La larga siesta cultural que ha caracterizado al régimen no será olvidada con la expedición de una nueva ley de Cultura porque su inexistencia no ha sido la causa de la inoperancia, sino su consecuencia. De ser aprobado el caótico proyecto que hasta hoy existe se consagrará el desconocimiento y la poca importancia que se ha dado a este sector, olvidando que así como no puede haber cultura sin lengua, no puede haber nación sin cultura.
Este ámbito constitutivo no puede ser confundido con algunas expresiones de creación simbólica que no necesitan de una ley para existir. Se trata del SER de un país que se ha declarado multinacional y pluricultural. No se necesita una ley que organice a la cultura, sino que organice al Estado (a sus instancias pertinentes) en función de la cultura.
Una ley orgánica es casi una ley en mármol: una vez esculpida, será muy difícil cambiarla. Su promulgación no cerrará un ciclo lamentable, abrirá otro peor bajo la concepción rentista de la cultura.
¿Por qué la indiferencia sobre ella súbitamente se vuelve una orden de promulgarla buscando una fecha onomástica? ¿Por qué no se da tiempo al nuevo ministro de Cultura para explorar otras concepciones y posibilidades, para que su contribución no sea la de aumentar o disminuir arrugas al Frankenstein?
El Gobierno no llegará a su fin en agosto. Ni la cultura tampoco.
Fuente: Revista Rocinante