El que siembra tormentas, cosecha tempestades. Este refrán popular bien es aplicable a la situación actual de los EE,UU en guerra permanente con más de un país en el mundo. Nación involucrada en los conflictos internacionales más violentos, no escatima esfuerzo en aplicar la misma fórmula terrorista a sus enemigos ideológicos y geopolíticos repartidos por los cuatro puntos cardinales del planeta. Ayer fue la URRS, Vietnam, Afganistán; hoy es Siria, el Estado Islámico, en general la cultura musulmana, a la que el Pentágono clasifica indiscriminadamente de terrorista.
Diversos factores explicarían lo sucedido en el club gay Pulse, ubicado en el centro turístico de Orlando, Florida, cuando el neoyorkino de 29 años Omar Siddique Mateen, descendiente de afganos, irrumpió armado en el lugar mientras se realizaba un festival musical latino con presencia de grupos LGTB. El ataque dejó un saldo de cincuenta víctimas y medio centenar de heridos en el peor tiroteo múltiple registrado en la historia del país. Minutos antes de abrir fuego con un fusil de asalto bélico AR-15, llamó al número de emergencia 911 para manifestar fidelidad al Estado Islámico, organización que en un comunicado lo reivindicó como uno de sus combatientes. No obstante, las autoridades estadounidenses carecen de pruebas para confirmar su vinculación orgánica con el yihadismo islamismo. Omar Mateen que había adquirido el fusil y una pistola, horas antes, en un lugar de expendio de armas legales en Florida, protagonizó lo que Obama calificó como un ataque de terrorismo y odio. El padre de Mateen manifestó que su hijo no actuó por razones religiosas, sino por motivaciones homófagas, ya que se habría indignado cuando en Miami vio a dos hombres besándose.
El asalto armado al club gay Pulse se da en un contexto de odio racial y religioso estadounidense que encubre los verdaderos intereses petroleros de EE.UU sobre la región del Oriente medio. Mateen nacido, educado y formado en Nueva York refleja la diversidad étnica de la migración hacia los EE.UU; y, al mismo tiempo, representa los valores ideológicos de una sociedad racista, violenta y contraria a las culturas islámicas. El hecho de que un ciudadano estadounidense, empleado de una compañía de seguridad privada, fisicoculturista y fanático homofobo se convierta en asesino en una sociedad que se jacta de democracia, refleja el choque cultural de dos civilizaciones, cuyo producto final es el odio racial, la intolerancia religiosa y el fanatismo político que se manifiesta en el seno de la sociedad norteamericana.
En ese escenario no es difícil colegir que el odio y la discriminación contra las minorías homosexuales constituye la forma primaria de rechazo a lo desconocido y ajeno, a cuenta de una ideología que privilegia el moralismo religioso, el machismo y la violencia de género como valores ideológicos inherentes a su cultura. La sociedad norteamericana, permeable a estas manifestaciones, no tiene la capacidad política y social de canalizar las expresiones de odio; y, por el contrario, las reproduce a través de los medios de comunicación. La descendencia afgana de Omar Mateen incomoda profundamente en EE UU, puesto que desde el 2001, la primera potencia mundial impulsa una costosa intervención militar contra los talibanes en el país centroasiático, en la guerra más larga librada por Washington.
Historia de terror
Los antecedentes de la masacre de Orlando registran 173 tiroteos múltiples con armas de fuego durante este año en los EE.UU, según los datos recogidos por el portal Mass Shooting Tracker. Como tiroteo múltiple se entiende el que causa al menos cuatro víctimas mortales, excluyendo al autor de los disparos. Las peores matanzas, hasta ahora, eran la de 2007 en la Universidad Virginia Tech (Virginia), en que murieron un total de 32 personas, y la que tuvo lugar en 2012 en una escuela primaria en Newtown (Connecticut), en la que fallecieron un total de 20 niños y seis adultos. La balacera del club Pulse se produce seis meses después de que una pareja de simpatizantes islamistas radicales matara a 14 personas en San Bernardino, California. La facilidad de acceso que disponen los habitantes en los EEUU para adquirir armamento de todo calibre, refleja el estado cultural de un país en donde la violencia irrumpe como la forma cotidiana de asumir la convivencia ciudadana.
Tragedia politizada
El terrorismo es el tema electoral en los actuales momentos en los EE.UU, como reflejo de la cultura política estadounidense. Los observadores coinciden en señalar que un atentado homofobo como el del domingo en Orlando revela el carácter de un país y de sus políticos. El candidato Donald Trump, de evidente personalidad racista y homófoba, reaccionó a la matanza celebrando que ésta le diese la razón en sus diatribas contra los musulmanes. Trump lo ve como un argumento que confirma la necesidad de una de sus medidas más discutidas: la de cerrar las fronteras de EE.UU a los musulmanes. Hillary Clinton, en cambio, junto a un mensaje de solidaridad a la comunidad gay, pidió restringir el acceso de las armas más peligrosas a terroristas y criminales, y llamó a la unidad nacional. A su vez, ha usado el atentado de Orlando para cuestionar si Trump es la persona con el temperamento adecuado para gestionar en la Casa Blanca crisis como la actual.
La campaña por la presidencia norteamericana -como era previsible-, ha politizado el atentado del Club Pulse. Lejos de caracterizarse por una batalla electoral con propuestas de interés nacional e internacional, EE.UU no confirma en esta coyuntura ser un referente válido de democracia para las naciones del resto del mundo. En medio de un acto de terror y odio, el país del norte continúa sembrando tormentas para cosechar tempestades.