriano Iván Égüez ha manifestado que la Academia sueca está dando un giro hacia una promoción de una literatura y un arte más popular, más cercano a la gente y, en esa perspectiva, se entiende el premio otorgado al cantautor y poeta norteamericano.
Hay voces que dicen que el premio responde a un complot sionista, porque Dylan es de origen judío y se ha manifestado a favor de la ocupación de Palestina. No obstante, el músico se ha sumado a la defensa de varias causas populares en defensa de los derechos políticos de los pueblos del mundo. Desde los años sesenta junto a Joan Báez, eligió un repertorio de denuncia social en favor de la justicia y solidaridad humanas. Se lo considera el gran ausente de Woodstock en 1969 cuando Bob Dylan, a pesar de ser el más esperado nunca negoció seriamente. Tiempo después realizó una actuación memorable en este mismo lugar, en Woodstock 94, siendo presentado con la famosa frase: “Hemos esperado 25 años para oír esto. Señoras y señores, ¡el Sr. Bob Dylan”
Bob Dylan, autor de un sinnúmero de melodías, una novela -considerada un fracaso- y diversos poemas beat, se encumbra a la cúspide de una pléyade de creadores de primer nivel literario, con una trayectoria de varias décadas que no ha estado exenta de críticas y admiración como icono de una generación del desencanto del capitalismo. Fue en los años de mayor influjo musical que, “aupado por su propio entusiasmo compositivo y su fama, publicó su única novela Tarántula, una pifia de literatura experimental muy por debajo de toda su obra musical”.
La Academia sueca ha argumentado el otorgamiento del premio, en los siguientes términos: “Por crear nuevas expresiones poéticas dentro de la gran tradición de la canción estadounidense”. La elección tiene, sin embargo, otras lecturas: de alguna manera, se reconoce la revolución cultural de los sesenta, de la que Dylan fue esencial catalizador. Se interpretará igualmente como un triunfo generacional, de los llamados baby boomers.
La prensa internacional destaca que “El bing bang comenzó a principios de los años sesenta, cuando un Dylan chaval abandonó su pueblo de Minnesota para trasladarse a Nueva York con el fin de dedicarse a la música y conocer en persona a su ídolo musical Woody Guthrie. Provisto de una gorra y una guitarra acústica, incluso inventándose parte de su biografía, recaló en Greenwich Village, el bohemio barrio de Manhattan poblado de cafés y clubes donde conoció ya la palabra afilada de los combatientes cantautores Pete Seeger, Ramblin’ Jack Elliott o Dave Van Ronk. Componía a partir del contacto con ellos pero también de la poesía de los surrealistas franceses, especialmente de Arthur Rimbaud, y devorando la prensa diaria, que le daba combustible para esas primeras canciones que cambiaron la cara del folk norteamericano y le dieron un carácter contestatario sin renunciar al aspecto poético.
Composiciones como Blowin’ in the wind, Masters of War, The Times They Are a Changing, A Hard Rain’s a-Gonna Fall, Mr Tambourine Man o Chimes of Freedom llegaron al corazón de la generación de los sesenta, donde se fraguó la contracultura. “Venid senadores, congresistas, por favor oíd la llamada, / y no os quedéis en el umbral, no bloqueéis la entrada, / porque resultará herido el que se oponga, / fuera hay una batalla furibunda, / pronto golpeará vuestras ventanas y crujirán vuestros muros, / porque los tiempos están cambiando”, cantaba en 1964 con su voz nasal en The Times They Are a Changing, anticipándose al revuelo social y político de Norteamérica.
En estos últimos años escribió sus memorias Crónicas “un fabuloso libro lleno de trampas que no tiene nada de autobiografía al uso y sí mucho de literatura, en ese repaso desordenado y fascinante a algunos recuerdos de su vida”. El músico español Joaquín Sabina ha escrito que “Dylan es el mejor poeta de América y de la lengua inglesa actual y también el que más ha influido en varias generaciones. Manda un mensaje evidente a aquellos que se han dedicado a reducir durante décadas el oficio de la canción popular a las cosas tontas de ‘chico conoce a chica’ o las historias banales del sábado noche. Desde ayer, nuestro mundo ha quedado elevado a la categoría de alta cultura, y eso está bien.”
La crítica ha sido pródiga con la obra de Dylan: Su visión literaria, a la que impregnó de una fuerza contracultural más incisiva, repleta de instinto y mordiente. Se relacionaba con Jack Kerouac, Neal Cassady, William Burroughs, Herbert Huncke, John Clellon Holmes o Allen Ginsberg, pero aún más importante: había vasos comunicantes. Dylan se fijaba en ellos, pero ellos veían en él al portavoz generacional, sorprendiéndose de su capacidad de captar la agitación, la desorientación, los desamparos y los ideales de aquellos convulsos sesenta. Dylan, que abandonó el folk por el pop, maravillado por el ímpetu desenfadado y juvenil de los Beatles, los Rolling Stones y toda la tropa británica que desembarcó con un éxito monumental en EE UU. Con su sonido circense, de folk-blues-rock acelerado, sin olvidar esas baladas al piano, los álbumes Highway 61 Revisited y Blonde on Blonde elevaron a la música popular a lo más alto del universo cultural. El veterano compositor ha dado frutos conmovedores en discos comoTime Out of Mind, Modern Times, Love and Theft o Tempest. A partir de una melancolía sonora que bucea en las raíces del folk, el góspel o el country, ha creado un universo repleto de símbolos del pasado y evocaciones.
Bob Dylan invade la literatura desde la música de sonido beat en contracultura con lo establecido, cuyo premio literario cambia el rumbo del Nobel, y lo pone a titilar entre las multitudes, lo acerca al mundo real de las cosas contaminadas por la cultura de masas. Dylan democratiza un premio reservado para pocos elegidos. Pero Dylan ha dicho no ser poeta, “no me llamo poeta porque no me gusta la palabra, soy un artista del trapecio”. No obstante, nos quedamos con la sentencia de Gordon Ball de la Universidad de Virginia: “Dylan ha devuelto la poesía de nuestra época a su transmisión primordial a través del cuerpo, revivió la tradición de los trovadores”.