El electorado colombiano dijo NO a la ratificación de los acuerdos de fin a la guerra, no declarada, pero sostenida por más de medio siglo entre los grupos de poder que han gobernado al país cafetalero, representado indistintamente por liberales y conservadores y las Fuerzas Armadas Revolucionarias FARC. En cantidad de votos, el NO obtiene 6’431.376, y el SI 6’377.482; una diferencia de 53.894 sufragios, con una abstención de más del 60% de los 34,8 millones de sufragantes.
El resultado, por lo demás previsible, sorprendió a muchos y a otros que rasgan vestiduras ante el pronunciamiento electoral del pueblo colombiano en el plebiscito. La pregunta básica que se debe hacer es: ¿Por qué habrían de firmar hoy la paz dos bandos enfrentados 52 años en lucha armada por el poder de la nación?
Se conoce que las conversaciones, que han tenido escenario a La Habana, datan ya de cuatro años a la fecha, con participación de diversos voceros de las partes que han expresado su voluntad de cesar las hostilidades. Lo primero que llama la atención en el resultado negativo del electorado, es su indiferencia ante el llamado estatal de asistir a votar, lo cual demuestra la falta de capacidad de convocatoria del gobierno colombiano a su pueblo. Y lo segundo, es que las conversaciones al más alto nivel se vienen haciendo al margen de la participación popular.
Pero más allá de estos detalles logísticos, de fondo el problema es otro. Bajo la epidermis del “acuerdo de paz”, la realidad demuestra que la paz se negocia cuando en una contienda militar ya se está frente al triunfo o la derrota. Las FARC fueron derrotadas en lo militar y desmovilizadas en lo político, al punto que ya no tienen ninguna propuesta novedosa que ofrecer al país. El desprestigio por sus alianzas con el narcotráfico y la delincuencia común, le hicieron perder credibilidad. Incluso este panorama les hizo protagonizar actos de división interna de graves consecuencias, dando lugar a la infiltración. La muerte de Raúl Reyes, asesinado en territorio ecuatoriano, se explica porque el dirigente guerrillero quiso volver a la “época ideologizada” de las FARC, y rescatar a la guerrilla de las tenazas del narcotráfico, sin conseguirlo. Es decir, el gobierno colombiano viene negociando con una guerrilla derrotada que luchó 52 años por el poder, sin lograrlo por la vía armada. Una fuerza militar irregular que, bajo el cansancio histórico de una guerra absurda y sin perspectiva de triunfo militar, decide dejar las armas y entrar en la legalidad de la política de su país.
Ambos bandos coinciden hoy en que luego del NO popular, se seguirá buscando la paz con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) a pesar de que los electores rechazaron en las urnas los acuerdos con esa guerrilla. Por su parte, el comandante en jefe de las FARC, Rodrigo Londoño, alías ‘Timoleón Jiménez o ‘Timochenko’, aseguró desde La Habana que esa organización insurgente mantiene su voluntad de paz y tiene la disposición “de usar solamente la palabra como arma de construcción hacia el futuro”.
Es decir, aquello es la confirmación de que, tanto la guerrilla como el gobierno de Santos, están dispuestos a seguir adelante con una paz lograda en un diálogo que el pueblo rechaza porque se negoció a sus espaldas. El NO significa negativa a la conversación, no a la paz que es una aspiración sentida por el pueblo colombiano. Y eso solo confirma el descrédito de las partes para negociar de cara al país.
Por su parte la guerrilla negocia con un gobierno triunfalista que quiere pasar a la historia como adalid de la paz, y redentor de su pueblo. Aspiración acaso legítima, pero no conseguida por la incapacidad de movilizar al país tras sus propósitos, luego de que los propios grupos de poder crearon las condiciones para una guerra interna de medio siglo por sus políticas injustas, excluyentes y demagógicas.
Álvaro Uribe, en tono de descaro, llamó el domingo a un «gran pacto nacional», luego de que la resolución negociada entre esa guerrilla y el gobierno de Juan Manuel Santos fuera rechazada en un plebiscito. «Queremos aportar a un gran pacto nacional, nos parece fundamental que en nombre de la paz no se creen riesgos a los valores que la hacen posible: la libertad, la justicia institucional, el pluralismo», dijo Uribe.
Al final del día, no era necesario un plebiscito si el gobierno colombiano se siente representante del pueblo y actúa en nombre suyo con legitimidad. El problema radica que no se tiene esa legitimidad en la práctica. Hoy se nos quiere hacer creer que la paz es un estado de ánimo, olvidando torpemente que la paz es un estatus político que se construye, históricamente, en un proceso objetivo. La política, olvida la derecha colombiana, no es puro sentimiento emocional susceptible de manipular con demagogia en forma indefinida. El pueblo no es gil, en un momento se despabila. La política no es puramente nuestros deseos a ultranza, sino estrategias, planes y programas. La política parte de las cosas que suceden, para hacer que las cosas sucedan.
¿Dónde están los planes y programas del gobierno colombiano y las de los guerrilleros para el periodo posterior a la firma de la paz, más allá de la propaganda y del marketing político?
El gran error de ambas partes es considerar a la paz como un fin, dejando de lado otros fines acaso más importantes que una paz sin justicia, sin equidad, sin inclusión ciudadana, una paz con más sabor a resignación que a dignidad popular. El gran error gubernamental, es la manipulación emotiva de las masas, sin planes concretos. No en vano Goebbels, asesor nazi de Hitler, decía que la masa popular tiene un comportamiento femenil, que hay que explotar propagandísticamente. El gran error guerrillero, es llamar a bajar las armas, sin una propuesta política movilizadora del pueblo. El pueblo respondió intuitivamente y, acaso, no era necesario un plebiscito, si los negociantes de la paz se sienten representantes del pueblo, actúan en nombre suyo y lo son en la práctica.
El No es reflejo de la insuperable polaridad existente en la sociedad colombiana, fruto de un sistema político arcaico incapaz de motivar a la ciudadanía, con instituciones que ostentan una total ausencia de credibilidad. Una sociedad gobernada e influida por la oligarquía, el narcotráfico y los paramilitares que azolaron la historia colombiana por casi medio siglo de una guerra sin destino.
El NO en el plebiscito, no obstante, es un triunfo de la derecha y de los comerciantes de armas. El NO es un triunfo de Uribe, actual senador y líder del derechista Centro Democrático, opositor a Santos, quien fuera su ministro de Defensa y al que considera un «traidor» por negociar con la guerrilla.
Más allá de la telenovela mediática de los “acuerdos de paz”, el pueblo colombiano debe madurar su desconfianza con sus presuntos representantes y forjar su propia versión de la realidad de su país. La paz será un acto de dignidad, cuando sea un medio para alcanzar el fin más preciado del hombre: la justicia social, la inclusión política la equidad económica, condiciones para una convivencia pacífica sin cargos de conciencia.