Hay gente que dice y repite que no fue nada, que fue una sublevación policial por un tema de justa rebeldía ante la pérdida de ciertos privilegios. Dicen que fue el presidente Correa quien agravó la situación, quien condujo las cosas al nivel al que los ciudadanos las vimos llegar, atónitos e impotentes. Que los muertos y los heridos fueron ‘culpa de Correa’ (como casi todo lo malo que ha ocurrido en el país, y me atrevería a decir que en el mundo desde enero del 2007).
Mi recuerdo del 30 S es variopinto. Recuerdo, por ejemplo, con una mezcla de emoción y sonrisa, que cuando anuncié mi voluntad de salir a defender a mi Presidente, mi hijo me dijo algo muy cierto:
-Mami, qué vas a hacer ahí si ni siquiera puedes correr.
Y así era. Así es. Ni siquiera puedo correr. Pero sentada ante mi computador, con la radio y la televisión encendidas pude mirar la trama de una revuelta que se iba con todo. Pude escuchar la estulticia, las palabras que invitaban al magnicidio (que algunos creen que las soñamos), pude mirar cómo un grupo de personas hacían estallar la puerta principal del edificio de los medios públicos y amedrentaban a los periodistas y conductores del programa de noticias (eran solamente manifestantes, y algunos de ellos se dieron por perseguidos políticos y se victimizaron con una rápida huida, otros ya no pudieron…), pude ver el rescate del Presidente y finalmente cómo llegó sano y salvo a Carondelet para decepción de quienes querían ver su final y su caída aquella noche.
No han cejado, hasta ahora, los sostenidos intentos de desestabilización que sobrepasan la simple campaña electoral. Si bien el 30S fue lo que se podría llamar un ‘pico’, el deseo de que el gobierno de Rafael Correa no llegue a feliz término, y sobre todo de que las cosas en el país vuelvan a ser lo que fueron no ha cejado un solo instante.
El poder detrás es infinito, se manifiesta en el alineamiento de los medios de comunicación para señalar todos los errores del régimen (algunos imaginarios, hay que decirlo) y ocultar todos sus aciertos que, afortunadamente, saltan a la vista. Se evidencia en la actitud de ciertos mandos militares que se aferran a sus privilegios como excusa para difundir rumores y para hacer notar que desacatan y desobedecen porque ellos son la casta elegida.
Es obvio que detrás de todo esto hay una orquestación internacional también sostenida, y que están bien organizados, de manera que si uno falla, unos cuantos más funcionen. Honduras, Paraguay, Argentina, Venezuela, Brasil… ya se han visto afectados por esta oleada cuya intención es esa restauración de las antiguas élites que hoy, resentidas y vengativas, quieren hacerse de nuevo con el poder para blindarlo de manera que nunca más se les vaya de las manos. Poco les importa el bien común, aunque lo proclamen con demagogia. Lo que quieren, sencillamente, es recuperar privilegios y prebendas.
Decía Charles Baudelaire que la mayor trampa del Diablo es hacernos creer que no existe. Lo mismo sucede aquí. Entre burlas periodísticas, entre declaraciones sesudas y otras prácticas, los artífices de la restauración conservadora lo niegan todo, y tristemente algunas personas podrían llegar a creerles. También sueltan falacias como la ‘tiranía’ de Rafael Correa (como si antes no hubiéramos tenido en Carondelet tiranos de verdad), o la corrupción que supuestamente campea entre sus colaboradores (como si antes nos hubieran gobernado puras monjitas de la caridad).
¿Cómo evitar el retroceso en la historia, tan anhelado por los detractores del actual proceso? Primero, tomando consciencia de los errores (algunos bastante graves) para corregirlos y no repetirlos. Segundo, y esta es para la gente, tomando consciencia de lo que queremos como país, más allá del arribismo y la repetición de cualquier cliché mediático. Hace falta seguir educando a las personas, fortalecer la comunicación popular, comunitaria y alternativa. Y recordando que de un 30S se salió victorioso aunque a costa de mucho dolor, pero que eso, lamentablemente, podría no ser una norma. Los hijos de la serpiente, ya lo dice el evangelio, son mucho más astutos que los hijos de la luz. Entonces hay que estar alerta siempre, y también apostarle a la astucia sin maldad.