Cuando el futuro se parece al pasado, el presente es pretexto para la regresión al viejo país. Estos días de incertezas y discursos fatuos sobre el devenir de la nación, la palabra crisis y su presunta profundización durante el año en curso, es la idea-fuerza central de los oponentes al gobierno de Rafael Correa.
Como premunidos de bolas de cristal, ciertos políticos auguran que el país irá de mal en peor: condición necesaria para el desastre electoral del oficialismo. El empeoramiento de la recesión económica agudizará el rechazo popular al régimen, -dice Jaime Nebot-, y hará imposible que cuatro de cada diez ecuatorianos vote por continuar con el orden político vigente. En ese escenario, el candidato del gobierno no obtendrá votos necesarios para ganar las elecciones presidenciales en primera vuelta; y, en segunda votación, todos unidos contra el régimen consolidarían la victoria de la oposición.
Es el escenario que Guillermo Lasso llama el peso de la crisis, o la carga sobre los hombros de los causantes del estado deplorable del país, que según el banquero guayaquileño están parapetados en el equipo económico del Gobierno. Con claro ánimo tremendista, Lasso pinta un panorama desolador acrecentado por la falta de empleo, el peso tributario y la carencia de iniciativa estatal para salir del atolladero. Dicho panorama sellaría la derrota del candidato oficial como corolario de la campaña que publicistas de la oposición denominan descorreizar la política ecuatoriana. En nutrida agenda mediática, Lasso y Nebot roban pantalla para vender la idea de un cambio hacia la prosperidad, democracia y libertad, en un intento por fijar la promesa básica de su estrategia. El banquero propone reducir impuestos y dinamizar la economía, factores que según su lógica harían retornar las inversiones para generar empleo. Nebot vende a la precandidata Viteri como mujer experimentada y en capacidad de representar a los ecuatorianos desencantados.
Frente a dicho guión publicitario amerita dilucidar si en realidad el banquero Lasso representa la “política de prosperidad” aludida como promesa de campaña, o si Cynthia Viteri es el hombre del socialcristianismo para salvar la patria. El analista Javier Flores Aguirre, en entrevista para la televisión, señala que de dieciocho precandidatos a presidente, hay dos candidatos denominados por sus respectivos movimientos -Guillermo Lasso y Dalo Bucaram,- y que todos, sin excepción, están tratando de generar espacios de visibilización, con declaraciones altisonantes para captar la atención del 35% de electores que aún no toman una decisión de voto en firme, como señala la encuesta de Santiago Nieto.
En el avatar de la campaña electoral pulula el fantasma de un viejo país a la vista. La llamada unidad de las fuerzas de oposición no es una realidad tangible. Y la fragmentación de la política en diversas posturas antagónicas, evoca viejos tiempos de polarización irreconciliable en el seno de la sociedad ecuatoriana. Esta situación, afirma Aguirre, hace prever una próxima Asamblea Nacional bastante atomizada con varias tendencias y pugna de poderes, como la de los años 1979 al 2006. Escenario de la otrora inestabilidad política que motivó el derrocamiento de presidentes por descontento popular y cabildeo parlamentario.
El fantasma del viejo país se perfila también entre sombras de una crisis económica que, lejos de resolverse con promesas demagógicas de pan, techo y empleo -como en épocas del ingeniero socialcristiano-, evocan manidas y fracasadas recetas neoliberales. No serán llamados a remediar la recesión económica semejantes mentalizadores del feriado bancario que congeló los fondos a millones de ecuatorianos. Los gestores de malos negocios, cuyo salvataje bancario costó al Estado más de seis mil millones de dólares, no son, sin duda, llamados a salvarnos de la crisis. Ni los sucretizadores de la deuda privada en perjuicio de los recursos estatales. No son redentores de la patria quienes hoy se frotan las manos viendo «caerse un país a pedazos» para sacar partido electoral. No serán los empresarios que descuidaron sus estrategias de crecimiento, en cómoda espera de usufrutuar de la otrora bonanza del Estado generador de empleo y comprador de servicios, los elegidos para dinamizar la economía con un golpe de varita mágica. No serán los victimarios de los hermanos Restrepo y Consuelo Benavides, entre otros desaparecidos durante el gobierno socialcristiano, los llamados a imponer justicia en el país de Manuelito.
¿A qué pasado quieren regresar? A los días del inefable Mahuad, a los tiempos de la corrupción bucaramista, a la violenta represión febrescorderista, o a la chapucería del gutierrismo? Cierto es que el país requiere cambios de profundización de la equidad política, inclusión social y dinamización económica. No obstante, esos cambios no transitan por el andarivel de los que representan el pasado de aquel Ecuador del no se puede. Un viejo país a la vista surge cuando el futuro se parece al pasado. Es de esperar que no a vista y paciencia del pueblo que deberá reaccionar y darse nuevas formas de gobernanza, sustentadas en la fe de una nación con capacidad y decisión de consolidar moral y materialmente lo conquistado por voluntad popular.