Hay hombres imprescindibles por su lucha interminable, reflexionó alguna vez Bertold Brecht, una sentencia pertinente en la vida de Mohamed Alí. El célebre pugilista estadounidense, muerto a los 74 años víctima de un choque séptico, sucumbió en un último round vital como un luchador dentro y fuera del ring. Unida a su imponente reputación de boxeador, su voz se alzó en contra del racismo, la guerra y la intolerancia religiosa. Una inquebrantable confianza de gladiador del box que proyectó en su vida personal y pública, lo convirtió en paradigma para los afroamericanos en lucha contra el racismo y por la defensa de los derechos civiles.
La de Ali no fue la típica historia del niño pobre, del joven miserable y sin perspectivas que se abre camino con los puños. El célebre deportista había nacido en el seno de una familia de clase media en Louisville, Kentucky, el 17 de enero de 1942 como Cassius Marcellus Clay Jr., un nombre que compartía con un abolicionista de la esclavitud del siglo 19. Cuenta la leyenda que cuando el niño Cassius tenía 12 años fue despojado de su bicicleta que le había regalado su padre. Lleno de iras y sediento de justicia vociferó contra los ladrones que se esfumaron con el botín del robo. Joe Martin, el policía que presenció el incidente, y que manejaba una academia de boxeo para aficionados, propuso a Cassius ser boxeador dando origen a la historia deportiva del triple campeo mundial de los pesos pesados.
Alí irrumpió en el mundo del boxeo en la década de 1960 desafiante y combativo; y amenazó a los blancos, pero llegaría a ser admirado por estadounidenses de todas las razas debido a su gracia, integridad y sentido del humor. Nos emocionaba con su estilo singular de practicar el boxeo, nos provocaba admiración su valentía de púgil y de ser humano en una sociedad racista, violenta e injusta. Con sus pies bailarines y sus puños rápidos, podía -como el mismo decía- flotar como una mariposa y picar como una abeja.
Alí fue mucho más que un deportista excepcional. Habló con valentía contra el racismo en la década de 1960 y también se pronunció en contra de la guerra de Vietnam. Debido a su negativa a transigir en sus opiniones y su oposición a las autoridades blancas, se convirtió en el portavoz no oficial de millones de hombres negros y oprimidos en todo el mundo. En los Juegos Olímpicos de Roma, en 1960, Cassius Clay se coronó campeón de los pesos ligeros. Esa sería la medalla de oro que, según la leyenda, fue a parar a un río cuando, años más tarde, un tribunal estadounidense le impidió seguir boxeando ante su negativa a ir a pelear a Vietnam: Ningún vietcong me ha llamado nigger (término peyorativo para una persona negra), fue la famosa respuesta de Alí para justificar su negativa. Como resultado, la comisión de boxeo profesional lo despojó del título de campeón y los tribunales le quitaron la licencia para boxear.
Uno de sus célebres contrincantes en el ring, George Foreman llegó a decir: “Mohamed Alí fue uno de los mejores seres humanos que he conocido”, mientras que el Presidente de Cuba, Raúl Castro reconoció: “Nunca olvidaremos su caballerosidad y ética. Su rechazo a la guerra y su defensa de la paz. Su respeto y amistad con el compañero Fidel”.
Luego de coronarse campeón mundial de los pesos pesados del box, Clay anunció al mundo que era miembro de la Nación del Islam, y que, a partir de ese momento, su nombre era Mohamed Alí, borrando de su vida el nombre que simbolizaba la esclavitud de sus ancestros.
En el último round vital Ali se enfrentó al mal de Parkinson, tres años después de colgar los guantes para siempre. El comentarista Harry Carpenter, quien lo acompañó durante toda su carrera, hizo una apología innegable cuando afirmó que, con su alegría, su magia y su estilo inigualable, Mohamed Alí había acuñado su propio epitafio: «Aquí yace el más grande de todos los tiempos».
Su incansable lucha en el deporte y en la vida, lo hacen signatario como imprescindible ser humano ante los desafíos que le impuso el destino: Me gustaría ser recordado como un hombre que ganó el título de peso pesado tres veces, que era divertido y que trataba a todo el mundo bien (…), que defendía sus creencias, que trató de unir a toda la humanidad con la fe y el amor.