En el preludio de la campaña electoral asistimos a la simulación de la política. Síndrome de esa falencia del sistema político que vive, sin reconocerlo, la muerte de las ideologías. El tenor del discurso de aspirantes a la Presidencia confirma que, por sobre los principios, cuentan los fines que justifican los medios. Es sintomático que actores políticos opositores al régimen manifiesten la intención de renunciar a sus ideologías, a cuenta de unirse bajo cualquier pretexto contra el gobierno. La ideología es una bruma que lo envuelve todo, versaba la célebre frase del viejo Marx. Con esa sentencia, el pensador alemán quiso decirnos que bajo una óptica brumosa de ideología, se pierde la lucidez de ver la realidad. La metafórica sentencia marxista sugiere que nada es posible al margen de la ideología, que nadie puede pensar o actuar sin expresar su condición de homo politicus.
¿Cómo es, entonces, que ciertos políticos ecuatorianos se muestren dispuestos a abandonar sus posiciones ideológicas para hacer coincidir su postura, y unirse, con otros políticos disimiles en su manera de pensar? La explicación evidente es que asumen la simulación política como parámetro de conducta electoral. ¿Y qué valores prevalecen en ese discurso simulador? Sin duda, paradigmas que dieron origen al emergente sistema creado por la clase burguesa europea en los albores del capitalismo: ateísmo político, pragmatismo mercantil y democracia liberal, entre otros postulados opuestos al estatus quo impuesto por el poder feudal y eclesiástico. El signo del dinero desplazó al icono de la cruz; el monetarismo se impuso por sobre el teísmo como el código de nuestro tiempo.
La muerte de las ideologías, o su abandono súbito, es el arquetipo de una clase política inconsistente en sus principios, dispuesta a camuflar ideas con clisés, mohines con muecas, en una simulación mimética que pretende convertir lo falso en verdadero. Cabildeos cocteleros, conclaves de weekend, son prácticas de los sectores partidocráticos afanosos por conformar un frente electoral unitario que, de hecho, ha resultado ser un mamotreto de la política convertida en simulación. Entonces emergen los argumentos disociados con la verdad, demagógicas promesas que fingen preocupación por la crisis y su impacto en la familia ecuatoriana. Los slogans propagandísticos los dicen todo: pan, techo y empleo, la demagógica fórmula febrescorderista pulula como fantasma en las oficinas publicitarias de la derecha política ecuatoriana.
En la otra orilla, sectores oficialistas esperan el devenir de los hechos, agazapados en la idea de proyectar una figura capaz de sustituir, exitosamente, a Rafael Correa. La estrategia de construir una candidatura individual con igual potencia presidencial, demuestra que la ideología fue relegada a segundo plano por la encarnación de un candidato viable de obtener la votación necesaria para continuar con el mermado proyecto político de la revolución ciudadana. La muerte de la ideología en el frente oficial, es otro síntoma de simulación política imperante. No deja de ser sintomático que en el movimiento político revolucionario, el ex vicepresidente Lenin Moreno, advirtiera un hecho revelador: la revolución ciudadana no cambió el ser nacional. ¿Es aquello un síndrome político, cultural o comunicacional? Dicha asignatura pendiente tiene el triple componente de una carencia ideológica, caracterizada por la ausencia de una estructura partidista que infunda sentido orgánico al proceso, más allá de las figuras personales.
La simulación política, que se yergue como sucio telón de fondo electoral, es la parte no dicha del discurso trocado en demagogia. La mentira reiterada, convertida en verdad simulada. Con esa oferta la clase política busca convencernos de las bondades de un futuro incierto. Con esa oración desprovista de fe, pretenden devolvernos la capacidad de creer. Al final del día, queda la impresión de que la política no puede ser sino lo que es: la maniobra encubierta de hacernos creer aquello que no es. Es probable que el candidato que se aparte de esa manida forma de hacer política, no gane las elecciones. Es posible que durante la campaña electoral se confirme que las verdades de ayer, son las mentiras de hoy. Y que la historia suele repetirse, una vez como tragedia y otra como farsa.