Cuando estampó su firma sobre la serigrafía y puso por dedicatoria a Leonardo por una vieja amistad, evoqué los años setenta en que conocí a Carlos Rosero en su vivienda de la calle Bahía, en el Centro Histórico de Quito. En ese arrabalero lugar tenía el atelier a los pies del Panecillo, montículo desde donde se domina una magnífica panorámica de la urbe quiteña como una maqueta viva.
En esa suerte de bohardilla criolla que compartía con Susana, su mujer, y sus tres hijos, nació nuestra amistad con el pintor neofigurativista marcada por conversatorios vespertinos de buena vecindad, en un barrio donde las necesidades eran evidentes. Carlos pintaba por las noches imágenes esperpénticas de figuración abstracta que no perdían arraigo, no obstante, con el entorno citadino que siempre motivo su obra pictórica. Hasta el amanecer podía surgir de su pincel un músico bohemio de traza nostálgica, junto a una prostituta de aspecto famélico, o el hombre del maletín que sobornaba a los políticos por esos años.
Es que el leiv motiv de la pintura de Carlos Rosero, tenga o no contenidos e imágenes explicitas de lo que sucede en el mundo, está referido a la realidad social. Hoy, cuajado como uno de los más importantes artistas del país, Rosero confirma la pasión por su quehacer y una maestría singular en el uso de los recursos técnicos del oficio: Estoy en una fase de depuración técnica de verdad. Estoy repensando nuevas formas de componer, nuevas formas de manchar, nuevas formas de combinar los materiales; hay serigrafías intervenidas, nuevos materiales que jamás había usado en mí vida. Con spray, el pastel o carboncillo, haciendo nuevas mezclas, nuevos ensayos técnicos con estos nuevos recursos.
En esa evolución, Rosero reconoce influencia de sus hijos, Xiomara gestora cultural, Nadia actriz de teatro; y, en particular de Pablo, artista plástico digital que lo impulsa a nuevas representaciones estéticas: He tomado algunas cosas de ellos y he avanzado en exposiciones que he hecho. Te pierdes sobre las ideas y propuestas iniciales que tenías hace años. A veces te haces más abstracto, es más elástico para mudar y mutar de lenguajes, es muy libre eso. Hay críticos, incluso público, que no valoran esos cambios, te quieren tener en el mismo lugar haciendo lo mismo. Los galeristas te preguntan: ¿por qué no haces lo que vendíamos? Entonces te quieren tener congelado y eso tiene que ver mucho con el comercio, con el sistema de propaganda que se hacen los artistas y los interesados sobre los artistas. No nos dejan evolucionar, por dios, esto es evolución, todo tiene que moverse.
Y en ese avatar, el pintor confiesa que su arte hoy va más allá de lo meramente matérico, cuando representa la evolución total. Es una mirada al microcosmos, una mirada al universo y al mundo social al mismo tiempo. Una tendencia por lo abstracto, que regresa a la figuración con otros recursos de componer, sin perder el mensaje original, redimir o sublimar la realidad bajo el pincel: Ver realmente cómo es todo esto va afinando tu sentido de lo crítico, va mejorando la calidad de tus mensajes, es una ida y vuelta. Si estás en determinado momento en una obra abstracta, es como decía Siqueiros, alguna vez, cuando hacía esa mancha de derramar violentamente la pintura. Uno de sus alumnos lo convirtió en todo un fenómeno artístico que lo llamó pintura en acción. Una dinámica artística, frente a un mundo que se va encuadrando, que sugiere cosas más libres que ponen al artista en otra dimensión para que se plantee su visión del mundo: Si vemos toda la experiencia lúdica, la bajas a las profundidades de tu ser, liberas todas las energías intuitivas, sensibles, que van a potenciar nuevas posibilidades de pensar el mundo.
Rosero ha procurado mantener su potencial creativo, tarea que concibió desde muy joven como un evidente sentido libertario. En ese afán se ha mantenido a cierta distancia de las galerías y de los curadores de arte. Hizo todo por colocar su obra en un mercado esquivo, creo sus propias formas de promoción y, al final del viaje, reconoce que fue a cuenta de algo de valor materialmente incalculable: protegí mi autonomía, que no me condicionen mi libertad de creador.
En esta nueva etapa, Carlos se propone la reapertura de Rosero Galería, dentro del programa Talleres Abiertos de Quito TAC, una iniciativa municipal llevada a cabo con grupos de artistas. Se trata de visitas guiadas a los talleres barriales quiteños, donde son recibidos por los pintores en una gratificante tertulia sobre el quehacer artístico del anfitrión. El encuentro con Carlos Rosero tendrá lugar el domingo 21 de agosto, desde las 10 AM, en su taller de la Av. Brasil y Zamora.
La invitación resulta promisoria. Una buena ocasión para compartir con un artista que se evoluciona a sí mismo, confirmándose como el ser humano plurifacético de siempre. Un provocador irrenunciable del sentido más esencial del arte: Sobre todo he protegido lo que los seres humanos tenemos como mayor riqueza, que son nuestras capacidades creativas. Eso hice este tiempo. A lo mejor tengo la razón ya de viejo, o no la tengo. Me siento con mis energías creativas enteras, me puedo meter en cualquier ruta. No me encasillo.