Allí pervive en la fotografía con cara de niño triste, permanece sentado con el gesto reflexivo y la mirada anhelante. El muerto más célebre de la barbarie franquista cumple 80 años en su condición de víctima del odio que le profesó el fascismo español. Ochenta años que enfrentó el pelotón de fusilamiento, con la prestancia de un combatiente por la dignidad humana. Poeta español más universal, fue fusilado justo este mes el 18 de agosto de 1936, por masón, socialista y homosexual. Federico transita una historia oscura como luz señera, es de esos muertos consecuencia de las desgracias de una «guerra inevitable».
No era suficiente torturarlo, asesinarlo y desnacerlo, que no vuelva a nacer -como lo hizo-, en el clamor de los pueblos del mundo oprimidos. Había que silenciar su romancero gitano, su pasionario canto de amor y lucha. Había que desdecirlo en su identidad de poeta y combatiente popular. Esa fue la consigna de sus enemigos que siempre conspiraban contra la patria. No fue bastante el crimen de Estado, había que desdibujar su cadáver de la faz de la tierra. Para que no regrese cantando entre zarzamoras y lunas, entre la sangre y esperanza envuelto como en un emblema.
No ha muerto el poeta, Federico permanece vivo. Viva el poeta, susurran voces desde la memoria histórica. La crónica dice que aunque el franquismo en sí, en el día a día, esté superado en la sociedad española, su maniqueo abuso de la guerra civil iniciado con el golpe de Estado contra la República en 1936, sigue latente en el imaginario de muchos españoles. La derecha política, pero también social, no ha hecho mucho por desmentir «la necesidad» de una guerra para «salvar a España» del comunismo.
Persiste su cadáver precioso contra el silencio y el olvido de la patria ingrata, que desatiende la justa memoria sobre su vida, desde el anonimato. La mezquina arrogancia del enemigo le niega el lugar de víctima ilustre, en aras de una memoria colectiva que implante la justicia popular. La indolente sociedad española soslaya cien mil desaparecidos durante la guerra y el franquismo. Adeuda una pedagogía histórica con las generaciones siguientes que enseñe su palabra, más allá de los silencios. Que muestre la luz de su verbo sobre la corteza de la tierra que soñara de todos. Se nos niega Federico, una razón con el gesto requerido para redimirnos y redimirte de lo implacable que es el olvido. No se nos diga, Federico, que contigo murió la dignidad de la patria. No se nos diga que cosa peor ocurre y tu muerte es una de tantas. Porque ninguna muerte como la tuya venció la inutilidad y cobró más sentido en la silente resurrección de la esperanza.